Mientras el españolismo vive su fase más paranoica y agresiva, reiterando la lectura xenófoba de los artículos de Quim Torra para excluir otras interpretaciones más positivistas y ajustadas a la verdad semántica de los textos, han aparecido nuevos documentos de voz de los violadores de La Manada. No aportan ninguna nueva información sobre el nudo sexual de la polémica sentencia de los magistrados de Pamplona, pero sí que ayudan a comprender mejor el alcance político de este grave delito. De violaciones de ciudadanas en España, para vergüenza nuestra, las hay todos los días, pero la protagonizada por los cinco depredadores sexuales de La Manada se ha distinguido de todas las demás, probablemente porque tiene características sociológicas y antropológicas muy particulares y una innegable dimensión política. No es solo el hecho de que se trate de una violación en grupo y que haya querido culpabilizar a la víctima. Cada vez toman más relieve algunos aspectos. Que, por ejemplo, muchos de los condenados tengan antecedentes por violencia. Y que no sea casualidad que la barriga de Joselito el Gordo, José Ángel Prenda, luzca con orgullo el apellido de su propietario en un tatuaje que utiliza una tipografía de letra gótica mayúscula. Gótica alemana. Ni es inocua la información que Alfonso Jesús Cabezuelo sea militar de profesión, integrante de la Unidad Militar de Emergencias (UME), o que Antonio Manuel Guerrero sea agente del benemérito instituto armado de la Guardia Civil. En los nuevos documentos de audio se constata que el españolismo identitario de los delincuentes se reafirma y se exalta a través de la humillación y la violencia contra una de las minorías nacionales españolas. Bromeando, los violadores en 2016, antes de viajar a las fiestas de San Fermín, en territorio de cultura vasca, imaginaban que podrían “coger a un vasco y hacerle cantar la canción ¡Que Viva España!, de Manolo Escobar, con un pistola en la cabeza”.

La pistola en la cabeza es el elemento más inquietante. El españolismo más inflamado hoy tiene connotaciones históricas que lo vinculan a la España del dictador militar Francisco Franco, la que, esencialmente, fue un régimen de exaltación nacionalista y agresivamente militarista. Incomparable, en este sentido con otros nacionalismos peninsulares, como el vasco o el catalán, y ni siquiera puede ser asimilable al portugués. Las armas de fuego están en las manos de unos nacionalistas y no en las de otros, aunque se haya querido decir contra toda evidencia que el independentismo es comparable al golpismo del 23 de febrero. El imaginario colectivo, las construcciones mentales de los ciudadanos, no son azarosas ni inocentes y están relacionadas con los implícitos sociales y con toda una red de ideas asociadas y conocidas de todos. El españolismo va armado y se impone por la fuerza de las armas. Aunque sus propagandistas digan lo contrario, España no se identifica con un imaginario democrático y dialogante sino con una determinada idea de la virilidad, la de las armas. El macho auténtico es el que puede matar, el que tiene poder sobre la vida. Por ello, en este sentido, cabe preguntarse qué relación existe entre la psicología agresiva de cinco individuos que imponen su voluntad sexual a una chica indefensa y el trasfondo de sus fantasías bélicas. Unas fantasías bélicas que no imaginan una audaz lucha contra el mal, o contra un hipotético enemigo más poderoso, contra un ejército invencible como el de Estados Unidos, por ejemplo. No es el caso. La fantasía de la pistola en la cabeza tiene sentido para estos delincuentes solo si se trata de una cabeza vasca. Y no se tiene que ser necesariamente seguidor de Sigmund Freud para admitir que hay una palpitante relación entre la pistola de la guerra y el pene de la sexualidad agresiva, un planteamiento que es elemental, primario y profundamente peligroso.