Si los políticos hicieran política y antepusieran lo racional a lo emocional, el arranque de esta Legislatura, la XIII, ya se habría escrito. Más allá de distancias ideológicas, en este nuevo bucle institucional hacia el que transita España cuenta, y mucho, el factor humano de cada uno de los actuales líderes políticos. Una cuestión que no siempre es decisiva, pero sí resulta imprescindible para que fluya la empatía, discurra por buen cauce toda negociación y se puedan sellar pactos.

Sin una mínima capacidad de seducción sobre los adversarios, no es posible sortear obstáculos, apartar diferencias o ceder espacios. Y en el actual marco político los vetos cruzados tienen mucho que ver con los desafectos personales. Ya saben que la malquerencia entre Pedro Sánchez y Albert Rivera es mutua. El primero no le perdona al segundo que, en septiembre del año pasado, aprovechara el el impacto de la dimisión de la exministra de Sanidad, Carmen Montón, por presuntas irregularidades en un máster, para sembrar dudas sobre sus tesis doctoral. Y el segundo aún no ha superado que el líder del PSOE conquistase La Moncloa con una moción de censura justo en el momento en que todas las encuestas le daban como ganador indiscutible de unas elecciones y todos los espejos del Palacio de San Jerónimo le decían que era el más alto, el más guapo y el más capaz de cuantos líderes había parido la democracia española. De aquellos polvos estos lodos con los que algunos pretenden normalizar que Rivera vaya a dar el segundo plantón al presidente del Gobierno en funciones cuando éste le convoque la próxima semana otra vez en La Moncloa.

El acuerdo PSOE-Ciudadanos siempre tuvo más de deseo de las élites que de realidad política

A veces el factor humano lleva a la soberbia y ésta a confundir las diferencias políticas con la falta de respeto institucional y la liturgia que precede a toda investidura, independientemente de que vaya a resultar o no fallida. La actitud es tan párvula como insolente y dice mucho de la compleja personalidad de Rivera.

Pero como el acuerdo PSOE-Ciudadanos siempre tuvo más de deseo de las élites que de realidad política, dada la inquina que se profesan ambos líderes, tampoco hay que detenerse demasiado en quien se descalifica por sí solo con sus hechos. El lado racional nos hace predecibles y el factor humano echa por tierra las predicciones más bienintencionadas. Ni los padres intelectuales de Rivera imaginaron nunca que el proyecto Ciudadanos fuera a descarrilar por la personalidad de alguien tan dado al narcisismo.

Claro que Rivera no es el único que en el actual universo político destaca por su egocentrismo. Le pasa a Sánchez, le pasa a Iglesias, le pasa a Casado y le pasa a Abascal. Cada uno parece tener la imperiosa necesidad de sentirse protagonista de un cambio trascendental en la historia. Todos se creen inigualables. El líder del PSOE porque llegó al poder contra todo pronóstico y tras haber sido enterrado y resucitado varias veces. El de Podemos porque defiende que sólo su presencia en el Gobierno garantiza la justicia social en una España donde las cicatrices de la Gran Recesión aún son profundas. El del PP porque cree que sólo él puede garantizar la unidad de España. Y el de Vox porque en su mano está la gobernabilidad de varias comunidades autónomas.

Con estos mimbres, juzguen ustedes, pero el acuerdo no asoma por ningún lado. El factor humano lleva en ocasiones a equivocaciones estruendosas como la del ejercicio de vetocracia que bloquea la posibilidad de que el próximo 23 sea investido un presidente de Gobierno. Seguimos esperando…