Fausto es el protagonista de la leyenda clásica alemana del mismo nombre. Ya lo saben. Se trata de un hombre de mucho éxito, pero también insatisfecho con su vida, que hace un pacto con el diablo y entrega su alma a cambio de conocimiento y placeres mundanos ilimitados. Poder.

En realidad, en nuestra vida, conocemos el mito de Fausto antes de lo que pensamos. Getsè es aquel pastor viejo y arrepentido de Els Pastorets de Folch i Torres que ha vendido su alma al diablo a cambio de que el lobo deje de comerse a las ovejas. Aunque, obviamente, Els Pastorets no son una adaptación directa del mito y tienen un tono más festivo y popular, el personaje del Fausto catalán sirve para transmitir un mensaje moral: los pactos con el diablo llevan a la perdición. Ceder a la tentación tiene un precio. Pero, claro, en la cosa católica existe la posibilidad de redención.

Donald Trump ha demostrado una ambición desmesurada de poder absoluto pactando con el diablo

Se puede conectar el mito de Fausto con todo hombre poderoso. Donald Trump ha demostrado una ambición desmesurada de poder absoluto pactando con el diablo en forma de personajes controvertidos y sacrificando la verdad, el respeto por las instituciones y la compasión.

La propia elección del Papa, un teórico acto guiado por el Espíritu Santo, es también un escenario de luchas de poder. Una tensión entre la vocación espiritual y la ambición personal que recuerda esta voluntad de trascender por una causa noble, pero seducido por el poder.

El boom de la construcción y sus consecuencias también puede verse así. Fausto quiere éxito rápido y hace un pacto con Mefistófeles. El boom inmobiliario es un pacto similar. Mucha gente vendió su alma por el beneficio económico rápido. Se hicieron edificaciones masivas, a menudo sin planificación ni sostenibilidad. Se rompieron equilibrios en forma de destrucción del territorio, corrupción política, urbanizaciones fantasmas o deuda bancaria. Se ignoró el coste humano y ambiental a cambio de una promesa de riqueza y más riqueza. Pero, vamos, que esto no ocurrió solo durante la época de la burbuja. Es algo que sucede todavía ahora. Gente que nunca tiene suficiente y que por beneficio propio que ni necesita destruye la vida de los demás.

De hecho, Fausto acaba condenado o arrepentido, según la versión. Pero siempre hay un precio que pagar. La duda en la vida real es si gente como Donald Trump u otros Fausto que pululan por el mundo acabarán cayendo o si, como muchos otros hombres que han desafiado y todavía desafían los límites establecidos, harán que quien sufra sus consecuencias sea solo la sociedad que los rodea.