El bichito amarillo de Wuhan está a punto de generar un efecto en el país que incluso los políticos procesistas habían conseguido neutralizar con sus chantajes y sus juegos de manos. Como la pandemia no se puede juzgar moralmente, ni se puede reducir a un fenómeno local, irá enfrentando a los catalanes a su poder personal y a su sentido de la trascendencia. 

Catalunya, que había aprendido a vivir sin alma, se encontrará cada vez más atrapada entre España y sus excusas. Darse largas producirá resultados cada vez más pobres y grotescos, como se vio en TV3 en la entrevista a Junqueras. El bichito amarillo de Wuhan hace una presión especial en las personas que han cedido su talento a cambio de una vida más o menos convencional o de reconocimientos estériles.

En toda Europa, la disolución de los vínculos colectivos ha degradado la vida espiritual, pero en Catalunya la situación colonial hace que las personas huyan con más autocomplacencia de lo que realmente quieren. En Catalunya, el espíritu es un estorbo porque el talento no tiene caminos preestablecidos que no lleven al cinismo. Ahora, a medida que la pandemia se alargue, veremos como la gente práctica, la gente que no sabe defender nada seriamente, al final tiende a dejarse destruir por cualquier cosa.

Todos estos que dicen que la vida está sobrevalorada o que se tienen que asumir riesgos porque la vida continúa deberían asegurarse de que más que una vida no tengan una comedia. Porque la pregunta que nos hace el bichillo no es si queremos vivir o morir —total, no tiene una mortalidad de película—. La pregunta que nos hace es si queremos acabar de gastarnos todo lo que hemos recibido gratis o queremos dejar algo en pie detrás de nosotros.

No es solo la democracia que vamos a tener que regenerar, si no la queremos ver convertida en una reliquia. La clase media que le daba fuerza y sustancia también va a tener que refinarse, si quiere sobrevivir a sus hipocresías. Yo solo veo diferencias técnicas entre la falta de planificación de los políticos y el gentío que ha huido de Barcelona cuando se le ha pedido por favor que no saliera mucho de casa. 

Seguro que los coches que el viernes salieron de la ciudad estaban rebosantes de catalanes buenos y comprometidos, igual de santos y mártires que Junqueras. Ojo porque la colección de autoengaños desesperados que llevó al país hasta el hundimiento colectivo del 1 de octubre ahora podría tener consecuencias mucho más personales y devastadoras.