Un servicio esencial que ha emergido en tiempo de pandemia es el teléfono de la esperanza, de que ha tenido que incrementar el servicio, también para atender casos de personas que se encuentran absolutamente solas y necesitan hablar para compartir sus desazones.

El teléfono recibe también llamadas extremas, de personas que explicitan que se quieren suicidarse.

El Instituto Nacional de Estadística había recopilado de 1906 hasta el 2006 una estadística de suicidio. La lista contenía información de los las personas que se habían quitado la vida, y también de los intentos y estudiaba el acto en sí y las circunstancias sociales de interés. Los estándares internacionales en material de suicidios obligaron en el 2007 a dejar de realizar estos boletines. Ahora las estadísticas se obtienen sólo a partir del boletín de defunción donde se explicitan causas. El caso de querer quitarse la vida no es el pan de cada día del Teléfono de la Esperanza, por suerte.

Desde este servicio telefónico constatan que crece el número de personas que explican a un desconocido al teléfono que no ven sentido a la vida y no tienen ninguna esperanza de que "todo irá bien" como leemos en algunos balcones.

El filósofo Miquel Seguró disertaba estos días en la radio sobre la esperanza y argumentaba que "si fuera una virtud, podríamos llegar a pensar que las personas que no tienen esperanza son responsables de su situación, y eso es un poco peligroso". Francesc Torralba, director de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull, ve la esperanza "no como ingenuidad ni como mirada pueril incapaz de ver carencias a la realidad, sino una mirada que vislumbra posibilidades y no es un brindis al sol". Así pues, la esperanza tampoco sería la consecuencia de un cálculo nacional: no es la expectativa sino una actitud, una manera de estar en el mundo.

El teléfono de la esperanza (681 101 080) se ofrece como herramienta para escuchar. Hay profesionales, pero también 200 voluntarios que intentan ayudar a quien está desesperado y no ve luz sino ahogo, angustia, claustrofobia vital. Funciona 24 horas al día, 365 días al año. Los voluntarios dedican unas 10 horas al mes al servicio, que puede ser también técnico o administrativo.

El Papa Francisco dijo una vez que "sólo un pobre sabe esperar". Esperar, según el pontífice argentino, significa e implica un corazón humilde, pobre. Quien está lleno de sí mismo y de sus bienes no sabe poner la confianza hacia otro que en sí mismo. Esta esperanza del Papa va en la línea de superar los individualismos y ver que el mundo es más que nosotros y nuestra pequeña circunstancia.

La mayoría de llamadas que reciben en el Teléfono de la Esperanza (pueden ser 200 en un día) se concentran ahora en el miedo y la angustia por el coronavirus, desde las personas mayores que tienen miedo al contagio hasta los jóvenes que están colapsados con la convivencia con gente que puede tener el virus o personas de que tienen miedo de quedarse sin trabajo. Detrás del teléfono hay una Fundación (Ayuda y Esperanza) creada en 1987, aunque el servicio de atención telefónica se remonta en 1969 cuando un sacerdote, mosén Miquel Àngel Terribas, fue su fundador y director hasta que murió en 1986. La experiencia de la fundación es que la gente no está acostumbrada a escuchar, y no sabe, pero confían en que "nunca es tarde para aprender a escuchar". Es por eso que quieren aportar su conocimiento y han decidido crear talleres para empresas y escuelas para enseñar esta capacidad. Su teléfono, con años y horas detrás, demuestra que la esperanza reclama reciprocidad y pasa por la escucha.