Las imágenes de los ministros españoles cantando con el pulmón roto de patriotismo El novio de la muerte ha provocado mucho resquemor y un montón de disquisiciones torcidas por los complejos. Si el ejército español tuviera la misma carta de servicios que el ejército británico o que el norteamericano poca gente se sentiría ofendida por el entusiasmo nacional católico de los ministros. La estética, claro, tampoco sería la misma.

El problema es que, en España, la imagen de Jesucristo y del ejército están todavía demasiado secuestradas por el franquismo. No se me ocurre un insulto más ofensivo a la democracia occidental, ni una manera más salvaje de blasfemar contra la iglesia, que animar a un grupo de soldados que cargan a un Cristo con esvásticas tatuadas en los brazos. Después nos lamentaremos de que el catolicismo va de baja o que la OTAN no tiene buena fama.

Si te lo miras bien, la imagen de un soldado deslumbrado por los nazis, que lleva a peso la talla de un judío crucificado por los mismos judíos, es un poco fuerte. Sobre todo es fuerte si la imagen cuenta con el apoyo entusiasta de un gobierno que hace tiempo que no sólo se esfuerza en presentar al independentismo catalán como un movimiento de tendencias violentas y autoritarias, sino que, además, promueve el encarcelamiento de dirigentes políticos con esta excusa.

El problema no es que la Legión saque a pasear a un Cristo de procesión por Semana Santa, ni que la ministra Cospedal honre la Pascua haciendo bajar las banderas a media asta. El problema es que la Legión, con su estética polvorienta y mal actualizada, todavía hace pensar en uno de estos ejércitos de país tercermundista que sirven más para reprimir a los civiles que para ganar guerras internacionales.

Como dice Enric Juliana, el PP está desesperado para detener el crecimiento de Ciudadanos y ahora ha tenido el chiste de hacerse valer a base de reivindicar las viejas tradiciones, igual que hace un par de años lo intentó poniendo jóvenes modernillos en primera fila. Hay un hilo de electoralismo frivolote y tremebundo que vincula las listas de spotify de Andrea Levy, o los discursos contra la corrupción que hacía Cristina Cifuentes, cuando todavía podía, con los ministros que cantaban el himno de la Legión esta Semana Santa.

Después de 40 años de despreciar la tradición para no enfrentarse al pasado, la cultura española es uno cuarto de trastos pleno de derrotas y de victorias mal digeridas. El crecimiento de Ciudadanos no se entiende sin el esfuerzo que el PP y el PSOE han hecho durante muchos años para blanquear la historia del país y mantener al español medio narcotizado en una especie de presente continuo, propio de las sociedades cortesanas.

Si toda la energía que el Estado ha puesto en deslegitimar el sentimiento nacionalista para despreciar a vascos y catalanes lo hubiera puesto a sofisticarlo, los ministros podrían cantar a coro y el conflicto entre Madrid y Barcelona no parecería una discusión de pescateras. Para evitar enfrentarse a la diversidad, la España democrática ha hecho un esfuerzo enorme por desnacionalizarse y ahora necesita revalorizar la nación de manera urgente para parar al independentismo.

Como explicaba Juan Luis Cebrián ayer en un artículo, Catalunya ha vuelto a llenar el debate político español de barroco y panderetas. Los políticos procesistas son actores necesarios para que los partidos de Albert Rivera y de Rajoy puedan hacer sus comedias respectivas. El problema es que entre el folclore que el PP intenta resucitar y la democracia sin atributos que Ciudadanos quiere instaurar hay un hueco inmenso que ya sólo se puede llenar a través del significado que se dé al 1 de octubre y a la idea de autodeterminación.

Como dice Cebrián, la situación de Catalunya "amenaza" con envenenar al conjunto del Estado y ningún tipo de represión, o de espantajo, será suficiente para ponerle un remedio estable. La solución tiene que ser política a la fuerza -asegura el mítico editor de El País, que fue uno de los primeros a pedir la suspensión de la autonomía. Por eso, el Estado necesita que sean los mismos líderes independentistas que dejen huérfanos a sus votantes dando validez a alguna solución que legitime la democracia española.

En este sentido, los cánticos de los ministros no sólo forman parte de un ambiente general que favorece el avivamiento del nacionalismo a todo el mundo y, como hemos dicho, de la carrera electoral entre el PP y Ciudadanos. También forma parte de la sesión de polichinelas que intenta dar cobertura a los discursos cada día más suicidas de ERC y PDeCAT. Vigila que, a base de jugar con fuego, los títeres no cobren vida propia.