Las hipótesis sobre la espantada que ha dado Pedro Sánchez se resumen en tres: una, que sea el enésimo espectáculo del gran malabarista, acostumbrado a que no se le caigan los platos chinos a pesar de su contorsionismo; dos, que sea cierto el drama, no haya aguantado la embestida y esté anímicamente tocado; y tres, que la información sensible de su móvil, conseguida con Pegasus, sea realmente sensible y esté en manos ávidas. Incluso, podría haber una mezcla de las diversas hipótesis, pero, en cualquiera de los casos, es inédito que un presidente de gobierno se vaya cinco días a "reflexionar", dejando todo un país a la espera de que vea la luz y retorne de sus ejercicios espirituales. En política, cuando se quiere dimitir, sencillamente se hace, como bien recordaba José Antich en su artículo citando al único presidente que ha dimitido, Adolfo Suárez, que ejecutó su dimisión sin preámbulos, anunciándolo en RTVE en prime time. La decisión de dimitir de un presidente no se anuncia como una hipótesis de reflexión, se trae "reflexionada" de casa.

 

Este sería, cuando menos, el comportamiento de un líder riguroso, decidido a no abrir la caja de Pandora y evitar que salieran los monstruos. Sin embargo, dado que Sánchez ha demostrado su tendencia a la ruleta rusa —que hasta ahora le ha salido bien—, no debe asustarse por los enormes riesgos de una decisión que lo debilita como líder, erosiona su auctoritas y solo puede dar ganancias momentáneas y efímeras. Desde la perspectiva del deber público de un presidente, es una decisión irresponsable, infantil y ególatra, sometiendo a toda la ciudadanía a sus dudas vitales. No, no es para nada serio.

Si finalmente Pedro Sánchez decide quedarse, bien armado de la retórica previsible, será muy difícil desmentir la impresión de montaje épico creado para victimizarse

Y porque no es para nada serio, el espectáculo que se deriva puede ser muy patético. De momento, toda esta campaña de martirologio que está haciendo el PSOE, con Zapatero liderando el proceso de santificación, ya está dando resultados inquietantes. La imagen de la ministra Montero en Ferraz, gesticulando como una posesa mientras suena la Internacional, con toda la fauna socialista pidiendo al líder que no se vaya, como si se tratara del sacrificio de un mesías, resulta bastante esperpéntico. Y más cuando se analizan los motivos de la espantada, si es que no los hay ocultos. Es cierto que Sánchez ha sufrido el zarpazo de la extrema derecha y ha notado su aliento en el seno de la familia, pero convertirlo en un hecho insólito, inimaginable en España, es tener mucha cara. Los líderes catalanes han estado sufriendo este zarpazo de las Manos Limpias, los Vox y el resto de la caverna de una manera feroz, encarnizada y pública, y durante toda esta sangría, el PSOE se lo miraba, a menudo aplaudía y todavía más a menudo lo utilizaba. No olvidemos que los que ahora señalan a su mujer, han estado disfrutando de los beneficios de las togas y los micrófonos durante toda la cacería contra el independentismo. Comparado con lo que le han hecho a Marcela Topor o con el proceso de deshumanización brutal que ha sufrido Puigdemont y el resto de los líderes catalanes, esto de Begoña Gómez es algo muy menor. No parece que la proporción del ataque, en forma de denuncia patética basada en recortes de periódico, pueda justificar la espantada de Sánchez. Es cierto que hay una España oscura que no le perdona nada, pero ya lo avisábamos desde Catalunya: primero van a por nosotros y después... Sin embargo, cuando lo sufríamos los catalanes, los socialistas se aprovechaban. Perdonen, pues, si me cuesta sentir empatía por un líder que apoyó completamente el 155, avaló la represión (con la extrema derecha incluida, con la que ha votado en Europa contra el independentismo en múltiples ocasiones) y hace dos días quería cazar a Puigdemont. En este sentido, resulta muy triste ver el servilismo cortesano de Rufián y algunos de sus compañeros, que se han entregado tanto a pedirle que aguante y a expresarle su amor incondicional, que parece que la campaña que hagan no sea la suya, sino la de Salvador Illa. Solo les falta pedir el voto...

Con un añadido que no es menor. Pedro Sánchez no ha tenido ningún problema en reventar la campaña catalana, que, después de su espantada, ha cambiado completamente de paradigma. Ni el día que tenía que empezar nos dio oxígeno, españolizando tanto las catalanas que Illa solo necesita balancearse en la épica del "salvar al compañero Pedro" para ir tirando. Eran nuestras elecciones, la de los catalanes, y ahora parecen una versión sucursal de las españolas.

Obviamente, cualquier análisis efectivo necesita conocer la decisión que mañana nos informará el oráculo, después de su retiro. Si finalmente decide quedarse, bien armado de la retórica previsible —"me lo piden los líderes internacionales", "me lo reclaman los militantes", "no puedo dejar España en este momento tan delicado"—, será muy difícil desmentir la impresión de montaje épico creado para victimizarse. Es posible que eso lo refuerce puntualmente, pero será una losa que le pesará en su imagen posterior. Demasiadas maniobras, demasiados giros copernicanos, demasiado trilerismo. Y si se va, aunque fuera por el hecho sincero de estar desbordado, no podrá evitar las especulaciones sobre los motivos reales de su adiós. Ninguna de las dos opciones parece un win, aunque es experto en el arte del ilusionismo. Nada, mañana a ver qué nuevo conejo saca el gran mago Sánchez de su chistera.