Dice el Diccionario de la Real Academia Española que un fan es un "admirador o seguidor de alguien". Hombre, es una definición que se queda corta, sobretodo si imaginamos a un fan en un concierto de los Beatles. Pero vaya, esta es la palabra clave del grande de Antón Losada el martes en Can Basté. Aquel discurso que, referido sobre todo al PSOE y Podemos, acababa diciendo: "Yo ya no pido que sean inteligentes. Pido que respeten nuestra inteligencia. Que dejen de tratarnos como si fuéramos fans. Tratan en el electorado como si fuéramos fans de Beyoncé y fuéramos corriendo detrás del último vídeo, del último tuit... de la última gilipollez. ¡Ya está bien"!

Y tiene razón. Losada se refiere a la negociación para la investidura de Pedro Sánchez. Sin embargo, lamentablemente, lo podríamos aplicar a la política en general. Quizás la culpa hace falta buscarla en la atomización del menú electoral. Los partidos catch all party –en Catalunya CiU y PSC, en Espanya PSOE y PP– han perdido esta capacidad de aglutinarlo todo, en el eje nacional y en el eje social. Han aparecido nuevos partidos y la búsqueda de nichos concretos hace que los mensajes se focalicen en los fieles, de manera que confunden ciudadanos críticos con fans. Y si la atomización es el fondo, la forma son las redes sociales. Pero no sólo. La multiplicidad de plataformas, en especial las redes sociales, sí, pero también la retransmisión casi 24 horas al día que hacen teles y digitales, nos han llevado al regate en corto. Y cuando levantan la cabeza, no saben a quién pasársela. Atrapados en el mundo virtual y a la endogamia político-mediática-tuitera, la política ha cambiado como un calcetín y parece que añoramos a Felipe, Pujol, Suárez y Carrillo, personajes más capaces de la mirada larga. A pesar de que, alegan otros –seguramente con razón– no los hemos visto actuar en época de Twitter. Sin embargo, sea como sea, que nos traten –y muchos se comporten– como hacen, es una pena. Y eso vale para el PSOE y Podemos, pero vale para el PP, vale para Ciutadans, vale para VOX y vale para la CUP, vale por Junts per Catalunya, para ERC y para los Comunes.

Algunos dirán que siempre ha sido así. De hecho, siempre han existido los militantes. Pero el tercer elemento a analizar es la proliferación de asesores que nadie ha votado –y que también siempre han existido–, que no están allí para el bien común sino para hacer ganar votos a sus líderes. Que no ayudan, me parece evidente. Se inventan todo tipo de estrategias de comunicación política, a cual más creativa. El problema es que, como me explica Anna, mi psicóloga preferida, según Hans Jürgen Eysenk, las personas con creatividad puntúan alto en psicoticismo, uno de los tres tipos de personalidad definidos por este alemán (los otros dos son la extraversión y el neuroticismo) con rasgos como la insensibilidad, la frialdad y el egocentrismo. En fin, no hagan mucho caso. Ya dicen los críticos de Eysenk –se ve que los psicólogos también se discuten mucho y tampoco se ponen de acuerdo– que las bases biológicas de esta dimensión son mucho menos sólidas que las otras.

Y, en todo caso, este no es un problema exclusivo de España o de Catalunya. Miren a Donald Trump. Él sí que tiene fans. Y haters. Como el guitarrista de Bruce Springsteen, Steve Van Zandt, que odia Trump, pero también Boris Johnson y los fans del Brexit. Ayer aplaudió a los tories que se han rebelado. Una suerte, sí. Tendríamos que pedir a los políticos que sean críticos y que nos traten como ciudadanos críticos –seamos extrovertidos, neuróticos o psicóticos–, y no como fans. Al fin y al cabo, incluso los fans somos capaces de ver que el último disco del Boss es una mierda.