Los problemas que el excantante de La Polla Records, Evaristo Páramo, tuvo este fin de semana con la Guardia Civil me recordaron mis años rebeldes, cuándo fumaba marihuana, me saltaba clases y llevaba melena. En aquella época ni siquiera podías dar miedo a las viejitas, si no sabías decir cuatro frases gruesas en castellano.

El catalán estaba en manos de los filólogos. Las traducciones que corrían por mi casa gastaban una lengua ortopédica que me hacía pensar en los aparatos dentales que se ven obligados a llevar a algunos chicos y chicas. El castellano era un idioma corrompido por el saqueo y sólo parecía capaz de fabricar fantasmadas de rico o de pobre.

Las canciones de La Polla Récords eran en castellano, pero parecían importadas de otro país, de un mundo que no salía a la televisión, ni encontrabas en las calles de Barcelona. En el castellano de La Polla Récords había una naturalidad populatxera que conectaba con nuestras ganas de divertirnos y vivir sin miedos ni culpas heredadas.

Lo escuchábamos porque en catalán no había nada tanto fresco y porque nos enseñaba a defendernos. La moralina de Jordi Pujol no era tan pornográfica como la que gasta Oriol Junqueras, pero era infinitamente más penetrante y hegemónica. El puritanismo no era una fabricación artificial, como ahora; era fruto de una larga tradición de castigos ejemplares contra los que osaban ir a la suya o pensar por su cuenta.

Entonces las chicas se tapaban el culo con el jersey incluso cuando estábamos en la piscina. Se decían cosas extrañas, como que hablar catalán delante de un español era de mala educación o que la independencia era una locura porque ya habíamos perdido bastantes guerras. Si salías al extranjero te preguntaban, sorprendidos, en qué idioma hablabas y poca gente sabía que Barcelona era la capital de Catalunya.

Cuando escuchábamos La Polla Récords la mayoría de la gente se sentía extraña leyendo diarios en catalán, tanto si estaban escritos con el libro de estilo del Avui o del Diari de Barcelona. Los periodistas se metían con las políticas de normalización lingüística porque no sabían escribir la lengua que hablaban y tenían miedo de perder el prestigio o de quedar en ridículo delante de los jóvenes.

Perro catalán o polaco eran insultos que circulaban normalmente. También estaba la carcajada que generaba en algunos ambientes el hecho de que tuvieras dos apellidos del país, como si eso te convirtiera en un exotismo, en el superviviente de un intento de exterminio que no se reconocía. En las universidades no había llegado la noticia del periodismo de los años 30 y Joan Sales era un escritor desconocido, más que de culto.

La Polla Récords tenía una canción que coreábamos por intuición, y que decía: "Era un hombre, ahora es poli." Entonces cada dos por tres había un atentado de ETA. No sé si la justicia española tenía demasiado trabajo para dedicarse a perseguir músicos o si en el fondo ya iba bien que los catalanes se liberaran siempre que no fuera en su lengua.

Quizás, como Mayor Oreja ha sugerido a menudo, la violencia de ETA era lo de menos y el problema era la independencia. Quizás el excantante de La Polla Récords ya no puede insultar tan tranquilo a la policía porque los catalanes ya no necesitamos desahogarnos con sus letras. Siempre que los catalanes dejamos de necesitar España para relacionarnos con el mundo, el Estado degrada la cultura y el discurso político para naturalizar la violencia.

En un restaurante de lujo es difícil que te pelees. En cambio, en un antro sucio, lleno de ruido y de piojosos, es más fácil acabar a óstias. No es el Estado que naufraga, como decía Juan Luis Cebrián en uno de estos artículos dominicales que tanto gustan a la parroquia unionista. Es la cultura española que se autoboicotea, como buena parte de la catalana, para que el Estado pueda aplicar la receta de siempre.

Para que la fuerza no parezca extemporánea primero hay que hacer inútil cualquier forma de inteligencia. Hace falta un Enric Companys que compare Estado Catalán con las juventudes de Hitler y Mussolini. Hace falta un Manuel Valls que venga a dar lecciones de patriotismo y lealtad a la burguesía catalana. Hace falta un Joan Tardà que diga que hay que echar al PP, cuando podría decir tranquilamente que votará la moción de censura contra Rajoy para debilitar España.

Hace falta que el presidente de Catalunya responda a los insultos de Pedro Sánchez tratando de hacerse amigo del PSOE con invocaciones hipócritas a la república española.