La frase del título ha sido expresada hoy en el pleno del Parlament. Un par o tres de veces. Y recordar cosas como estas es muy sano. Aunque sea de vez en cuando. Porque, sí, estamos donde estamos -aunque donde estemos a veces no sea nada del otro mundo- porque antes que nosotros ha habido mucha gente que ha trabajado. Y ha luchado. Y no se ha conformado. Y ha hecho. Algunos personas conocidas, pero sobre todo mucha gente anónima. Porque la libertad no es ir de cañas sino querer cambiar las cosas. Y trabajar para que cambien. O al menos intentarlo. Y hacerlo tanto en silencio como tozudamente.

Cuando he oído que estamos donde estamos por el trabajo de mucha gente no he podido evitar pensar en el señor Josep Valls, un pastelero del barrio de la Morera de Badalona que murió ayer a los 86 años y que hizo una cosa sensacional en la no sólo no creía nadie sino que quien tenía la capacidad de decidir se la creía en contra.

Año 1879. Junto a la playa que hay delante de la fabrica del Anís del Mono de Badalona construyen un pantalán. Su función es permitir que los petroleros amarren para poder descargar carburante. Año 1965, la empresa CAMPSA, que junto a la arena dispone de unos inmensos depósitos, construye lo que se conoce como el Pont del Petroli. Es mucho más moderno y está mucho más preparado para hacer su función. Una de las imágenes de aquella Badalona donde a menudo llovía un polvo extraño que dejaba la ropa aceitosa, era la de oscuros barcos vaciando sus intestinos a través de los tubos que circulaban por aquella barra de madera que entraba 250 metros mar adentro.

Pero llegaron los JJOO de 1992 y la costa barcelonesa aprovechó para sacar de primera línea de mar las industrias que le tapaban la vista y le hacían de barrera. Los pisos sustituyeron a los depósitos, pero el pantalán se quedó allí muerto de asco. Hasta que en el año 2001 las autoridades locales determinaron que aquello molestaba y había que hundirlo. Y aquí está donde entra el señor Valls y su decisión de salvar aquel puente que no llevaba a ninguna parte. Y así fue como este pastelero, que para muchos era un friqui que defendía sueños imposibles, fue a comprarse unos cuantos tarros de pintura azul y una brocha y cada día iba un rato a pintarlo. Azul porque era el color del mar y a pintarlo porque -decía- era la manera de dignificarlo.

Con él empezó todo. Al principio era él solo yendo a la redacción de la edición local de El Punt que estaba en la calle Conquesta con una carpeta y la explicación del porqué hacía falta conservar el pantalán. Y el periodista Guillem Vidal recibiéndolo en un altillo casposo que había, escuchándolo atentamente. Era cuando el señor Valls repartía unas galletas con forma de caballito de mar que elaboraba en su pastelería. Después se le añadieron los submarinistas, porque aquella es una gran zona para practicar este deporte y porque hay unos caballitos de mar endémicos. Seguidamente algunos sospechosos habituales de la ciudad como Antoni Poch. Y al final un día hubo una manifestación multitudinaria que desbordó todas las previsiones. El puente estaba salvado y en el 2009 se reabrió ya remodelado.

Actualmente está cerrado porque la levantada del 2017 lo estropeó y el temporal Glòria del 2020 lo partió en dos, pero él continúa allí. Y si los estudios de la UPC y una inversión millonaria lo permiten, un día u otro volverá a ser el que fue. Mientras, seguirá siendo uno de los grandes símbolos visuales de Badalona inmortalizado en miles de fotos y decenas de anuncios. Gracias al señor Josep Valls, que estuvo meses protestando en la plaza del ayuntamiento con una pancarta y que todavía tenía tiempo para asfaltar personalmente una calle de su barrio para denunciar la dejadez del consistorio.

Tenemos la suerte de que nuestro país está lleno de señores Valls. Personas anónimas que, con su determinación, han hecho que sucedieran cosas imposibles. Algunas muy sonadas y otras pequeños granitos de arena, que, todos juntos, han acabado construyendo la playa donde ahora se baña la gente pero que hace 50 años era una pista de alquitrán. Los señores Valls pasan, ley de vida, pero su trabajo anónimo queda. Y les tenemos que estar muy agradecidos. ¡Mucho!