Tener empatía y respeto por la situación de Pedro Sánchez, que hoy nos dirá el qué, no impide puntualizar varias (muchas) cosas sobre su carencia de empatía con el independentismo. No lo olvidemos: bajo su mandato se han seguido el 90% de las causas de lawfare contra este movimiento mientras la Fiscalía, como él mismo apuntó, siempre de él dependía. En cualquier caso, respeto y empatía pero que nunca más se atreva el socialismo español (ni el catalán) a decir que el independentismo no habla de los “asuntos que realmente interesan a la gente”, que sin duda están muy lejos de los problemas personales o políticos de Pedro Sánchez. O de decir que el independentismo lo fía todo a la “emocionalidad” oa los “sentimientos”, porque se ve que no saben hablar desde la razón: no me imagino nada más sentimental que decir que estás muy enamorado de tu mujer. O bien también decir que aquí no respetamos los procedimientos judiciales, cuando la carta presidencial está llena de quejas implícitas sobre este sistema, o decir que no respetamos las instituciones autonómicas, cuando él ha hecho coincidir la carta exactamente (que curioso) con inicio de la campaña catalana. Pero, sobre todo, que se abstenga el socialismo de decir que es que ahora existe una política excesivamente centrada en destrucción del adversario. Ni puede decirlo pensando en los procesados, encarcelados y exiliados del procés, ni puede decirlo ni siquiera pensando en el capítulo del Ayuntamiento de Barcelona donde PSC impuso, de la mano del PP, un “a por ellos” en toda regla. Una vez sabido todo esto, podemos hablar sobre el futuro. Vamos allá:

¿Cómo interpretar entre líneas las intenciones de Sánchez? Pues mirando fuera de la carta de Sánchez. Observando cómo reaccionan sus rivales: Puigdemont ha respondido que si el PSOE le busca por una moción de confianza, habrá que renegociar de nuevo los términos de la investidura. Elevar el precio, y a la catalana, ya que Sánchez ha decidido también elevar el precio del pan. Y no sólo eso: el PSOE está electoralmente en horas bajísimas y, por tanto, cualquier tentación de avanzar las elecciones españolas sería un suicidio (no: ni siquiera cantar La Internacional en Ferraz lo remonta), por lo que lo previsible es que el PSOE se quede solo en la Moncloa, debilitado y aún más condicionado por un hipotético apoyo de Puigdemont. Hay que decir algo con este escenario: una moción de confianza puede perderse. Y el PP, por tanto, también está invitado a presentar ofertas. Desde el referéndum hacia abajo, presenten ideas y desde aquí las valoraremos. Quien diga que se está españolizando la campaña catalana tiene razón, pero sin duda también se está catalanizando la futura gobernanza española. Y España, como sistema.

Quien diga que se está españolizando la campaña catalana tiene razón, pero, sin duda, también se está catalanizando la futura gobernanza española

En cuanto a la reacción del PSC, mientras los tertulianos se fundían con la cursilada de Sánchez y mencionaban no sé qué de una jugada maestra, los militantes socialistas catalanes desprendían (y desprenden todavía) una alta preocupación por el hecho de que la armonía en la atmósfera gerencial, la paz y buenos alimentos, el aburrimiento cósmico que favorecía la campaña de Illa y que tenía que ver con su íntimo contacto con Sánchez y los ministerios, puede transformarse ahora en un verdadero debate sobre qué es España y sobre qué hace Catalunya en ella. Sobre todo con un PSOE, como he dicho, electoralmente tan débil y con un PP tan ávido de poder. ERC, por su parte, como era de esperar, no ha puesto ningún nuevo precio a nada. Quizás lo más inquietante ha sido el PP, que se ha puesto a hablar de reformas judiciales. ¿Cómo? ¿Y eso? ¿Una acusación de un sindicato facha provoca ahora que se hable de una reforma de todo el sistema judicial? Parece un ala de mariposa demasiado pequeña como para provocar todo esto por sí sola, por lo que, dejando a un lado la carta de Sánchez, quizás sí que ya existían rumores de una posible intención de abordar las reformas sistémicas pendientes en España de una vez por todas. El miedo explicitado por el PP en este sentido ha sido una excusatio non petita demasiado flagrante, demasiado extraña. Si Sánchez no abandona, no descarten que las cosas vayan por ahí (con instrucciones europeas al respecto). Pero vayan por donde vayan, la fuerza condicionadora del independentismo puede y debe ser más intensa que nunca, en forma de apoyo electoral el día 12.

Si finalmente abandona: gobierno provisional. Descarten elecciones españolas en breve, no les salen los números. Sin embargo, de lo que no nos libramos es de dos investiduras bastante (no del todo) simultáneas, la española y la catalana, en el primer caso en forma de cuestiones de confianza o de mociones de censura o de simple relevo en la presidencia española. Sí, cabe la hipótesis de elecciones anticipadas, pero sólo en caso de que Sánchez haya decidido rendir todo el poder al PP antes que condicionar el futuro de España al independentismo. Yo lo dudo. Todo ello puede parecerles demasiado español, quizás: cierto. Aún no somos independientes y ese es el precio que pagamos ahora. Pero cuidado: España está pagando otro, simultáneamente, y Puigdemont ya ha dicho que piensa elevar el listón negociador. Para incrementar la fuerza negociadora en el marco en el que nos encontramos (mesa de Suiza incluida), tener todas las cartas sobre la mesa puede ser tan importante como obtener un resultado electoral de inequívoca obediencia catalana. Illa no puede negociar nada con la fuerza con la que puede hacerlo Puigdemont, evidentemente. El independentismo deberá decidir quién de los dos puede ofrecer más, PP o PSOE, y quién será el interlocutor en los próximos años. No para reformar España, sino para facilitar la salida al conflicto y para salir (por primera vez en 7 años) ganando. La clave, como siempre: aguantar y dejar de hacer el idiota.