Catalunya le sonríe, la demoscopia le eleva y él camina tres pasos por encima del suelo. Albert Rivera se consolida como principal competidor de la derecha tradicional en un mapa político en el que la izquierda ni remonta ni suma. El “efecto Sánchez” duró poco más que un bizcocho en la puerta de un colegio; la indefinición en el asunto catalán ha engullido a Pablo Iglesias y el PP ha entrado en barrena. Casi un millón y medio de votos ha perdido en poco más de un año el partido del Gobierno. Y todos, salvo un puñado, se han ido a Ciudadanos, que pesca además —aunque en menor medida— en los caladeros de PSOE y Podemos. No sorprende así que Rajoy haya tocado a rebato y sus cuadros y ministros se hayan aficionado a tanta entrevista.

Los expertos dicen que las encuestas detectan ya una pulsión de cambio y que si entre los electores de 25 a 55 años, Ciudadanos ya es el partido más votado, entre los mayores de 65 —principal nicho de los populares— tampoco genera rechazo ni cuesta imaginarle, a diferencia de a Sánchez o Iglesias, a los mandos de La Moncloa. En menos de año y medio sabremos si los sondeos aciertan o se equivocan porque municipales y autonómicas del 2019 serán su principal prueba de fuego.

Hasta entonces, Rivera no se lo pondrá fácil a los populares, que ya le han convertido en su punching ball diario: que si sus principios, como la cadena perpetua, son revisables; que si tiene más marketing que criterio; que si sabe más de comunicación que de política…

Así anda el centro derecha, atizándose con saña ante los micrófonos y peleando por un espacio que hasta ahora sólo ocupaban los populares

Así anda el centro derecha, atizándose con saña ante los micrófonos y peleando por un espacio que hasta ahora sólo ocupaban los populares. Rivera ha entrado en el cuerpo a cuerpo y directamente con el presidente del Gobierno y le ha acusado de ser “especialista en proteger a los corruptos de su partido”. Lo ha dicho poco después de que Francisco Correa declarara en el Congreso por videoconferencia lo mismo que dijo ante la Audiencia: que el PP se financió ilegalmente con dinero negro.

Antes que el cabecilla de la trama Gürtel ya lo escribieron varios jueces en unos cuantos autos, lo declararon media docena de empresarios ante los tribunales y hasta lo confesó uno de los suyos, el arrepentido Ricardo Costa. ¿No se enteró de ello Rivera? ¿No sabía de la financiación ilegal del PP hasta ahora? Pero de ser así ahora parece estar muy seguro. Tanto que ha llegado a la misma conclusión a la que otros llegaron antes: “España no se merece un presidente como Rajoy que no lucha contra la corrupción”. E incluso lo explicita de otro modo: “Nuestro país merece un presidente valiente que se enfrente con coraje a las tramas de corrupción de todos los partidos, incluso el suyo”.

¿A qué espera? Los números dan. Hay mayoría parlamentaria, salvo que hablemos de afinidad ideológica, y no de la urgente necesidad de sacar de La Moncloa, en palabras de Rivera, a un “protector de corruptos”. Será que una cosa es amagar, y otra dar. Y Rivera, pese a lo que diga, crea o vea, no está dispuesto a hacer caer al Gobierno. Y, mientras, Rajoy se regodea y se hace selfies en los jardines de La Moncloa.