Hay momentos vitales en que se impone el exilio interior para llenar vacíos de existencia propia o ajena. Y pasa que a veces las circunstancias, los acontecimientos, la responsabilidad o el contexto llevan a uno al regreso, aunque éste acabe siendo del todo imposible. Pasa en la vida, en la política y en el PSOE: esa nostalgia por el pasado que se fue, esa añoranza de un tiempo mejor, ese recuerdo baldío de lo que fueron y ya no son.

Cada vez que la figura de Felipe González asoma por la escena pública, hay quienes dentro y fuera del PSOE sienten morriña. Si además el mismo día de la reaparición mediática del expresidente coincide con una entrevista de Zapatero y una tribuna abierta de Rubalcaba, la borrachera de nostalgia por un tiempo mejor puede ser tumbativa y la “orfandad representativa”, compartida.

Coincidencia o no, no es frecuente que tres exdirigentes de tanto peso en el pasado del socialismo compartan titulares el mismo día. En el PSOE solía ocurrir sólo cuando se coordinaba una respuesta. Dos, tres, cuatro, cinco y hasta media docena de históricos salían en tromba para fijar una posición común, para marcar el camino, para dar un toque de atención…

La última vez fue después de las elecciones del 2016 en un armonizado intento de presión para que Pedro Sánchez pasara del “no” al “sí” en la investidura de Mariano Rajoy. Luego, vino lo que vino. La dimisión de la mitad de la Ejecutiva, la renuncia del secretario general, el intento baldío de llevar en volandas a Susana Díaz hasta la secretaría general y la posterior batida en retirada de los hasta entonces referentes políticos y orgánicos del socialismo español.

Hay heridas que tardan en cicatrizar y otras que no se cerrarán nunca

Desde entonces, quienes estuvieron de un modo u otro no tanto con la candidatura de Díaz como contra la de Sánchez se han cuidado mucho de hacer un sólo pronunciamiento público sobre el PSOE, sobre su líder o sobre el devenir de la política. Hay heridas que tardan en cicatrizar y otras que no se cerrarán nunca.

Las que dejó el último congreso federal del PSOE no han sanado todavía. De ahí que la coincidencia en la escena pública del “tridente” González-Rubalcaba-Zapatero haya despertado, con fundamento o no, la sospecha. No hay que estar en ninguna conspiración ni ser un lince para colegir que si el tridente González-Zapatero-Rubalcaba (como se les conoce en Ferraz) emiten el mismo día sobre el conflicto catalán, la Constitución  y la necesidad de que alguien defienda un proyecto de país es que no están muy satisfechos con el papel desempeñado por el Gobierno frente al independentismo, pero tampoco con el de su partido.

Y si lo han hecho inmediatamente después de las elecciones catalanas, el decepcionante resultado del PSC y la publicación de varias encuestas en las que el PSOE no remonta es porque ha vuelto la preocupación, se ha abierto la veda y se ha roto con la calma tensa que se impuso tras el último congreso. Y esto no quiere decir que se haya inaugurado una nueva ofensiva contra el secretario general, sino más bien que el socialismo quiere preservar el poder institucional que aún le queda, y que está sobre todo en las autonomías.

Que a nadie extrañe que, a falta de año y medio para las elecciones autonómicas y municipales, y tras el primer “aviso” de González, Zapatero y Rubalcaba, vayan desfilando voces que rompan con el silencio autoimpuesto y que en absoluto tiene que ver con un regreso imposible que algunos desearían. Si algo ha aprendido el PSOE en los últimos tiempos es que no hay nada peor que perderse en el laberinto del tiempo.