Los humanos somos generalmente sociables y gregarios. Nos gusta hablar y tratar con otras personas, y sentir que formamos parte de un grupo nos da seguridad. Sin embargo, ser extremadamente sociables nos puede hacer muy confiados, de manera que nos pueden engatusar fácilmente y ser ciegos a la manipulación o a la burla de otros. Por otra parte, las personas que son particularmente ariscas nos generan un cierto rechazo y desconfianza. La gran mayoría de los humanos muestra un comportamiento desde la empatía y sociabilidad hasta cierta necesidad de aislamiento e individualismo. Todos reconocemos, entre nuestros amigos y conocidos, gente más o menos posicionada en una potencial escala de sociabilidad, desde los más sociables a los más secos.

Dentro de las enfermedades raras (o minoritarias), una de cada 20.000 personas presenta el síndrome de Williams, que presenta, entre otros síntomas (estenosis de la aorta, retraso mental más o menos severo, rasgos faciales que nos recuerdan en un elfo), un comportamiento extremadamente amigable. Son empáticos, parlanchines, sonríen todo el rato, confían en todo el mundo y no saben ver nunca la malicia. Por otra parte, no son capaces de integrar figuras, sino que ven las partes, pero no el todo. Para entendernos, si les pides dibujar una bicicleta, dibujan los diferentes elementos, como los manillares, las ruedas, el sillín, todo cuidadosamente por separado. En un árbol, ven los más finos detalles de las hojas, pero no ven que las ramas derivan del tronco, y que follaje, ramaje y raíces conforman un todo, un árbol. Muy notablemente, la mayoría de los niños y niñas (y adultos) afectados por este síndrome adoran la música y, además, tienen un oído absoluto, es decir, saben reconocer una nota musical sin ningún referente externo, o aprender inmediatamente una pieza musical solo habiéndola escuchado una vez. Esta característica se puede entrenar entre personas especialmente talentosas que se dediquen a la música, pero raramente una persona la presenta como un talento natural. Se sabe que seguramente Mozart era un privilegiado con el oído absoluto, muy probablemente también Beethoven, y algunos otros músicos.

¿Qué causa el síndrome de Williams? La causa genética es una deleción en el cromosoma 7 que afecta en torno a 28 genes. Todos tenemos una pareja de cromosomas 7, pues bien, en los pacientes con síndrome de Williams, en uno de estos cromosomas, falta un trocito interior, un error que se produjo en la generación del óvulo o el espermatozoide que dará lugar a un nuevo individuo. Curiosamente, las personas que tienen una duplicación de esta misma región, muestran unas características sociales totalmente opuestas, son asociales, no les gusta contactar con otra gente e, incluso, pueden llegar a un mutismo autoimpuesto. Evidentemente, no hay un único gen dentro de la región delecionada o duplicada que sea responsable de todas las características que presentan estas personas, pero hay varios grupos de investigación de diferentes lugares del mundo, también en Barcelona, que intentan comprender las causas de las características de los niños y niñas tanto con el síndrome de Williams como con la duplicación de esta región del cromosoma 7.

La mayoría de animales no son sociables hasta el extremo, pero los humanos podemos gobernar hasta qué punto queremos ser individuales y hasta qué punto el beneficio social puede ser un elemento importante de nuestro carácter

¿Cómo se puede estudiar por qué esta región concreta del cromosoma 7 es tan importante? Como no se puede obtener un fragmento de cerebro de los pacientes (¡recordemos que están vivos y no se les puede hacer una biopsia del cerebro!), uno de los objetivos de la investigación más innovadora es generar "minicerebros" u "organoides de cerebro" en cultivo (os expliqué cómo se obtenían en otro artículo) a partir de células de pacientes donantes. En estos organoides de cerebro humanos se puede modelar la enfermedad y estudiar qué sucede exactamente en las neuronas cuando hay esta mutación cromosómica, cómo se conectan, qué tipo de respuesta tienen a diferentes estímulos, incluso, a diferentes compuestos y medicamentos. Como la región cromosómica implicada en el síndrome de Williams tiene tantos genes, otros objetivos pueden intentar generar minicerebros a partir de células editadas genéticamente en las cuales se ha delecionado o "roto" un único gen concreto, con el fin de observar cuál es el efecto sobre este "minicerebro". En lugar de abordar todos los genes, que lo hace extraordinariamente complejo, podemos diseccionar el problema, abordando uno a uno los genes que nos parecen más importantes.

Pues bien, eso es lo que ha hecho un grupo de investigación de la Universidad de San Diego, en California, que han delecionado (roto, obliterado) uno de los genes de la región cromosómica implicada en el síndrome de Williams, el gen GTF2I, en células madre pluripotentes inducidas (hiPSCs), para después diferenciarlas hacia organoides de córtex cerebral. La pregunta que se hicieron era: ¿qué pasa en estos organoides corticales cuando no tienen el gen GTF2I? Este gen y su regulador, GTF2IRD1 (codifica para la proteína que actúa de interruptor y hace que se exprese o no el gen GTF2I), se han implicado en la sociabilidad, ¿pero cuál es la función que ejerce en las neuronas? Los investigadores demuestran que en estos "minicerebros" en que el gen GTF2I ha sido delecionado, las neuronas precursoras proliferan más, pero después mueren también más. Las sinapsis son muy menores, y las neuronas responden peor a los estímulos externos, ya que no generan tanta conectividad eléctrica. Eso es interesante en sí mismo, porque estos resultados son una ventana privilegiada a lo que sucede de verdad durante el neurodesarrollo fetal de estos niños y niñas. Y además, también nos da una ventana para investigar la sociabilidad humana. Estudios previos han demostrado que cuando este gen está mutado en moscas de la fruta, son mucho más sociables y comen en grupo. Todavía más allá, en el linaje de los perros, tanto el gen GTF2I como el regulador GTF2IRD1 presentan mutaciones que podrían explicar la sociabilidad de estos animales (como os expliqué en otro artículo), y los humanos, muy probablemente, hemos seleccionado como compañeros a los que llevaban esta mutación como animales domesticados, pero también, inseparables.

Este conocimiento profundo que podemos obtener del estudio de los organoides de cerebro para inferir qué sucede en los cerebros humanos en el desarrollo, puede permitir desarrollar nuevos tratamientos para los niños que presentan rasgos de falta de sociabilidad, por microduplicación del cromosoma 7 o porque están afectados por enfermedades del espectro autista.

Curiosamente, la región del genoma donde se encuentra el gen GTF2I y su regulador ha evolucionado muy rápidamente en humanos, y podríamos especular que nos ha ayudado a ser más sociables que otros simios. La mayoría de animales no son sociables hasta el extremo, pero los humanos podemos gobernar hasta qué punto queremos ser individuales y hasta qué punto el beneficio social, la pertenencia a un grupo, puede ser un elemento importante de nuestro carácter. Aunque es seguro que un comportamiento complejo, como la sociabilidad, no se debe a un único gen, sería muy interesante averiguar si GTF2I ha sido esencial para determinar nuestras características sociales y colectivas, y si hay variantes genéticas que pueden ayudar a explicar tanto las personas que rehúyen la compañía de los demás, como las que la necesitan para sentirse bien; tanto de los momentos en que queremos soledad, como de aquellos en que estamos más motivados para esforzarnos por un objetivo común y un bienestar colectivo, que por nuestro bienestar y beneficio individual.