Los analistas españoles oficiales de uno y otro bando ideológico sólo están de acuerdo en una cosa: España tiene un problema y este problema se llama independentismo catalán.

Un servidor, que no es ninguna de las tres cosas que son ellos, disiente totalmente de su doble afirmación. España no tiene un problema, tiene muuuchos. Y el independentismo catalán es su problema menos importante. Sí, porque si nosotros nos vamos, adiós problema. Pero si nos marchamos, ellos se quedan con España, que es el verdadero problema. Y ellos no se pueden marchar de sí mismos. El problema de España es España.

España es un estado en quiebra que se está deshaciendo como un azucarillo. Día a día. Crisis económica endémica, tejido empresarial que depende del sector público y no de la innovación y del futuro, crisis institucional insolucionable y crisis moral total y absoluta. Todo lo que tiene que ver con Madrit (concepto) es como un puñado de arena puesto en un colador.

España es un país donde el paro no baja a niveles "europeos" ni en el momento de la máxima bonanza especulativa. Es el país del sálvese quien pueda de la economía sumergida y el fraude fiscal. Es el país donde el sistema de cajas de ahorro cayó de hoy para mañana como un castillo de cartas y por culpa del peso de la promiscuidad con los poderes públicos locales. Es el país donde el partido que ha gobernado los últimos con mayoría absoluta, y que sigue ganando elecciones, está totalmente carcomido por la corrupción, empezando por los pagos en negro de las obras de remodelación de su sede central y acabando por sus tres grandes feudos (País Valencià, Balears y Madrid). España, el Estado que ha tenido que hacer abdicar a su Rey para parar una hemorragia que amenazaba con destruir los cementos del sistema. 

Y para acabarlo de arreglar, la inseguridad institucional y jurídica más total y absoluta. Aquí un día te levantas con una portada que publica unos informes falsos de la policía filtrados por ángeles de la guarda que tocan el arpa y no pasa nada. Aquí un sindicato de ultraderecha, que nadie sabe cómo se financia y que Hacienda no ha demostrado mucho interés al saberlo, te puede presentar la demanda más inverosímil y puedes acabar en un juicio que vaya usted a saber como se resuelve. Y no pasa nada. Aquí cualquier declaración que cualquier persona haga en un juzgado, al día siguiente la venden a peso en el Ratro. El último caso (hasta día de hoy), es esto que publicaba el miércoles eldiario.es: 

Un empresario muy famoso en Madrit (de estos de la palco del Bernabeu y del "un abrazo, monstruo"), se vio implicado en el caso de las tarjetas black de Cajamadrid. El juzgado le pidió el móvil y él, antes de entregarlo, pensó: iré al paqui de la esquina y que me borre los datos. El Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil tardó en recuperarlos lo que Cristiano Ronaldo tarda en verse en un espejo y empezar a automorrearse. Cinco minutos después (de recuperar los datos, no del autoamor de CR) un medio ya publicaba estos datos. Y, mire por dónde, así es como supimos que la Reina española redacta mensajes diciendo palabrotas, que no es muy partidaria de uno de los suplementos de El Mundo y, sobre todo, que España es un Estado donde se publican los mensajes privados de la gente. De Letizia para abajo. 

Sí, porque creo que lo relevante de este caso no es el apoyo más o menos cordial de la reina a un señor "yogui" que cobró irregularmente (y presuntamente) un dinero. Puede sorprender el apoyo, sí, pero el mensaje no demuestra ni relaciona nada, más allá del chismorreo. No, aquí el tema es que la broma de Estado en que se ha convertido España no es capaz de garantizar la confidencialidad de los mensajes de sus ciudadanos. Y cuando eso pasa, no pasa nada. Ni se piden responsabilidades a nadie. Ni se va nadie. Ni hacen irse a nadie. Y todo continúa igual. Y dentro de cien años, todos calvos. I Fernández Díaz aparcando. En doble fila.