Qué fácil es caer en la trampa de lo simple, en la de poner etiquetas a todo. Esto es nuevo, esto es bueno, esto es sano, esto es malo, esto es "enemigo", "amigo", "aliado", "contrincante". Es fácil caer en los estereotipos que nos facilitan muchísimo la tarea de tener que pensar y sacar nuestras propias conclusiones. 

La manera más cómoda ante cualquier cuestión sobre la que tener una opinión es que otros piensen por nosotros. O mejor aún: que nos digan qué pensar, qué comer, qué votar, qué comprar, qué decir, qué callar y, sobre todo, para calmar nuestra ira, a quién atacar. 

Da igual si lo hacemos de manera más o menos fundamentada. Los bandos limpian el camino y nos posicionan de una manera fácil en un lado o en otro. Da absolutamente igual lo que haya de fondo; seguir un hilo, depurar el contenido separando la paja del trigo, eliminar las telarañas, el polvo o la niebla es una labor que da pereza, que no apetece y que nos puede confundir. ¿Quién quiere tener dudas sobre algo cuando podemos tener la verdad absoluta, sin fisura y sin sombra de ningún tipo?

Si A dice algo, y ese A tiene la etiqueta que me interesa, todo lo que diga A lo voy a hacer mío. Sea lo que sea. Por ejemplo: si quiero mantenerme en mi autoetiqueta de "progre", seguiré a pies juntillas lo que diga un determinado partido, y podré más o menos estar de acuerdo con lo que digan los partidos políticos cercanos a esa posición. No me voy a salir del esquema, porque paso olímpicamente de pensar y, lo que es peor, enfrentarme a los que se supone que comparten etiqueta conmigo. No hay nada peor que un disidente en un redil, porque tendrá que soportar la ira de sus propias filas, que es la que se descarga siempre con más rabia. Lo más cómodo es seguir el discurso, el argumentario, y, si en algo falla, escurrir el bulto o cubrirlo con un ataque. Porque ya sabemos todos que no hay mejor defensa que un buen ataque, claro está: y para ello se inventó el "y tú más", cargado de insultos ad hominem que intenten así tapar la falta de coherencia de alguno de los argumentos de mi etiqueta. 

El arte del debate, desde el respeto al "contrincante" y buscando encontrar un punto de común acuerdo, se considera ahora una debilidad, una falta de pureza, una obscenidad. 

Es prácticamente imposible ver que alguien, bajo una etiqueta determinada, esté dispuesto a reconocer al "adversario" que tiene razón en algo de lo que dice. Mal. Eso está muy mal visto. En tiempos de polarización, del etiquetado rápido, pretender construir puentes con "el otro lado" es terrible. Porque desde tu lado te bombardearán y apartarán, considerando que no eres "puro". Desde el lado contrario sospecharán, te intentarán utilizar, pero en el fondo no confiarán en ti porque tu libertad, sencillamente, asusta

Si eres progre (vete tú a saber lo que se supone que significa eso en el panorama actual), has de comulgar con todo lo que emane de las bocas de los líderes de Podemos, PSOE, ERC, Bildu, y compañía. Pobre de tí si se te ocurre plantear alguna discrepancia, alguna duda (razonable o no). Quedarás inmediatamente etiquetado como "facha", "negacionista", "magufo" y, obviamente, "chaquetero". 

Si eres española y te pronuncias a favor de alguna de las cuestiones planteadas por los independentistas, por ejemplo, en referencia a la necesidad de reforzar la soberanía de los pueblos que habitan un territorio para así gestionar mucho mejor sus recursos, prepárate. La falta de argumentos te ubicará en ese lugar donde se supone que hablas por boca de otro, que te financia. Sin más. Cuando no hay herramientas para debatir, en este país se recurre rápidamente al "estar a sueldo de", y se acabó el debate. 

Es la manera más sencilla de cerrar cualquier tipo de debate en democracia. Es el beneficio de los más simples: etiquetar sin entrar a debatir el fondo de una cuestión determinada. 

Las mentes cada vez se ejercitan menos, la retórica ha pasado a un cajón del desván para acumular polvo, vacío ya de contenido. El arte del debate, desde el respeto al "contrincante" y buscando encontrar un punto de común acuerdo, se considera ahora una debilidad, una falta de pureza, una obscenidad. 

 Las etiquetas se desmontan acercándose a mirar el contenido del envase.

Quienes tendemos a hacernos preguntas continuamente, sin miedo a encontrar respuestas basadas en análisis, provengan de donde provengan, hemos de asumir que nos vamos a llevar palos por todas partes. Y asumirlo supone tener que soportar chaparrones injustos que caen como una lluvia continua de barro que no permite ver aquello de lo que realmente nos gustaría hablar. 

Pero no todo está perdido. Siempre quedan voces que, más allá de las etiquetas, se animan a buscar y a sacar sus propias conclusiones, pasando de largo el miedo al rechazo, al insulto, a la soledad compartida de los disidentes respecto a "la norma impuesta". 

Estos días, trabajando sobre la cuestión de las reformas respecto al sector que afecta al taxi, he podido comprobar que aún hay personas libres, que miran más allá de las etiquetas. Y me ha parecido digno de ser contado: uno de los representantes del sector, muy activo, muy valiente y muy preocupado por dar la batalla en el plano social y político, me explicaba que, contra todo pronóstico, llamó a la puerta de todos los políticos. Y que, entre ellos, uno lo escuchó activamente, actuó y cumplió su palabra. Algo sorprendente en los tiempos que corren. 

Imagínese, querido lector, el ambiente político que había en el sector del taxi de la capital española. Imagínese la imagen sobre un determinado político exiliado, al que denominaban "prófugo". 

No hay nada como un plato elaborado con tiempo, cuidado y productos auténticos.

Pues, eliminada la etiqueta, hubo alguien dispuesto a ir más allá y descubrir cuánto de cierto había en el etiquetado, comprobando que ese Puigdemont "prófugo, golpista" respondió con coherencia, palabra y seriedad ante un reclamo de un sector, el del taxi de Madrid, como ningún otro político había hecho. 

Ya ve usted, que las etiquetas se desmontan acercándose a mirar el contenido del envase. 

Ahora que algunos sentimos que aquello de la izquierda, la derecha, el centro y lo de más allá quedó sin contenido, es cuando cabe la reflexión, para mí, necesaria, de la importancia de quitar las etiquetas y atrevernos a comprobar lo que hay dentro del bote. 

Merece siempre la pena, porque compramos productos por lo que creemos que son, y no por lo que realmente contienen. Lo mismo ocurre a la hora de tomar una postura o de vomitar una idea que no ha pasado antes por nuestra propia cocina. Y ya se sabe que no hay nada como un plato elaborado con tiempo, cuidado y productos auténticos

¿Preparados para quitar etiquetas?