Me da la sensación de que después de dedicar los mejores años de mi juventud a escribir sobre la historia del país, ahora voy a tener que aprender a sacar punta de mi vida personal. 

No renuncio a escribir un libro sobre el general Prim o una biografía de Jordi Pujol. Pero ahora que George Steiner ha pasado a mejor vida y que la decadencia de Occidente va dejando tronos vacíos, sin herederos que puedan llenarlos, es un buen momento para volver a fijarse en los detalles, en las experiencias aparentemente pequeñas.

Dicen que en la nueva novela de Gonzalo Torner, Jordi Pujol se muere haciendo caca. Igual que fue un error de cálculo confiar el futuro de Europa a la sabiduría de los eruditos, sería una desgracia que la vida íntima de los catalanes la volvieran a explicar los españoles, como ya pasó en la última posguerra.

Las culturas se tienen que construir de abajo para arriba. Los vencedores se cuecen en un resentimiento más corrosivo que los parias de la historia, cuando el contacto con la debilidad los vuelve temerosos de arriesgar su libertad. El mismo Steiner ha reconocido que fue demasiado cobarde para lanzarse a la vida creativa. Supongo que tenía miedo de topar con su prestigio, con las sombras de una civilización que lo encumbraba mientras crecía con pies de barro.

Si Europa no hubiera querido asfixiar el sufrimiento del siglo XX con grandes discursos culturales, ahora Netflix no iría saturado de películas chinas. El futuro no se conquista en las cancillerías ni en los grandes cenáculos académicos multilingües. La imaginación es el don del hombre que lucha para superar su aislamiento sin hacer concesiones y que, por lo tanto, es capaz de hurgar en el pasado que todo el mundo quiere olvidar como si le fuera la vida. 

La creación es una lucha para romper los silencios impuestos, es una búsqueda de las vidas que se pudren en el fondo del alma de un pueblo o de un amante porque no han encontrado la paz necesaria para poder pensarse o ni siquiera sentirse. Me he comprado una libreta y me dedicaré a escribir las cosas que me pasen por la cabeza, al menos unos días. Quiero probar de escribir sin filtros, a ver cómo me va y cómo lo aguanto. 

Si ya es difícil no ceder a los chantajes del reconocimiento social, todavía es más difícil no dejarse desviar por los miedos que se alimentan de los amores familiares. Filosofar sobre el país era más fácil. Pero ahora que ya tengo un pasado como es debido, decorado de tumbas y de paraísos que no volverán, la alternativa sería dejar que la historia de mi vida acabara volviéndose un souvenir con barretina de la Rambla.