Xavier García Albiol alargó su gadgetobrazo, móvil en mano. El selfie estaba a punto. En el encuadre, del PP también estaban Dolors Montserrat (la eurodiputada abanderada contra el catalán), Enric Millo, quien fuera delegado del Gobierno en Catalunya (aquel que tenía miedo del Fairy como arma de destrucción masiva) y Andrea Levy (ya exdiputada, por suerte), la que masticaba chicle burdamente en su butaca del Parlament, con actitud desganada y arrogante.

Justo en medio de esta jungla derechista, sobresalían dos miembros del PSC: en primer término un sonriente Miquel Iceta, que ahora pasea su cinismo en París en una jubilación dorada en la Unesco, y un poco más hacia atrás, como si no estuviera pero sí, se veía a un aburrido Salvador Illa, que entonces todavía no era ministro de Sanidad, ni jefe de filas de su partido en nuestro país, aquel que él llama comunidad y que pronuncia Cataünya. Corría el año 2017 y el club del 155 estaba bien satisfecho. El anticatalanismo es el pegamento que más une.

Y todo eso pasaba en Barcelona, en una concentración por la unidad de España convocada por Sociedad Civil Catalana, aquella plataforma de ultraderecha que escogió un nombre que no la define para nada, como pasa con Manos Limpias, que de limpio no tienen nada. En esto son expertos, esta gentuza: apropiarse de palabras y expresiones que nos pertenecen a todos o que significan lo contrario de lo que realmente son, para confundir al personal. También sucedió con Ciudadanos que, usando esta palabra como marca, parece que solo sean ellos los relativos o pertenecientes a una tierra. Afortunadamente, les queda poco.

Hubo complicidades hirientes: Pablo Iglesias afirmando que el independentismo había despertado al fascismo o Mònica Oltra mofándose del exilio del president Puigdemont, en referencia a las 'comilonas' que se daba por el mundo

Desde entonces, a medida que se ha ido abriendo la caja de Pandora de toda esta persecución politicojudicial contra el independentismo catalán, muchos se han querido sumar, apuntándose al carro de la ignominia. Sí, digo infamia porque uno puede no ser independentista pero la lucha subterránea del Estado contra el soberanismo ha sido antidemocrática. Y sí, digo ruindad porque ha habido actores secundarios que, pudiendo desmarcarse, ayudaron a meter el dedo en el ojo, sin calcular que un día los ojos se los sacarían a ellos. Y hoy, a toro pasado, algunos progresistas se empiezan a dar cuenta de ello o, cuando menos, hacen ver que se caen del guindo y ahora todo son llantos. Y después todo serán prisas. Y antes la guerra sucia no existía.

Podíamos medio esperar ataques feroces y fuera de la ley por parte de la fauna de partidos, instituciones y medios pseudofranquistas y sus herederos y sucedáneos. Menos previsible fue la hiriente complicidad de supuestos sectores de izquierda (¿tú también, Brutus?) que ahora lloran por el lodazal que contribuyeron a amasar y en el que se han quedado estacados. Pablo Iglesias, el diciembre de 2017, dijo que el independentismo había despertado al fantasma del fascismo (claro, culpa nuestra). Pedro Sánchez, el septiembre de 2019, en pleno debate electoral, tildó al 130.º president de la Generalitat de fugado y se comprometió a traerlo a España para que rindiera cuentas con la justicia (ahora es él quien se esconde de esta supuesta justicia). Mònica Oltra, en febrero de 2019, acusó al president Puigdemont de dedicarse a ir por el mundo zampándose comilonas (como si el exilio fuera una fiesta. Y sí, Junta Electoral Central: he dicho exilio).

Todas estas declaraciones fueron, como poco, desafortunadas, por no decir malintencionadas. En una cosa sí tenía razón la exvicepresidenta del País Valencià cuando, en la rueda de prensa donde anunciaba su dimisión —tres años después de la mofa de las comilonas— avisó de que "nos están fulminando uno a uno con denuncias falsas y el día que quieran reaccionar, los habrán fulminado también a ustedes". Pues, sí. Hace poco la han absuelto pero el mal ya está hecho. Cuando Vox y toda la flora que lo rodea crecía gracias a la catalanofobia —incluida la acusación particular en el juicio del procés, gran escaparate— a unos cuantos ya les vino bien, muchos aplaudieron, algunos callaron y otros quisieron quedarse en un imposible término medio. Mientras tanto, a nosotros nos destituían presidentes a golpe de decreto o de sentencia (no olvidemos al MHP Torra), la represión se institucionalizaba y el fascismo campaba a sus anchas.

Si Sánchez hace comedia, es banalizar a las personas que de verdad tienen problemas de salud mental. Si tiene razón y España es una podredumbre antidemocrática, entonces tenemos derecho a irnos

Si ahora Sánchez hace comedia y estamos ante una estrategia más, una bomba de humo, entonces es de ser un sinvergüenza. Porque del mismo modo que acusar al independentismo de terrorismo es faltar al respecto a las víctimas reales que causaron los terroristas, retirarse cinco días a reflexionar alegando angustia y abatimiento —por ataques que no son nuevos para nosotros— es banalizar a las personas que de verdad tienen problemas de salud mental. Si, por el contrario, el líder del PSOE tiene razón, está verdaderamente afectado y se ha dado cuenta de que España no es una democracia plena y que es, por fin, un estado carcomido, entonces, como bien dice Vicent Partal en la última y siempre necesaria "Tertúlia proscrita" de Vilaweb, quiere decir que nosotros, los independentistas, teníamos razón cuando lo denunciábamos y, por lo tanto, bienvenido al club, pero tenemos todo el derecho del mundo a irnos de un estado que no es democrático.

En cualquier caso, convertir la campaña catalana en una especie de moción de confianza a Pedro Sánchez sería un error y es una trampa en la que no tenemos que caer como votantes. El resultado de nuestras urnas no puede estar supeditado a organizaciones ultraderechistas, a tribunales españoles neofranquistas y caducados o a progresistas que son como una veleta del mal tiempo y viran en función de lo que más les interesa. Este lodazal se lo han creado ellos.

Ahora resulta que es España la que está dividida —¡qué mal todo!— y quizás necesitará una agenda de la concordia y la reconciliación. Los modernitos ponen el grito en el cielo, cantan la Internacional sin haberse leído nunca a Maria Aurèlia Capmany y hablan de deshumanización. Les importó muy poco que presos políticos y exiliados vivieran entre rejas o por videoconferencia el funeral de madres y padres o el nacimiento de hijos. Aquel justificar el lawfare cuando conviene. Aquella falta de la más mínima urbanidad. Esta desmemoria resultadista.

Los catalanes, y todavía menos los soberanistas, no tenemos que hacer de salvavidas del PSOE: tenemos que avanzar hacia la independencia y huir de esta podredumbre. Tal vez Pedro Sánchez haga un Xavi Hernández y se quede, quizás convoca elecciones o se pone las pilas de una vez y renueva el Consejo General del Poder Judicial (nido de serpientes y origen de la gangrena). Quién sabe si se va y nos deja una a mujer de primera presidenta española de la historia (para que no recaiga en Ayuso este mérito). Haga lo que haga hoy este hombre, tanto si se va como si se queda, tanto si llora como si ríe, está en juego nuestra libertad como país y cómo la querremos alcanzar y gestionar. Recordémoslo cada día: las elecciones del 12 de mayo son al Parlament de Catalunya, no a la presidencia de España.