¿De verdad que a estas alturas todavía hay quien se traga que ERC, JxCat y la CUP son independentistas? Una cosa son los incondicionales de turno de cada formación, que se limitan a seguir acríticamente las consignas de los aparatos de los partidos y no suelen ver más allá de la nariz, y otra que no lo tenga claro el grueso de votantes potenciales, que por norma general no están casados con nadie. Y es que el principal problema que sufre en estos momentos el independentismo como movimiento social es precisamente que no tiene ningún partido que le represente ni ningún líder que sea capaz de traducir el anhelo de independencia de una parte muy sustancial de la sociedad de Catalunya en acción política.

¿Por qué se piensa la gente que un día sí y otro también los dirigentes del PSOE, empezando por el propio Pedro Sánchez, sacan pecho y no se cansan de repetir que el proceso soberanista está acabado y que jamás de la vida será posible ejercer el derecho de autodeterminación? ¿O por qué se piensa que el gobierno español ha decidido celebrar la cumbre hispano-francesa de pasado mañana en Barcelona para transmitir la imagen de la más absoluta normalidad? Pues porque los dirigentes de los partidos catalanes renunciaron a la independencia al día siguiente de la ficticia declaración del Parlament del 27 de octubre del 2017 —si es que algunos ya no lo habían hecho la noche del mismo día 1 al ver que el resultado del referéndum se les había escapado de las manos o si es que algunos ya no habían creído nunca en ello— y se rindieron incondicionalmente y se entregaron con armas y bagajes a las autoridades españolas. Y lo que es más grave, también les entregaron el país, a saber a cambio de qué promesas inconfesables, que a la vista de la severidad de las condenas judiciales parece obvio que no se cumplieron. Otros se marcharon al exilio, circunstancia que no es ni implica exactamente lo mismo. En todo caso, sí que iría siendo hora de aclarar conceptos y que todos se dejaran de nombrar por lo que no son, independentistas, y se reconocieran de una vez como lo que realmente han sido siempre: autonomistas y basta.

El hecho de que los partidos catalanes todavía estén comandados por los mismos que se han lavado las manos de todo lo que sucedió en octubre de 2017 es la mejor prueba de que el propósito de enmienda es nulo

El caso más evidente de abdicación es el de ERC, que ha abrazado sin complejos un pragmatismo que no sirve ni para gestionar con eficacia las migajas que la metrópoli cede graciosamente a la colonia y cuyo único propósito parece ser la rehabilitación al precio que sea de los dirigentes encausados por la justicia española. La desaparición del delito de sedición del Código Penal español —sustituido por un malicioso delito de desórdenes públicos agravados— y la reforma del de malversación persiguen este objetivo, pero habrá que esperar a ver cómo se concreta su aplicación para conocer los efectos reales que tendrán. Lo que es muy palmario es que los mismos dirigentes que dilapidaron el Primero de Octubre quieren seguir llevando la batuta dentro del partido y también fuera. Y por eso poco importa que la histórica formación republicana haya tenido que deshacer el camino y dejar de reclamar la independencia para pasar primero a pedir la libertad de los presos políticos y después a mendigar la amnistía para los encausados por la causa soberanista, y a este paso pronto clamará, rescatando el lema de la Assemblea de Catalunya, por un nuevo Estatut d’Autonomia.

JxCat ha recorrido la misma senda de claudicaciones, pero con más estridencias y gesticulaciones, que, sin embargo, le están sirviendo de poco a la hora de poner el dedo en el ojo a su antiguo socio, ERC precisamente, que parece que sea su única misión desde que salió del Govern. Porque, por mucho que ahora saque pecho, lo que ha hecho JxCat en estos años para aplicar el resultado del referéndum del 1 de octubre del 2017 es exactamente lo mismo que ha hecho ERC: nada. De modo que tampoco está en condiciones de dar lecciones, y la incógnita será ver si la nueva estrategia de prometer lo que hasta ahora ha incumplido le sirve para seguir engatusando al personal o bien el independentista al que enredó una vez no dejará que lo vuelva a hacer. Y el tercero en discordia, la CUP, lleva tiempo desaparecido, que ni está ni se le espera.

En este escenario, que el gran compromiso del actual president de la Generalitat, Pere Aragonès, para el 2023 sea alcanzar un acuerdo de claridad con el estado español para poder realizar un referéndum de autodeterminación cuando el Gobierno del PSOE lo ha rechazado de entrada recuerda las vueltas que daba Artur Mas en 2012 con el pacto fiscal, también repudiado por el Gobierno del PP, mientras la calle le exigía independencia. Un brindis al sol en ambos casos para ir pasando, y perdiendo, el tiempo. El referéndum de verdad es el del Primero de Octubre, del que los propios políticos catalanes han ocultado el resultado real, por el vértigo que les embargó al darse cuenta de que estarían obligados a aplicarlo si lo hacían público: 3.130.000 votos emitidos, que equivalen a una participación del 58,61% del censo electoral, y 2.817.000 síes, que representan el 90% del total de sufragios. Más claridad que esta imposible.

Y en plena concordancia con todo ello a nadie tampoco debe extrañarle, por ejemplo, que el Govern decida no abrir más delegaciones de la Generalitat en el extranjero. ¿Por voluntad de ERC o por imposición del PSC a cambio de aprobar los presupuestos de este año? De hecho, da igual, porque la política que hacen en estos momentos partidos falsamente independentistas como ERC —y que, si no hubiera dejado el Govern, haría también JxCat— es la misma política autonómica que harían el PSC y En Comú Podem si gobernaran ellos. Y que será la que harán cuando efectivamente gobiernen después de las próximas elecciones catalanas si antes no ha cambiado nada. ¿Significa esto que las urnas pasarán factura a estos partidos que se han convertido en un lastre para el independentismo?

El hecho de que todavía estén comandados por los mismos que se han lavado las manos de todo lo que sucedió en octubre del 2017 es la mejor prueba de que el propósito de enmienda es nulo. De momento, nada indica que tenga que cambiar nada. Antes de las elecciones catalanas, de todos modos, que sobre el papel tocan a principios del 2025, este 2023 tendrán que pasar primero el test de las municipales y después el de las españolas. Y antes aún, sin ir más lejos el jueves, tendrán que superar la prueba de la calle —la manifestación en teoría unitaria del independentismo contra la cumbre hispano-francesa de Barcelona—-, de la que algunos —Pere Aragonès yendo a la misa de la cumbre y Oriol Junqueras repicando en la manifestación— pueden salir especialmente escaldados.