Ya es un éxito. No hace falta que se molesten en contar. Seremos tantas que no habrá calculadora ni programa informático capaz de sumar. El movimiento ya es un éxito. Imparable, global y transversal. De ahí que tenga menos sentido aún que la derecha política, una parte de la Iglesia católica o la CEOE se empeñen en despreciar el clamor de las mujeres contra una estructura masculina de poder, contra la brecha salarial, contra el acoso, contra la violencia machista, contra la precariedad, contra el techo de cristal, contra la desigualdad…

Por suerte, ya no necesitamos el permiso de ningún dios o patrón para ir a la huelga. Esto no va de siglas, ni de modas, ni de antojos, ni de un único manifiesto. Son tantos los motivos por los que hay que protestar y las causas que aún hay que librar que el tsunami debería haber alertado a quienes aún soslayan la importancia del movimiento y se incomodan con tan sólo escuchar la palabra “feminismo”.

Nosotras, las que llevamos el diablo dentro —monseñor Munilla dixit—, no vamos a sucumbir ni a callar ante el museo de la vergüenza de quienes pagan menos salarios por idénticos trabajos en razón del sexo; de quienes matan a sus parejas; de quienes acosan en la calle o en el trabajo; de quienes impiden que, aún estando más preparadas que muchos de ellos, nos sentemos en los consejos de administración de las empresas; de quienes exhiben a la mujer como un trofeo y de quienes van de “machirulos” en la oficina, en casa, en las redacciones, en el Parlamento o en las redes sociales.

Son tantos los motivos por los que hay que protestar y las causas que aún hay que librar, que el tsunami debería haber alertado a quienes aún soslayan la importancia del movimiento y se incomodan con tan sólo escuchar la palabra “feminismo”

Sí, también en las redes sociales, un terreno del que estos días se ha hablado poco y ha estado siempre abonado para las agresiones contra las mujeres. Insultos, amenazas y difamaciones. Una dinámica de linchamiento, a veces amparada por los partidos políticos, contra las mujeres por el hecho de serlo y tener opinión propia.

Que levante la mano la primera que haya abierto la pestaña de menciones y no haya encontrado insultos sexistas. Ya Amnistía Internacional advirtió con una investigación realizada en ocho países, incluido España, sobre el impacto del acoso contra las mujeres en internet. Twitter, Facebook o Instagram convertidos en un lugar cada vez más tóxico y temible para las mujeres que, si además tienen cierta exposición pública, son blanco seguro para la más violenta y sexista lapidación. Todo un aluvión de odio focalizado especialmente contra las más activas en internet, que a diario sufren abusos de naturaleza misógina o sexista y acaban teniendo lamentablemente un efecto silenciador sobre sus opiniones.

Muchas se han llegado a alejar de conversaciones públicas o autocensurar por temor a su privacidad o seguridad. Poco han hecho hasta hoy las empresas de redes sociales para contener este tipo de ataques, menos los gobiernos y nada los partidos políticos, ya que algunos de los exabruptos han sido a menudo dirigidos desde sus propios departamentos de redes. A algunos de sus representantes les veremos hoy tras la pancarta del 8-M abrazando la causa feminista como si desde el poder que ejercen no hubieran sido cuando menos cómplices de las más repugnantes actitudes sexistas.

Pues su tiempo también se acabó porque las que llevamos el diablo dentro tampoco callaremos ante ese tipo de repugnante machismo  y miseria moral.