Laporta ha presidido el mejor o uno de los mejores Barça de la historia. Y su llegada a la Presidencia y la huella que dejó han cambiado al Barça y al barcelonismo. Casi siempre para bien. Contra todo y contra todo el mundo en buena medida. Solo hay que recordar que Guardiola hizo campaña contra el cambio y por una solución de continuidad con Lluís Bassat.

Si yo hubiera podido votar en estas últimas elecciones, habría votado a Laporta por mucho que duela al amigo Benedito, buen amigo de amigos comunes. No voto porque Núñez me requisó el carné cuando siendo un postadolescente me cazaron queriendo colar en el Estadi, con mi añorado carné de socio, a otro grande amigo y culé, Santi Salguero, que en paz descanse.

Laporta, sin duda, ha recibido de la anterior Junta una herencia nefasta, devastadora, que se ha acentuado con la pandemia. Lo que no significa que pueda eternamente excusar la falta de resultados en el Barça que se ha encontrado, que tanto económica como deportivamente está hecho un cromo. Los resultados encadenados en la Champions desde más de un lustro son tan rotundos, tan sangrantes, con Messi en el campo, que no se pueden maquillar.

Reconocer los méritos de Laporta y admitir el Club arruinado que se ha encontrado no es incompatible con ser exigente con el actual Presidente del Club. La incondicionalidad puede ser reconfortante para quien la vive o recibe. Pero no para el conjunto del barcelonismo y los resultados deportivos que, al final, es lo que de verdad cuenta.

La condescendencia servil con las estrellas que hacía años que se iban apagando tampoco ha ayudado en nada. Todo lo contrario. Por eso no deja de sorprenderme escuchar la opinión de reputados barcelonistas como Fermí Puig en Vía Empresa, maestro de los fogones y culé apasionado, cuando analiza el momento del Barça y mantiene la eternidad de Messi a costa no solo las arcas del Club sino de los resultados deportivos. Laporta no hizo a un gran Barça porque Lax'n'busto interpretaran magistralmente el himno antes de empezar un partido, sino por los títulos que su Barça ganó, mención especial a las Champions.

Uno de los grandes problemas del actual Barça es la incapacidad para fichar talento. Y no se puede hacer sencillamente porque los números rojos lo hacen inviable. Y la continuidad exasperante de Messi al Barça contribuyó y mucho. No solo por su ficha astronómica, sino por la repercusión inflacionista en el conjunto de la masa salarial del primer equipo. Una Junta eficiente habría vendido Messi hace exactamente un par de años, desde Anfield Road, cuando el Liverpool nos pasó por encima. También es verdad que de poco sirve si después se malbaratan los ingresos fichando a un jugador, Coutinho, que aporta menos que Txigrinsky. Lo valiente e imprescindible habría sido afrontar el adiós de Messi para forjar un nuevo ciclo y un nuevo equipo. Porque con el astro argentino en el Campo —el mismo que lideró seis ridículos consecutivos en Europa— era inviable. Precisamente por eso Koeman pudo recordar que el último partido con el Bayern, 0 a 3 en el Camp Nou, no estuvo tan mal teniendo en cuenta que en la última ocasión había sido un 2 a 8 en Lisboa.

El fichaje de Xavi ha generado ilusión en buena parte de la masa social. Es verdad. De hecho, incluso ha generado ilusión el retorno de Dani Alves que con 38 años es como si el Madrid de las Cinco Copas de Europa hubiera repescado al barrigón Puskas con 42. Y sí, ambos eran personas encantadoras. Ahora, así no volverá el Barça glorioso. El problema deportivo está en el campo, no en el banquillo por mucho que Xavi pueda hacer un buen papel.

El barcelonismo está tan desesperado que se aferra a un clavo ardiente con la vaga esperanza de revivir gestas pasadas, que en cada partido de Champions ya se ve que no puede ser. Ni al débil Benfica pudieron ganarle en casa cuando se jugaban tanto. El Bayern no está al alcance. El Barça no sobrevivirá a la primera fase de la Champions porque no se lo merece, porque hoy es un equipo mediocre que celebra ganar en Villarreal como un bálsamo, porque el Bayern y los buenos equipos europeos están a años luz. Solo un milagro, la dejadez del Bayern que ya lo tiene todo hecho, o que el Benfica pierda, lo pueden salvar, con más pena que gloria.

Escuchar al querido Fermí, que de tantas cosas sabe infinitamente más que yo y es un excelso conversador, seguirá siendo un placer aunque el sentimentalismo, tan entrañable como estéril y contraproducente, sea un lastre y consolide la decadencia.