La pregunta que planea cada vez más entre más catalanes –y más europeos– es por qué el silencio ensordecedor de la sociedad española ante los reiterados abusos del Estado en la gestión del conflicto catalán. ¿Por qué las voces discrepantes son tan pocas y sin apenas altavoces de relieve? ¿Dónde están los intelectuales? ¿Y los de la ceja?… Estas preguntas se hacen cada vez más evidentes, especialmente cuando se conocen sondeos que muestran parte considerable de ciudadanos españoles en favor de un referéndum y, por lo tanto, en aparente discrepancia con la línea monolítica del bloque del 155. Opinión publicada versus opinión pública. O lo que es lo mismo: el secuestro de todo un país en la implantación de un pensamiento único.

Efectivamente, en España hay pensamiento único en el tema catalán. Cuando menos, esta es la fotografía que se percibe siguiendo la actualidad desde los medios de Madrid, leyendo o escuchando a sus tertulianos o, simplemente, analizando las políticas de tres de los cuatro partidos de ámbito estatal. Las voces que en los últimos seis meses se han desmarcado de la línea de represión y judicialización de la política –o sea, de abandono de la misma política– han sido escasas. Ni cuando los hechos han mostrado la exageración y los errores evidentes del bloque del 155 se han registrado movimientos de relieve, no tanto para cambiar la correlación de fuerzas, sino para favorecer la implantación de corrientes de opinión críticas con la línea unitaria del Estado.

Este pensamiento único se erige, sin embargo, en oposición a algunos de los datos que aportan varios estudios demoscópicos. La semana pasada, El Periódico –un diario nada sospechoso de soberanismo– publicaba un sondeo hecho por Gesop, donde se indicaba que un 46,9% de los españoles estaría de acuerdo en que se hiciera un referéndum –se entiende que acordado– para resolver el caso catalán. Es decir, la mitad de los españoles estarían dispuestos a enfrentarse a las consecuencias que la mayoría de los catalanes votaran por la independencia... aparentemente, claro está.

¿Dónde queda reflejado este tercio de los españoles que discrepa del bloque del 155? Sin duda, no en la opinión impresa ni televisada ni tampoco en el Congreso

No es la única cifra reciente que contradice el pensamiento único español. Un sondeo reciente de La Sexta detallaba que un 34% de los ciudadanos del Estado estaba en contra de la prisión preventiva para los independentistas. La encuesta recogía que, por el contrario, un 64% estaba a favor, que es un dato especialmente duro de digerir si se aspira a una salida negociada. Pero la pregunta es: ¿dónde queda reflejado ese tercio de los españoles que discrepa del bloque del 155? No lo está, sin duda, en la opinión impresa ni televisada y tampoco, proporcionalmente, en el Congreso.

Una vez que Rajoy y el PP adviritieron que el independentismo no era un suflé que se desharía con los primeros síntomas de mejora económica y concentraron su apuesta en la judicialización, tejieron un plan que les resultaba imprescindible en su irresponsable gestión del caso. Por una parte, modularon el control de la opinión pública en una única dirección, casi sin resquicios; y, de otra, vertieron gasolina en cada rincón de España para dotarse del apoyo social necesario e imposibilitar retroceso alguno. Política de la tierra quemada con escudos humanos. Una estrategia cruel y absolutamente impropia de un estadista: hacer desaparecer el problema a base de cañonazos. Los problemas en Europa no se resuelven así, aunque hacerlo pueda dar réditos electorales a corto plazo.

En un sentido piramidal, de arriba abajo, el Gobierno español implantó una línea argumental que no admitía fisuras. Haciendo uso del control político y económico que ejercía sobre los medios de comunicación convencionales (los que no estaban alineados se arriesgaban a la quiebra financiera y necesitaban apoyo externo para mantenerse) lanzó una serie de mensajes al conjunto de la sociedad española sobre el argumento que los catalanes no podían decidir sobre todos los españoles. Desde una óptica estrictamente resultadista, la estrategia resultó efectiva: millones de españoles la hicieron suya sin alcanzarla a través de un razonamiento propio.

La ejecución fue rápida y directa. Tanto, que corrientes que habrían podido desmarcarse y apostar por el diálogo y la política quedaron rápidamente absorbidas por el pensamiento único. El caso más flagrante fue el del PSOE: con una opinión pública secuestrada, si se desmarcaba del unilateralismo centralista, comprometía su retorno a la Moncloa en los próximos años. Por este motivo, los socialistas abonaron de lleno las tesis que el PP ya había derramado por toda España a través de medios afines y no tan afines. Lo más paradójico es que el PSOE renunció al perfil propio para no contradecir el cuerpo central de la opinión pública española –amparándose en la lógica de sin el centro no se ganan elecciones–, pero todo indica que ni tampoco así ganarán las próximas generales.

El bloque monolítico orquestado por los aparatos del Estado ha impedido la visualización de posiciones que se desmarquen de la unilateralidad. El pensamiento único se ha implantado en todos los estamentos

El pensamiento único también anuló posibles deserciones entre las voces moderadas del centro-derecha. Algunas, como la de Herrero de Miñón –que siempre había mostrado receptividad con las aspiraciones catalanas de mayor autogobierno–, se quedaron sin canales de expresión ni discurso propio. Resulta muy sintomática la experiencia narrada por Santi Vila, en su libro De héroes y traidores, de su participación en un coloquio sobre Catalunya en el antiguamente liberal Club Siglo XXI de Madrid, transformado aquel día en un agitado gol sur alejado de la moderación y absolutamente ajeno a cualquier intento de comprensión de las posturas soberanistas.

España es hoy un país secuestrado por la radicalidad de sus gobernantes y aliados. El bloque monolítico orquestado por los aparatos del Estado ha impedido la visualización de posicionamientos que se desmarquen de su unilateralidad. El pensamiento único se ha implantado en todos los estamentos sociales, políticos, económicos, judiciales y mediáticos y desde allí se ha extendido a la base llegando hasta el último rincón. Pero, en cambio, cuando la bestia se abre en canal se aprecian escapes lo bastante importantes para tener una fotografía sensiblemente diferente a la que recibimos. Estas voces, sin embargo, continúan apagones, sin canales relevantes y, a menudo, sin que el soberanismo le haya transmitido argumentos más sólidos que los de la lógica del referéndum.

Catalunya podrá llegar a la independencia en un futuro –más bien lejano que próximo– si el soberanismo mantiene –y amplía– su base social para que llegue a convencer a la comunidad internacional. Pero hay una parte del partido que se juega en España y que, para que dé frutos, requiere dedicación y más capacidad para comprender al rival. Los soberanistas que viven o van a menudo a Madrid pueden dar fe. El pensamiento único está extendido por todas partes, pero rascando un poco es fácil encontrar otra piel.

Santi Terraza es director de la agencia de comunicación Hydra Medía y de la Revista Castillos. Preside el Eco de Sitges