La carta que el Gobierno envió en enero a los jubilados anunciando la subida de un 0,25 por ciento de su pensión ha hecho más por la movilización de los yayos que cualquier plataforma organizada que haya animado a la protesta. Gastar más dinero público en un mailing de indecente y falaz autobombo que en revisar la cuantía de las pensiones dice mucho de lo que le importa a la derecha española que los mayores puedan vivir dignamente. Y eso que casi el 40 por ciento de su electorado tiene más de 66 años y la media de su votante roza los 57.

Aquello del respeto a las canas y de honrar a los mayores no va con ellos. Basta escuchar a Celia Villalobos quejarse de que algunos llevan cobrando más años la jubilación que tiempo han trabajado. Sabrá la reina del “Candy Crush" lo que es partirse el lomo y pagar con poco más de 600 euros la luz, el agua, la calefacción y la comida y aún así destinar unas perrillas para ayudar al hijo en paro o a los nietos que buscan el primer empleo.

No había ofendido bastante Villalobos, que sale Cristóbal Montoro a agraviar un poco más con una insultante bajada del IRPF a los jubilados, algo que ya había anunciado por otra parte el pasado otoño para rentas bajas y colectivos dependientes y nunca cumplió. Esto por no hablar de que la medida afectaría a los que tienen la pensión más alta que son los menos porque el resto, más de un 60 por ciento, hace tiempo que están exentos del impuesto sobre la Renta.

Que hayan sido los jubilados quienes hayan tomado la calle es toda una lección de dignidad que sólo los que peinan canas son capaces de dar 

Y esto mientras el PP construye su discurso sobre pensiones sobre dos grandes falacias: una que heredó en quiebra el fondo de reserva de la Seguridad Social y dos, que el Gobierno anterior también bajó las pensiones. Más de 60.000 quedaban en la hucha de las pensiones cuando Rajoy llegó al Gobierno. Ni un euro queda. Y el PSOE congeló el primer año de la crisis las pensiones, sí, pero salvando de la refrigeración las mínimas y después de incrementarlas entre 2004 y 2011 un 50 por ciento.

El insulto y la falacia no puede ser mayor, pero se trata tan sólo de salir al paso de la protesta, calmar la ira de los manifestantes de pelo gris y apaciguar a una sociedad donde no hay colectivo que no empatice con esta indignación.

Que hayan sido los jubilados, y no los trabajadores precarios, los falsos autónomos o los directamente explotados quienes hayan tomado la calle es toda una lección de dignidad que sólo los que peinan canas son capaces de dar. Ahora sólo falta que desde micrófonos y diarios dejemos de hablar con tanta solemnidad de la necesidad de subir salarios y empecemos a contar cómo y en qué condiciones trabajan los de 20, los de 30, los de 40 y los de 50 años. No hace falta que miremos muy lejos para darnos cuenta de que no basta con pontificar, sino que hay que reivindicar que se dignifique el trabajo en todos los sectores y en todos los ámbitos de nuestro mercado laboral.