Que Màxim Huerta era la cuota friki de Pedro Sánchez tras configurar un Gobierno de gran tonelaje profesional y político estaba tan claro como que el flamante ministro de Cultura iba a dar grandes tardes de gloria. Por su frivolidad, por su espontaneidad, por su verbo fácil, por su pasado tuitero… Era cuestión de tiempo, aunque nadie imaginó nunca que fuera cuestión de días.

Lo justo para que saltaran a la prensa sus problemas con el fisco por crear una sociedad a través de la cual defraudó 218.322 euros. El ministro más efímero de la democracia llegó mal y se fue peor. Lo sorprendente es que a primera hora de la mañana no tuviera intención de irse ni nadie en La Moncloa, intención de que se fuera. Total, a qué puerta no ha tocado Hacienda. La Agencia Tributaria tiene esas cosas, que bucea, investiga, reclama, abre paralelas y sanciona. Y si uno además constituyó una empresa para pagar menos y deducirse más gastos, incluidos los de la casa de la playa, pues tiene más papeletas.

Abogados, actores, periodistas, comunicadores han facturado a través de empresas propias para pagar un 25% por ciento del beneficio y no lo que estipula el IRPF, que llega casi al 50 por ciento. La cuestión es que durante años la Administración Tributaria lo permitió. Pero llegó la crisis y el Gobierno Zapatero cambió la norma, que Montoro ordenó aplicar sin clemencia contra determinados colectivos.

¿Qué le pasó al ya exministro? Pues que cuando le negaron la razón en la vía administrativa, presentó un contencioso ante los tribunales y convirtió su caso en pasto de la justicia. No fue el único, aunque, a diferencia de él, otros nombres conocidos ganaron el pulso, y evitaron así ver su nombre en la letra impresa de sentencia. Si hubiera renunciado a su legítimo derecho de defensa, esto es pagar y callar, se hubiera evitado un disgusto y al Gobierno un mal estreno. Por cierto, que la simpatía que Montoro despertó durante años entre personalidades de izquierdas y derechas tuvo que ver mucho con este tipo de inspecciones y con sus insinuaciones en sede parlamentaria sobre qué colectivos estaban bajo su indiscriminada lupa.

Si Pedro Sánchez hubiera mantenido a Huerta en su puesto, hubiera cometido el mismo error que antes cometieron otros: justificar comportamientos que no hubiera tolerado en sus adversarios políticos

Da igual ya lo que ocurriera. Màxim Huerta tenía un problema, y no era el fisco, sino una sentencia condenatoria y además formaba parte de un Gobierno que ha llegado con, entre otros compromisos, el de regenerar la vida pública y acabar con según qué prácticas y comportamientos en la esfera política.

Si Pedro Sánchez, que no conocía la situación fiscal de su ministro, hubiera mantenido a Huerta en su puesto, hubiera cometido el mismo error que antes cometieron otros: justificar comportamientos que no hubiera tolerado de haberse cometido por sus adversarios políticos. Y Huerta se habría convertido en el pim-pam-pum de una derecha ávida de morder a la primera de cambio la yugular de quienes creen que le han arrebatado ilegítimamente el poder. Derecha, por cierto, que tardó horas en exigir al exministro lo que no hizo en años con algunos de sus dirigentes más ilustres y por comportamientos ilícitos mucho más reprochables.

El PP no sabe ejercer la oposición de otra manera. Pero más allá de cómo eleve el tono la derecha política, Huerta debió esforzarse un poco más en recordar su pasado y comentarlo con el presidente del Gobierno cuando le ofreció el puesto. Si no lo hizo fue por olvido o porque fue un ingenuo. Y en este país ya no hay cargo que aguante la presión de una condena por fraude fiscal. Es cuestión de ejemplaridad. Lo contrario hubiera sonado a más de lo mismo.

Con todo, no fue el fraude, ni la sentencia, ni la “jauría” a la que se refirió despectivamente el exministro la que le hizo caer en once horas, sino un vídeo en el que aparece el presidente del Gobierno hace años diciendo que si un miembro de su ejecutiva del PSOE creara una sociedad para pagar menos impuestos y él se enterara de ello, duraría menos en el partido que un bizcocho en la puerta de colegio. Con más motivo, Huerta no podía seguir en Cultura.

El presidente del “no es no”, el hombre que dejó su escaño en el Congreso para hacer honor a la palabra dada no podía permitirse un Huerta en el Consejo de Ministros. Lo contrario, le hubiera marcado para el resto. Pues eso, que no dimitió el ministro, sino que le dimitieron. Se anota así un nuevo tanto Sánchez, después de la decisión del Aquarius, con otra reacción inmediata. Se llama marcar diferencias.