La posteridad contará que, antes del 1 de octubre, Oriol Junqueras cerró un pacto con el PP de Rajoy y con el sector más cínico y más ateo de CiU, para rematar a Jordi Pujol y convertirse en el nuevo virrey de Catalunya. Con la ayuda de la ANC de Jordi Sànchez, el estado mayor del procés tenía que facilitar la transición del pujolismo al junquerismo haciendo creíble el fracaso del referéndum. 

Una de las últimas medidas del teatro fue llenar el gobierno de patriotas como Quim Forn, para colgarles el muerto de la derrota. A Clara Ponsatí le dije que intentarían usar su honor “para lavarse el culo”, cuando la hicieron consellera, y mira tú si acerté. Carles Puigdemont estaba dispuesto a usar su pedigrí para allanar el camino a Junqueras. Así, nadie sabe cuántos votos entraron en las urnas del 1 de octubre, ni siquiera Tatxo Benet que puso la sede de Mediapro al servicio de la comedia.

El plan nació cojo porque Marta Rovira se sintió traicionada por el presidente de ERC y por buena parte de su partido, cuando las primeras detenciones hicieron imposible que se siguiera autoengañando, a primeros de septiembre. La terquedad de Rovira y la organización de la disidencia hizo que la semana del 1 de octubre la dirección de la ANC fallara a la hora de enviar la gente a casa. Los intentos de inutilizar a Jordi Graupera tampoco funcionaron como se preveía.

La confesión de Pujol sirvió al Estado para sacarse al rey Juan Carlos de encima, mientras que el encarcelamiento arbitrario de los políticos sirvió para demonizar al PP y hacer pagar al gobierno de Rajoy las porras del 1 de octubre

Cuando el 1 de octubre salió de madre, una parte de Convergència intentó aprovechar que Puigdemont no quería quedar como un traidor para renegociar el pacto al alza. El misterioso tuit de las 155 monedas de plata que Rufián hizo cuando Puigdemont empezó a tocar todos los botones, era un reproche a los convergentes que ponían el acuerdo en peligro, haciendo ver que no querían convocar elecciones. El 26 de octubre, Jordi Cuminal salió del PDeCAT y registró un partido nuevo por si acaso.

Entonces, ya hacía meses que la radio del conde de Godó hinchaba la cabeza de los catalanes diciendo que el "junquerismo es amor". En realidad, Junqueras y sus chicos no insistían en esta idea para seducir al pueblo, sino para convencer el mundo de CiU que amenazaba de estropear el pacto para defender sus prebendas. Lo sé por la cara que hacía Marc Álvaro cuando me lo encontraba por Blanquerna. 

—Sé que tienes un grupo de Whatsapp con Junqueras. Piensa que va diciendo por el Círculo Ecuestre que él puede hacer el trabajo de Convergència con más credibilidad porque es independentista de toda la vida. 

Las elecciones del 21-D acabaron de liar las cosas. Toni Castellà y Elisenda Paluzie rehusaron presentarse a los comicios y aclarar qué había pasado. Solo el instinto de supervivencia de Puigdemont, mezclado con la avaricia de los jóvenes convergentes, evitó que el retroceso fuera inmediato. ERC no pudo ganar las elecciones porque Marta Rovira estaba rota y Junqueras quedó a merced del tribalismo convergente y de la crueldad de los españoles.

En un acto que no sé todavía cómo tengo que calificar, Jordi Graupera desenterró entonces una idea que hacía tiempo que hablábamos. Él tenía la obsesión de las primarias y yo tenía la obsesión de Barcelona, y miramos de salvar los muebles, reuniendo los restos vivos del naufragio. No hacía ni un año del referéndum, que un exconseller de ERC nos dijo, con cara de socialista intocable: “Piensa que cuatro años en prisión no son nada al lado  de pasarte toda la vida en el exilio”.

Si repaso las cosas que he visto desde entonces, diría que los indultos estaban pactados de entrada. La confesión de Pujol sirvió al Estado para sacarse al rey Juan Carlos de encima, mientras que el encarcelamiento arbitrario de los políticos sirvió para demonizar al PP y hacer pagar al gobierno de Rajoy las porras del 1 de octubre. También sirvió para atizar el fantasma de la ultraderecha en TV3, con la colaboración de su director, Vicent Sanchis, que es valenciano y fusteriano y sabe qué heridas hacen sangrar más a la bestia.

Ahora que Junqueras va a salir de la prisión, el mundo disperso de Convergència es un corral de gallinas asustadas. A pesar de que Pujol ha bendecido a Junqueras para salvarse, Jordi Amat no habría escrito nunca un libro como el del chófer asesino si la caída en desgracia del primer virrey moderno no fuera una cosa casi hecha. Amat tiene la misma idea pequeña del poder que los sectores de Convergència que han intentado apartar a Pujol y sacar provecho del encarcelamiento de Junqueras, por eso el artículo de Marina Porras sobre su libro tocó tan tierno.

Pujol intenta mangonear para dejar algo a la posteridad, pero ha perdido el sentido de la grandeza y cada vez tiene menos hombres. El mundo pujolista ha manoseado tanto el país que ya solo es capaz de generar caricaturas como Quim Torra. El president vicario sirvió para ganar tiempo a cambio de frenar a Puigdemont en Europa, pero no ha servido ni servirá para levantar nada que pueda hacerse necesario en la nueva Catalunya del virrey republicano.

Vencidas y desorientadas, las facciones de Convergència se preguntan qué pasará cuando Junqueras vuelva al Palau de la Generalitat. Se han hecho tantos chistes sobre él, que nadie osa decir si va a volver como un ganso mojado o como el conde de Montecristo. En ERC se sienten ganadores y se preparan para veinte años de hegemonía, aunque sea autoritaria y contrahecha. Cuando los republicanos ven cómo se comportan los convergentes más bravucones, sonríen de saber que se ha rendido mucho más deprisa.

Junqueras me dijo un día que es inútil hacer planes porque la historia los estropea el día que menos te lo piensas. A mí, me parece fácil de prever que esta vez no es Convergència quien le hará la zancadilla. Sus problemas vendrán de la pérdida de poder de los políticos, y especialmente de los políticos autonómicos. A medida que los estados europeos vuelvan al viejo centralismo, solo quedará el poder llevar de Madrid y la energía feroz de los catalanes que todavía no han sido consumidos por la crueldad y por el cinismo.