Pasen y vean. Esto es España. ¿Qué quieren? ¿Dimisiones? Para eso vayan a Reino Unido o a Alemania. Allí la mentira se paga. Aquí no pasa nada. Es el país de los papeles de Bárcenas, el “Luis sé fuerte, hacemos lo que podemos” y los finiquitos en diferido. Todo vale. Aunque la patraña sea del tamaño de la encina en la que ahora se inspira el partido en el Gobierno.

Es un clásico. Y algo tendrá que ver con que la trola, la “pillada” o el escándalo tenga siempre una justificación ideológica, eso de que si el embuste es de uno de los nuestros, es menos embuste, y además hay que ocultarlo en página par y, a ser posible, en un breve.

Tan vieja como el caballo de Troya o tan moderna como las armas de destrucción masiva, hay mucha mentira en la política española. Ya lo decía Orwell: que el lenguaje político está diseñado para que los embustes suenen a verdades, para que el crimen parezca respetable y para dar consistencia a lo que es sólo viento. Y entre todos lo hemos permitido. Partidos, ciudadanos y medios de comunicación.

¿Hasta cuándo y hasta dónde? No hay límites ni nadie dispuesto a establecerlos y que sean infranqueables. Por mucho código ético que inventen unos y otros, aquí nadie cumple ni con lo escrito y rubricado por uno mismo. Ha llegado el turno de Cristina Cifuentes. Tan ufana ella el martes durante su comparecencia ante la comisión que investiga la financiación ilegal del PP en el Congreso como suelta en el discurso sobre la regeneración democrática que va ahora y se queda sin palabras. Un máster, un título, una calificación falseada y una información del diario.es sobre cómo presuntamente le regalaron un título por la cara. ¿Por ser ella y por ser la universidad pública que creó el PP para sus cargos y para que impartieran allí clases sus “amiguetes”? Ella ha aportado pruebas documentales que no convencen.

Supongamos que todo es presunto, que en realidad todo fue un error de la Universidad Rey Juan Carlos, que el profesor confundió el “no presentado” con el “notable” y que la presidenta de Madrid obtuvo su título como cualquier otro alumno. Si es así por qué calló sin ofrecer una sola explicación publica hasta 14 horas después de que se conociera la noticia y sólo ante los micrófonos de una radio privada.  ¿Dónde está el trabajo de fin de máster?

La pregunta está sin responder y las versiones son contradictorias. Y si alguien no se puede permitir dejar la versión de los hechos en manos de un tercero esa es Cristina Cifuentes, de las pocas si no la única del PP que ha llevado a la Fiscalía la corrupción de algunos de sus compañeros de partido. Mucho menos que las explicaciones que vayan acompañadas del relato de dos profesores vinculados al PP y enchufados por el mismo partido en cargos de libre designación.

Haya o no fuego amigo, Cifuentes ya llega tarde. Cada minuto que pasó sin aportar pruebas concluyentes fue interpretado como tiempo ganado para la construcción de un expediente y una documentación a medida. Y para entonces  ya daba igual saber quién y por qué se empeñó en desenmascarar a la presidenta regional; si el suyo es uno más de cuantos nombres alguien está empeñado en eliminar de la lista de posibles sucesores de Rajoy; si cayó en desgracia en el PP el día que Granados “cantó” la Traviata en la Audiencia Nacional o si hay interés en crear en torno a ella una atmósfera adversa que acabe con su carrera más pronto que tarde.

De momento, sale tocada y nadie sabe sí quizá “hundida” para seguir en la lista de populares con proyección a futuro. En Génova han saltado todas las alarmas. Hay nervios, muchos.