Descabezar el movimiento independentista, esta fue la estrategia de España, en palabras de Soraya Sáenz de Santamaría, y lo sigue siendo hoy. El golpe de estado contra la democracia catalana del Primero de octubre de 2017, con la policía y los paramilitares apaleando e intimidando a gente indefensa, fue la primera reacción, una acción temeraria, equivocada, que pronto fue corregida por Madrid, cuando Catalunya, en un determinado momento, se les escapaba de sus manos. Debían dejar de patear a los votantes independentistas y pasar a ensañarse sobre los dirigentes, con toda la fuerza posible del mundo. El miedo te guarda la viña, de modo que un político independentista represaliado, un hombre o mujer con la vida completamente hundida, suscitaría instantáneamente el pánico entre la gente sencilla. Así fue como os lo digo. Los viejos manuales del arte de la guerra aseguran que por cada uno duramente castigado puedes arrodillar a cientos, a miles. Carles Puigdemont que, en esa época, no dormía, lo vio enseguida. Por este motivo actuó rápido y con determinación, estableciendo el gobierno legítimo de la Generalitat, el gobierno de Catalunya, en el exilio. Concretamente en Bruselas.

Pero España no solo tenía una única estrategia. La combinaba con la vieja trampa de la división, de una división suicida que atravesaba en todas direcciones el frágil gobierno Puigdemont, igualmente a Junts y a Esquerra. La acción combinada de Oriol Junqueras y Santi Vila dio sus frutos en contra de los planes del president. Éramos una Catalunya formalmente independiente, pero nunca teníamos ni tendríamos un equipo de dirigentes que quisiera defenderla. Por ejemplo, Joaquim Forn, conseller d'Interior, primero acompañó a Puigdemont a la capital belga y luego se entregó voluntariamente a la Guardia Civil, esperando clemencia. El pueblo catalán estaba dispuesto a tomar las calles y a enfrentarse a cualquier cosa, pero el pavor más hondo e irracional se adueñó de todos los dirigentes independentistas y de sus colaboradores.

Catalunya y buena parte de los Països Catalans se llenaron de pancartas y de lazos amarillos. Pero sin atreverse a hacer nada de provecho para la independencia, por miedo a que, involuntariamente, hiciéramos daño a nuestros amigos que estaban en prisión y en el exilio

Fue entonces cuando la estrategia de Soraya Sáenz de Santamaría, la ninfa que públicamente se dejaba tocar el omóplato por el vicepresidente Junqueras, demostró lo eficaz que era. Desde que pudieron encarcelar a nueve presos políticos, todo el movimiento popular independentista dio un vuelco, cometió un gravísimo error de terribles consecuencias. El independentismo dejó de pensar en la independencia, de enfrentarse con el Estado, de hacerse cargo del territorio. Se produjo un fenómeno mental mucho más importante que cualquier Poltergeist. Este fenómeno lo conocemos bien los lectores de literatura y se llama sinécdoque, y consiste en tomar la parte por el todo. Todos tomamos a los exiliados y a los presos políticos (la parte) como si fuera el todo (Catalunya). Nos persuadimos que estas personas eran la encarnación viva de la libertad de Catalunya. Y que salvando a estas personas de la brutal, cruel represión española, estábamos salvando la libertad de nuestra nación. Por eso Catalunya y buena parte de los Països Catalans se llenaron de pancartas y de lazos amarillos. Pero sin atreverse a hacer nada de provecho para la independencia, por miedo a que, involuntariamente, hiciéramos daño a nuestros amigos que estaban en prisión y en el exilio.

Descabezar el movimiento independentista ha sido la gran idea, el gran éxito de España, porque el pueblo catalán cayó de cuatro patas en la trampa

Descabezar el movimiento independentista ha sido la gran idea, el gran éxito de España, porque el pueblo catalán cayó de cuatro patas en la trampa. Y todavía estamos y estaremos mucho tiempo ahí. Pasamos de luchar contra enemigos reales a combatir en una lucha imaginaria que nos proponían. Una lucha que no era más que una gigantesca maniobra de distracción. España enfocaba a un buen hombre, un intelectual sin ningún tipo de experiencia en estrategia ni ningún conocimiento de la política y que había sido nombrado presidente de la Generalitat por casualidad, Quim Torra. Y se dedicaron a masacrarle, a difamarle, a ridiculizarle. Utilizaron fotografías de su hija, de su mujer. Miquel Iceta se inventó que era una nazi y lo fue difundiendo y Quico Sallés dijo por tevetrés que era un inútil absoluto, por lo que no me hablo ni me hablaré nunca más con este simpático periodista partidario de los métodos de Lynch.

Hoy, ahora, la atención informativa está abocada a Laura Borràs y a su peripecia biográfica. Borràs es mucho más útil que Torra porque tiene un espíritu más combativo y métodos de lucha más discutibles. Pero sigue siendo una gigantesca maniobra de distracción. Porque mientras nos dedicamos a Borràs siguen gobernando Pedro Sánchez y Pere Aragonés, los cuales harán durar el conflicto en la medida de lo posible. Varias personas insistimos y volvimos a insistir. La causa de Borràs no es la causa de Catalunya, la estrategia de España es la de siempre y siempre les funciona porque nosotros siempre acabamos metiendo la pana. No hay manera de que se entienda. Esto es como cuando los aliados debían desembarcar en Europa en 1944. Realizaron una fabulosa maniobra de distracción simulando que querían desembarcar en Calais. Por eso bombardearon mucho Calais para hacer verosímil el engaño. El catalán Garbo, espía de los británicos, aseguró a Hitler que los aliados desembarcarían en Calais. Pero era una estrategia para desembarcar realmente en Normandía. Lo diré aún más fácil. Borràs es como Calais. La lucha independentista es como Normandía. Mientras tengamos nuestras escasas fuerzas y todos nuestros pensamientos pensando en Calais el independentismo político, como posibilidad real para la independencia de Catalunya, está completamente muerto y acabado. Sunzi, el gran general, el gran sabio en el arte de la guerra, dijo en el siglo IV antes de Cristo que hay que olvidar, desentenderse del general que ha sido capturado por el enemigo. Que no debemos distraernos y que debemos ganar la guerra. Sólo pensar en la victoria colectiva y no acordarse de ninguna persona en concreto, aunque sea humanamente muy duro. Porque la guerra tiene sus normas. Y no son precisamente las normas de unos Juegos Florales.