Mi padre mató a Santiago Carrillo. Literariamente, quiero decir. Lo hizo en un libro de Carvalho titulado Asesinato en el Comité Central. Con el libro, no es que el autor deseara la muerte física del líder del Partido, porque el Partido era el Partido, sino que manifestaba la necesidad de cambiar de rumbo de una formación política a la cual se le veían todas las costuras. El porrazo llegó un año después de la publicación del libro, en unas elecciones, las generales celebradas el 28 de octubre de 1982, en las cuales el PSOE arrasó con 204 diputados, y el PCE perdió 19 diputados de los 23 que tenía. Ante el clamor general de la militancia, Santiago Carrillo dimitió días después de la derrota y convirtió a Montalbán y a su alter ego detectivesco en personas poco gratas para él y su séquito de fieles.

Por aquellos azares fantásticos que tiene la vida, nos lo encontramos el verano de 1983 en una localidad menos neutral de lo que nos habría gustado. Estábamos viajando por la antigua Yugoslavia provenientes de Grecia, y paseando por Dubrovnik, localidad croata que nada tenía que ver entonces con el actual epicentro del turismo mundial, nos paramos delante de un escaparate donde había expuestas fotografías de Tito, el emperador comunista balcánico que había muerto hacía tres años. De repente, le dije a mi padre: "Papá, Carrillo". Mi padre pensó que yo había encontrado expuesta una fotografía del antiguo dirigente del PCE, pero, en realidad, lo teníamos detrás acompañado de su mujer, Carmen. A pesar del crimen literario, fue un encuentro amable, y Carrillo nos explicó que estaba de vacaciones, que Kim Il-sung le había puesto a su disposición un avión oficial, que había pasado unos días en la casa de vacaciones de los Ceausescu y que ahora estaba disfrutando de unos días en Yugoslavia, donde vivía, por cierto, a cuerpo de rey republicano.

Fue una conversación sin munición y nos invitaron a cenar con una instrucción bien precisa: a las 20.00 horas nos pasaban a recoger por la recepción del hotel y a las 20.00 horas estábamos duchados y aseados en el hall esperando ver a Carrillo y Carmen aparecer por la puerta. De repente, entraron dos armarios de la secreta, pistola enfundada en mano y, acercándose a mi padre, le preguntaron en voz sigilosa: "Are you Carrillo's connection?". Por un instante pensamos que cambiaban las tornas y que una nueva novela titulada Asesinato en el hall del hotel estaba a punto de escribirse, pero después de respirar tranquilo, mi padre miró a mi madre y le dijo: "Coño, Anna, como una peli de espías".

Rusia, la madre patria de la antigua URSS, es un país de tradiciones arraigadas y de grandes contradicciones, el yin y yang de un nacionalismo difícil de entender para los países de tradición democrática occidentales

La cena fue agradable, con cinco guardaespaldas situados en la mesa de al lado, más pendientes de mi padre que de la seguridad de un Carrillo que nos explicó muchas cosas. Una de estas fue su vida en la URSS estalinista después de la Guerra Civil española. Desde entonces he pensado que había que tener un gran instinto de supervivencia para salir inmune de los caprichos criminales del Zar Rojo.

La muerte de Navalni me ha hecho pensar en Carrillo y la facilidad con que en la antigua URSS y en la actual Rusia desaparecen los opositores. El antiguo dirigente del PCE debía ser como una hormiga comparado con el peso político de Zinóviev, Kámenev, Kírov, Bujarin o Rykov, miembros de la vieja guardia de la Revolución de 1917 caídos en la Gran Purga y ejecutados después de los Juicios de Moscú de 1937. Y a pesar de tener un peso político fácil de borrar, Santiago Carrillo sobrevivió a Stalin y se convirtió, por arte de magia, en uno de los defensores del eurocomunismo.

Rusia, la madre patria de la antigua URSS, es un país de tradiciones arraigadas y de grandes contradicciones, donde la excelsa poesía de Mayakovski convive sin problemas en la memoria de los ciudadanos con el idolatrado Iván el Terrible, el yin y yang de un nacionalismo difícil de entender para los países de tradición democrática occidentales. La muerte o asesinato de Navalni es una de estas tradiciones heredadas. Tan arraigadas como Putin, el gran zar de la Rusia capitalista, que no ha dudado en eliminar, presuntamente, a amigos y conocidos, antiguos compañeros de viaje y moscas cojoneras como Anna Politkóvskaia, Aleksandr Litvinenko, Borís Nemtsov y Yevgueni Prigozhin. Los Estados Unidos también tienen sus metáforas históricas, como la muerte de Kennedy, de Martin Luther King o la misteriosa desaparición del sindicalista Jimmy Hoffa. Las tradiciones son las tradiciones y a Putin y a gran parte del pueblo ruso que lo vota no le gustan las injerencias foráneas.

Aunque las evidencias sean inequívocas, Putin sobrevivirá a "la extraña" muerte de Navalni por dos razones fundamentales: es imposible entender Rusia con una mentalidad de país occidental y él tiene la llave de salida de la bolsa de gas que calienta Europa. Yo, si fuera opositor en Rusia, me haría un buen seguro de vida.

Si sobrevivir políticamente a la Rusia de Putin tiene un gran mérito, sobrevivir como Carrillo en la URSS de Stalin merece un Princesa de Asturias. Y el día que fusilaron a Ceausescu lo entendí todo. Entrevistado en TVE, Santiago Carrillo dijo que no conocía al antiguo amo de Rumania. Y al escucharlo, recordé aquel encuentro en Dubrovnik, y su avión privado, y los días compartidos en familia con Nicolae y Elena Ceausescu. El instinto de supervivencia es ser capaz de negar tu propia biografía.