La vida es maravillosa y afortunadamente cómica. Esta semana, mientras la oceánica mayoría de nuestros tertulianos nos suplicaban que el 23-J votemos socialista, podemita, la esquerrovergència o la CUP para salvarnos del espectro franquista de Vox, y mientras los más bobos de la clase intentaban convencernos de que Pedro Sánchez nos acabará pagando la suscripción a Cavall Fort, conocíamos el cuarto caso de un agente infiltrado de la policía española en los movimientos sociales del independentismo, una grosería ética-legal que, como en todos los casos anteriores, fue urdida por el presente "Gobierno amigo" del PSOE justo en tiempo de mesas de diálogo y de otras pollas en vinagre (y ya me perdonaréis el último sintagma, quizás demasiado fálico para el caso, vista la condición femenina de la espía). Reconozco que nuestros enemigos son unos cachondos: aplican la ley de paridad incluso en las cloacas.

La policía Maria I. T. se pasó tres años haciendo de agente de Grande-Marlaska en unos lugares tan proclives al alzamiento como son Girona y Salt. La cosa hace tronchar de reír, pues la sufrida miembro de la pasma no solo cumplió misiones de altísimo valor informativo (como infiltrarse en manifas en apoyo a los migrantes no acompañados o en la Escuela Guillem Agulló, para así acercarse a la pedagogía de la desobediencia civil), sino que también consiguió meter la nariz dentro de las reuniones estratégicas de los abogados de los CDR a raíz del corte de las vías del AVE durante el primer aniversario del referéndum. A tal efecto, la heroína española tramó encamarse con uno de los encausados, un desdichado activista que acabó encariñadísimo de ella y quien, a raíz del descubrimiento del fraude por obra y gracia de la Directa, confesaba que Maria le había regalado "algunos de los mejores momentos de mi vida; me enamoré".

Tiene mucha tela que el ministro del Interior español dedique los euritos que nos roba de la cuota de autónomos a espiar a un grupo de manifestantes absolutamente inofensivos 

Si esto nuestro de Catalunya fuera carne de un guion cinematográfico, tendríamos trabajo para que los productores de Hollywood no lo acabaran desestimando como un asunto de ciencia ficción. Tiene mucha tela que el ministro del Interior español dedique los euritos que nos roba de la cuota de autónomos a espiar a un grupo de manifestantes absolutamente inofensivos (que solo perpetran rebeliones en los sueños húmedos de algún político desorientado que vive en Waterloo). Pero también tiene coña que nuestros movimientos sociales no consigan hacer una cosa tan sencilla como comparar las fotografías de los promocionados en la escuela de policía de Ávila con las instantáneas de las chicas con las que comparten fluidos corporales. Cuando servidora llevaba a una chica con pinta de española a casa, la familia investigaba por norma el linaje de la chati en cuestión: si algo chirriaba, la intrusa se expulsaba de casa al instante.

Tengo que llamar a mis amigas feministas con cierta urgencia, porque el caso presente conlleva una rotura de esquemas descomunal. A raíz de algunos asuntos de espionaje policial-sexual similares, perpetrados por machos, las afectadas no solo denunciaron la identidad fraudulenta, sino que la cópula en cuestión fue calificada de violación. Habrá que saber si, ahora que el nuevo James Bond de los españoles también se adapta a la fluidez de género (muy pronto nos colarán alguna piel morena, ¡para hacerlo plenamente multicultural!), tendríamos que aplicar el mismo delito penal a la espía que me amó. A la espera de una respuesta exacta pido —qué digo pido, exijo— al Govern que, después de afirmar que la salud mental de los catalanes sería prioritaria durante esta legislatura, proceda a sufragar el psicólogo (y las ensaladas de Diazepam) a nuestro pobre activista abandonado.

Los opinadores que quieren parar la derecha (y toda la panda de antifascistas de salón que tenemos en Catalunya) pensarán que vale más seguir sufragando las excursiones sexuales de las espías españolas pagadas por el PSOE que instaurar un gobierno que expulse las revistas catalanas del País Valencià. La suya, por desgracia, es una balanza de la justicia tremendamente curiosa: pensarán que, con el mal menor de los espías, por lo menos todavía tenemos la suerte de mojar durante unos años, a riesgo de que después rompan el corazón a la juventud. Somos una especie de gente muy curiosa. Yo, si no os sabe mal, me abstendré el 23-J, porque esto de pagar el sueldo de las espías me da un poco de cosa y siempre he pensado que esto de las revistas se cura con menos llantos y más suscripciones. También me da un poco de miedo enviar a Madrit a unos críos que no saben ni lavar las sábanas por si se esconde en ellas la pasma.