La cuestión de confianza no pretendía otra cosa que abatir al primer president republicano desde la Guerra Civil. Era una moción de censura encubierta para provocar nuevas elecciones. Erección descomunal con solo pensar en ello entre la dirección del nosurrender.

Cuando no te atreves a ir de cara, vas por las espaldas, con nocturnidad y tal nivel de ocultismo que en las propias filas prácticamente nadie sabía nada.

Era un misil teledirigido desde 2.000 km a la cabeza de Aragonès que, al verlo venir, activó las baterías y respondió fulminantemente. La mejor defensa es un buen ataque. El primer damnificado, el vicepresident Puigneró, salió en cohete. De plaza Sant Jaume al ciberespacio. De hecho, tenía los días contados. Batet ya se había postulado meses atrás para ocupar su vacante. Todo para evitar que Jaume Giró (uno de los mejores consellers del Govern) consolidara el papel de referente de los consellers juntaires.

Aragonès leyó bien la enésima jugada maestra y advirtió que podría y querría seguir acompañado o podría seguir en solitario, pero que en ningún caso convocaría unas elecciones que no arreglarían nada si no es fortalecer al PSC

Aragonès es un tipo paciente. Iba camino de descabalgar al santo Job en esta santísima virtud. Pero al final incluso alguien tan prudente y tan poco amante de la jarana como el actual president hizo un Cuní: "Prou, prou, prou!". Es difícil acabarle la paciencia a Aragonès. Ni la lideresa Borràs ejerciendo desde el primer día de líder de la oposición en el Parlament había podido enervarlo.

Aragonès leyó bien la enésima jugada maestra y advirtió que podría y querría seguir acompañado —después de prescindir de los servicios de Puigneró— o podría seguir en solitario. Pero que en ningún caso convocaría unas elecciones que no arreglarían nada si no es fortalecer al PSC. Además de dar satisfacción a las bajas pasiones de una iracunda oposición cainita.

La vida seguirá siendo complicada para el actual inquilino de Palau. Cabe decir que ya lo era desde el primer día con un Parlament a la italiana.

Nada que ver con la comodidad, tranquilidad y plenitud con la que ejerce la presidenta del PSC en la todopoderosa Diputación de Barcelona. Ya lo dice Salvador Illa, que ni gobernando en solitario habrían vivido tan bien.

En una cosa sí que tenía razón la jefa de la oposición. No era un gobierno de coalición, era de colisión. Le faltó decir que desde el primer día y con todo su entusiasmo.