El arte de la negociación exige destreza y paciencia. Así lo aseguran los manuales que dan consejos para dominarlo. De hecho, parece que este era el método con que Enrico Berlinguer, el popular líder del Partido Comunista Italiano, consiguió el famoso sobrenombre de culo di ferro: ganaba todas las negociaciones porque agotaba las reuniones hasta el límite, y no se levantaba de la silla hasta cerrar el acuerdo. Gracias a esta resiliencia numantina, pero también gracias a la capacidad de ceder, consiguió un compromiso histórico con los democratacristianos. La ética de la responsabilidad pasaba por encima de la ética de las convicciones, y con Weber como cabecera, Berlinguer hizo historia.

No creo que ni Pedro Sánchez ni Núñez Feijóo tengan la paciencia negociadora del mítico político italiano. Más bien deben ser seguidores de aquel consejo de Maquiavelo según el cual no hay que ganar por la fuerza aquello que se puede ganar por la mentira. Cuando menos, este es un principio que ha seguido Sánchez durante toda su etapa política y, en general, le ha salido bien. Al fin y al cabo, también lo decía Maquiavelo: quien engaña siempre encuentra a alguien que se deja engañar. La cuestión, sin embargo, se pone interesante cuando la precipitación y la mentira no resultan útiles, porque el adversario es resistente al engaño y tampoco tiene ninguna prisa en llegar al acuerdo.

El president ha practicado el sutil arte del silencio, que, en el preámbulo de una negociación, es un lenguaje demoledor: ¿qué quiere, qué pide, a qué dedica el tiempo libre?

Esta es la situación en la que se encuentra Pedro Sánchez con respecto al president Puigdemont: no le servirán los métodos aduladores y tramposos que ha utilizado hasta ahora cuando ha negociado investiduras y presupuestos. Puigdemont es un hueso duro de roer, no tiene prisa, ha adquirido una paciencia infinita y no le podrá vender chatarra como si fuera oro. Probablemente, por eso el PSOE está bastante desconcertado a la hora de encarar la negociación con Junts, porque ya no le sirven las viejas trampas que tan bien le han salido con otros partidos. Además, Puigdemont ha marcado el primer gol cuando ha dejado claro que hay que hablar directamente con él, y no con un equipo negociador, y eso solo ya es un considerable triunfo. A partir de aquí, el president ha practicado el sutil arte del silencio, que, en el preámbulo de una negociación, es un lenguaje demoledor. ¿Qué quiere, qué pide, a qué dedica el tiempo libre? Y con el desconocimiento, se dispara la desazón, crecen las especulaciones y se entretienen los vendedores de humo. Hay que añadir que los líderes de Junts también están practicando un silencio inteligente, cosa la cual es notable en un partido que tiende a hacer más ruido de lo que sería recomendable. No hay declaraciones dispersas, ni voces disidentes de familias confrontadas, ni ninguna carrera por el titular, y todos los líderes señalan a Puigdemont cuando preguntan con quién se tiene que hablar. Es decir, y contrariamente a lo que ha pasado muchas veces, Junts está manteniendo una imagen unitaria, firme y prudente —es decir, de altura política—, y esta imagen pétrea fortalece la posición.

Hay un último elemento que sitúa a Puigdemont en ventaja con Sánchez o Feijóo: que no tiene nada que perder. Es cierto que a estas alturas nadie puede saber a quién beneficiaría una segunda vuelta electoral, pero parece muy claro que Junts sería uno de los partidos que, claramente, aumentaría su representación. Primero, porque el relato a favor de la abstención como gesto de castigo ha perdido mucho de su sentido con la actual relevancia de Puigdemont. Segundo, ha desaparecido el PDeCAT, y con este la rémora que representaban para Junts. Y tercero, porque no parece que ERC pueda detener su caída libre, acentuada por su irrelevancia en este periodo negociador.

Por cierto, y abro paréntesis, ¿cómo es posible que ERC siga equivocándose tanto, y siga salvando los muebles al PSOE, ahora con la presidencia del Congreso? ¿Tan mal han leído su catástrofe electoral? ¿No hay nadie que piense un poco más allá de la letanía rufianesca?

Con todo, parece que tanto el PSOE como el PP saben que, en una eventual segunda vuelta, pasarían dos cosas: que las mayorías absolutas seguirían resistiéndose y que, probablemente, tendrían que negociar con un Puigdemont todavía más fuerte. Y si por la parte electoral no parece que el president tenga nada que perder, por la parte conceptual, tampoco, porque el Estado —tanto con el PP, como con el PSOE— no puede hacer más daño del que ya nos ha hecho, y ya no les sirven las amenazas. Puigdemont es un hombre libre ante una negociación donde los otros están atados de pies y manos. Todo será muy difícil, ciertamente, pero nunca había sido tan interesante.