El lector habrá coincidido con más de un camarada de militancia independentista que, desde el pacto de investidura con el PSOE, se deshace en alabanzas a Pedro Sánchez. Los catalanes somos un animal político adorable y, aparte de aceptar con alegría que nos den por el saco, lo celebramos todavía más si el verdugo en cuestión parece la reencarnación de Maquiavelo. Es así como, de una forma más bien freudiana, la mayoría de los conciudadanos admiran que el líder del PSOE haya tomado el pelo a Puigdemont y Junqueras con una serie de promesas que, como se ve a día que pasa, siempre esconderán una cuota importante de letra pequeña; ha ocurrido con el tema catalán en Europa (el cual, una vez cerrada la presidencia de turno española en la UE, tiene escasas posibilidades de prosperar) y también cuando se manifieste que la ley de amnistía tendrá un despliegue mucho más empinado de lo que imagina todo dios.

Pero el independentista decepcionado se expresa de una manera muy particular, que pide un diván con extra de cojín. Entiende que Sánchez es una persona sin ningún tipo de principios, pero que, a diferencia de los líderes del procés (que comparten el mismo defecto), consigue sobrevivir a sus propias mentiras. La cosa tiene su coña, porque la derecha española tiene toda la razón del mundo en subrayar los tics autocráticos del presidente y su cinismo (a saber, recalcando que el Ejecutivo no para de contaminar el poder judicial a base de enchufar a exministros y aprobando una amnistía que Sánchez perjuró que no firmaría nunca, desplegada con una destacable opacidad parlamentaria), y también la tienen los votantes socialistas a los que se les ha hecho tragar el indulto general sin ninguna consulta. Pero eso da lo mismo, porque Sánchez se quedará tiempo en La Moncloa y tiene a gran parte de Catalunya babeando.

El electorado catalán ya tiene bastante experiencia para no enamorarse de la gente equivocada, lo cual incluye a los líderes de la izquierda española y a los falsos profetas del independentismo

El PSOE es muy consciente de este hecho (tampoco hay que ser un genio, pero qué le vamos a hacer) y aprovecha el esplendor de su líder haciendo cosas como denunciar a Santiago Abascal en la Fiscalía por delitos de odio a raíz de las famosas declaraciones sobre la posibilidad de "colgar a Sánchez por los pies" y también ideando performances tan cachondas como poner en el mismo escenario al presidente con Jorge Javier Vázquez para que hagan unos jijis al respecto de tener un mediador salvadoreño. Mientras el capataz va ganándose una cierta fama entre los catalanes, como lo hizo ZP justo a raíz de la aprobación del Estatut, el procesismo tira del carro de la teta afirmando una cosa tan delirante como la amnistía será el preludio del referéndum. La idea todavía tiene más gracia, pues si Sánchez indultó a los políticos del procés y ahora los amnistía es justamente porque los ve incapaces de imponerlo como condición.

De hecho, y eso explica el acercamiento de Sánchez a Zapatero, el actual inquilino de La Moncloa está intentando repetir el clima de falsa concordia que preludió el tripartito en Catalunya. Salvador Illa no tiene un carisma excesivo ni una ambición desmesurada, pero tiene bastante con ver como el Govern hace el ridículo admitiendo que no sabe ni leer los resultados del informe PISA para ir ratificándose en la opción más sensata para la gente juiciosa. Siguiendo con el paralelismo, los nostálgicos de Convergència sueñan con el establecimiento de un nuevo gobierno que excluya el mundo de Junts de la Generalitat para reagruparse de la misma manera que hizo Artur Mas durante la regencia de Maragall y Montilla. La política catalana tiene tan poco ánimo que la mayoría de sus pequeños líderes solo piensan en chutar la pelota lo más lejos posible. Lo único que les puede hacer traquetear es que persistamos más en la abstención.

Amar a Pedro Sánchez será una operación similar a adorar a Zapatero. La diferencia, no obstante, es que el electorado catalán ya tiene bastante experiencia para no enamorarse de la gente equivocada, lo cual incluye a los líderes de la izquierda española y a los falsos profetas del independentismo. Lo único que no pueden controlar, insisto, es que decidas no formar parte de los cimientos de esta pantomima. Hay poco margen, es cierto, pero eso cuando menos está en tus manos.