Ya me había pasado otras veces pero hasta ayer no le vi el sentido. Empecé a leer una columna de Francesc-Marc Álvaro y cuando acabé había olvidado completamente quién la firmaba. No es que Marc-Álvaro haya tenido nunca demasiado estilo. El autor de Per qué hem guanyat? siempre ha abusado de la navegación, por eso llegó a ser el articulista más joven de la historia de La Vanguardia.

Lo que me sorprendió del artículo no fue que fuera más o menos malo, sino que su irrelevancia me recordara hasta qué punto la vida del país ha ido perdiendo el color. Quizás porque me la miro cada día de más lejos encuentro que las figuras que se postulan para jugar un papel en ella se asemejan cada día más. En los últimos años de la Transición, quizás algunos antifranquistas observaron el mismo fenómeno.

Ahora es cuando se verá que las cosas importantes no salen solo porque te esfuerces en fingirlas. La decadencia del articulismo de Marc-Álvaro no será nada al lado de la trayectoria descendente que muchos intentarán seguir para adecuarse a la situación, en este clima de caída libre. En Catalunya, la prensa siempre ha tenido un regusto de motel de carretera sórdido y anodino, pero en las épocas buenas del país la fuerza de la vida equilibra la balanza con las miserias del poder.

Hay muchas maneras de inutilizar a la gente, o de atraparla sin que se note, y más ahora que la democracia está en guerra con ella misma

Últimamente, cuanto más se degrada la política, más me parece ver que la vida catalana tiende a imitarla. Casi todas las personas que conozco que merecen la pena están fuera de Catalunya, o al límite de la supervivencia, como en los tiempos del tripartito. A fuerza de esforzarse en ser discretos, la mayoría de mis amigos y conocidos no solo se asemejan cada vez más entre ellos, sino que también se asemejan cada vez más a las figuras que ridiculizaban. 

A los españoles solo les queda un clavo para clavar en el ataúd del 1 de octubre. Como pasó en la Transición, necesitan un Maragall y un Pujol, un puñado de gente que venga del otro lado con un par o tres de caras visibles. En este sentido, ha sido un golpe de suerte que la detención de David Madí haya asustado a Tatxo Benet. Si Benet se hubiera apoderado del Ateneu con Bernat Dedéu en su lista, el siguiente en caer habría sido Jordi Graupera.  

Ahora Dedéu tiene margen para dar ejemplo y mirar de poner orden en el Ateneu, y Graupera tiene más tiempo para pensar qué hace con su vocación política. Ya sé que Graupera no es De Gaulle, ni Tarradellas, ni Pujol, ni Lucas Skywalker, pero si yo fuera español es la pieza que utilizaría para sellar el ataúd. Sin Graupera y Dedéu, y con Rufián instalado en ERC, Madrid se tendrá que saltar una generación, justo cuando más le faltan caras que le funcionen en Catalunya. 

Hay muchas maneras de inutilizar a la gente, o de atraparla sin que se note, y más ahora que la democracia está en guerra con ella misma. Pero igual que Catalunya desaprovechó una oportunidad de manual durante el procés, España no tendrá todo el tiempo del mundo para rematar el independentismo. La generación de Graupera y Dedéu será de transición, pero todavía está a tiempo de decir la suya y dejar impronta.