Todavía con el olor de crema solar en la piel y con el curso escolar a punto de empezar, las primeras calabazas y telarañas ya sacan la cabeza por los escaparates de las tiendas. Sin haber acabado de digerir panellets y castañas, ya aparecen los turrones en los supermercados y los juguetes en la publicidad televisiva. Y con los canelones de Sant Esteve en la garganta, ya se empiezan a ver anuncios de disfraces de Carnaval. Vivimos en la era de la precedencia.

Si a todo eso le sumamos las campañas intermedias inventadas para llenar los huecos entre festivos, entonces el panorama acaba siendo abrumador. Es un constante adelantar los acontecimientos. Así, por ejemplo, por febrero se nos dice que tenemos que celebrar los enamorados porque lo dice san Valentín, marzo y mayo son para el día del padre y de la madre y ahora, en noviembre, como es aquel mes tonto que queda colgado entre la castañada y la Navidad, han tenido la ocurrencia de crear el Black Friday, que empezó siendo un viernes y basta y ahora te lo alargan quince días y lo empalman con los villancicos a todo trapo por las calles y ascensores de las ciudades.

Lo que queramos gastar, hagámoslo en comercio de proximidad porque si no, con tanta anticipación y tanto gasto extenuante, corremos el peligro de que nos vacíen el bolsillo mientras, paralela y paradójicamente, penalizamos al comerciante de al lado de casa

La cuestión es hacernos comprar cosas, la mayoría de las cuales no nos hacen falta, solo por el simple hecho de que están rebajadas. Generar una necesidad. Otro tema es hasta qué punto es cierto el tanto por ciento que aseguran que te ahorras. No sería la primera vez que algunos vendedores suben el precio veinte días antes de iniciar los descuentos para que después parezca que los rebajan. Total, para quedarnos allí donde estábamos pero engañados.

Para no quedarse atrás de tanta modernez abrumadora, a menudo el comercio local —de mala gana— se ve obligado a sumarse a estas iniciativas, con las cuales no puede competir en igualdad de condiciones. Su margen de beneficio es muy menor que el de las grandes superficies o empresas de venta por internet y les toca ir a remolque para no perder clientes, muchas veces en detrimento de perder dinero.

Como si de la aldea gala de Astérix se tratara, el pueblo de Flix (Ribera de Ebro) ha decidido este año no jugar a este juego. Así, la Unión de Comerciantes de esta localidad, que cuenta con unos cincuenta negocios asociados, ha dicho basta. Los últimos años lo hacían contra su voluntad, pero este 2023 han plantado cara definitivamente. Harán sus propias campañas a lo largo del año y serán teniendo en cuenta criterios de equilibrio y sostenibilidad.

Ante el bombardeo continuo y el consumismo que lastra nuestra sociedad, se agradecen gestos valientes y coherentes como los de esta población ebrense, que nos ayudan a reflexionar. Quizás si más municipios se sumaran, se conseguiría revertir una dinámica devoradora que en poco beneficia a los establecimientos pequeños y medianos y que tampoco favorece demasiado al propio comprador, a pesar de que nos quieran hacer creer lo contrario. Lo que queramos gastar, hagámoslo en comercio de proximidad porque si no, con tanta anticipación y tanto gasto extenuante, corremos el peligro de que nos vacíen el bolsillo mientras, paralela y paradójicamente, penalizamos al comerciante de al lado de casa.