Rajoy, Sánchez y Rivera. Están en campaña electoral. Una campaña dura. En algunos momentos agria. Son rivales. Enemigos. Tienen intereses y proyectos diferentes. Opuestos. Menos en una cosa. Hay un tema en el que no discrepan. Ustedes tienen una cosa que los une y esta cosa se llama... España. Y para ser todavía más concretos, el Estado denominado España. Cuando la flauta toca el himno español, los tres quedan cautivados por su música y, embriagados por las notas, caen rendidos a sus encantos. En España se discrepa de todo menos de España. Puede llamarlo "sentido de Estado", "intereses corporativos" o "entre bomberos no nos pisaremos la manguera, ¿verdad?". Da igual. Cuando allí suena el himno, aquello es una filarmónica que funciona como un reloj atómico. De aquellos que se retrasan una décima de segundo cada tres mil años. Y detrás de la orquesta una inmensa bandera. Española. Lo dijo hace muchos años Jaime Mayor Oreja: "yo no soy nacionalista español. Yo soy español". ¿Y aquí? ¿Bien, qué le tengo que explicar yo a usted que no sepa? Aquí cuando la flauta toca el himno, los unos mastican chicle, los otros no se saben la letra, los de más allá no les sale del cuajo cantarlo, los de la punta no lo cantan si lo cantan los de la otra punta, a los de abajo no les gusta la forma que tiene la flauta y los de arriba consideran que el himno no tendrían que tocarlo con una flauta sino con una gaita. Y mientras discutimos, aprovechamos el tiempo para escindirnos. Es aquello de que de dos catalanes salen tres asociaciones. Eso sí, al final nos ponemos de acuerdo en una cosa. Concretamente en culpar al flautista de todo. Ah perdón, sí, también coincidimos en otra cosa: en decir que los puros somos nosotros. Que muchos dicen que son puros y no lo son. ¡Al loro!!! Y así van pasando los años. Y las oportunidades. Y así nos funciona el negocio.