El escritor Arturo Pérez-Reverte retuiteó este domingo un artículo de El País sobre los tercios hispánicos que recogía el espíritu imperialista que Vox intenta resucitar a través de su propaganda política. El artículo aseguraba que el independentismo ha hecho crecer el interés por el pasado y recogía libros, conferencias y recreaciones al aire libre que, según el diario, son prueba de la afición renovada que despiertan las “unidades militares” de los Austrias.

El periodista explicaba que los temibles tercios dominaron Europa durante más de 100 años. También recordaba que sus compañías solo podían ser dirigidas por oficiales que hablaran en castellano, catalán, sardo o portugués. En una cabriola típica de los diarios de Madrid, añadía que los italianos que “chapurreaban el español” miraban de hacerse pasar “por valencianos” para no quedar excluidos de los ascensos y de los lugares de mando. 

Enseguida pensé en un artículo aparecido hace un par de años en el Abc. El diario informaba que se había localizado una de las pocas firmas originales de Cervantes que se conocen en un juicio celebrado en la ciudad de València. Naturalmente, las actas del juicio estaban escritas en el más bello catalán. Como si se hubiera encontrado también un audio de la vista, el diario corría a añadir, sin ninguna prueba, que la declaración judicial del mejor escritor del Siglo de Oro había sido traducida directamente del castellano por el funcionario valenciano de turno. 

Igual que la información del Abc, el artículo de El País intentaba disimular el papel que la nación catalana tuvo en el ascenso y en la caída del imperio hispánico. La primera derrota importante de los tercios, por ejemplo, no fue en Rocroi, como dice El País, sino que fue en la batalla de Montjuïc, que acabó con las unidades castellanas retirándose en desbandada, mientras las mujeres barcelonesas cortaban las narices y las orejas de los soldados heridos y rezagados. 

El texto de El País también pasaba por alto que el héroe de la batalla de Pavia, la primera gran gesta militar de los tercios mencionada por el articulista, fue el caballero tortosino Joan d'Aldana, que tiene una calle en Barcelona porque hizo prisionero al rey Francisco I de Francia en medio de la carnicería. Con los años, se verá que el acomplejamiento del nacionalismo español que los diarios de Madrid denuncian cada día es el resultado de los intentos fallidos que el Estado ha hecho de borrar la nación catalana de la historia. 

La épica imperialista esparcida por Vox servía para vestir una imagen unitaria de España en tiempo de Espartero o de Franco, cuando la violencia permitía al Estado prohibir el catalán, dominar los estudios académicos, y frenar por la fuerza las pulsiones separatistas de Barcelona. Ahora, esta misma épica servirá para desenredar el lío que Fernando el Católico montó hace más de 500 años intentando utilizar a los castellanos de carne de cañón de las conquistas catalanas.

Engañados por el victimismo de los partidos procesistas, y por su propio quijotismo, los españoles no son todavía conscientes del momento histórico que vivimos. La democracia pretendía dormir Catalunya para acabar de asimilarla y ha hecho posible plantear el derecho a la autodeterminación. No hay que tener mucha imaginación para ver qué efecto disolvente puede tener el discurso imperialista de Vox posado sobre el lienzo de la globalización y de la revolución tecnológica.

Como ya expliqué en otro artículo, en la Europa de hoy la independencia de Catalunya es la única posibilidad de volver a los buenos tiempos del imperio hispánico, y la mejor manera de conseguir que la relación entre Madrid y Barcelona sea creativa por una vez en la historia. Incluso resulta premonitorio que el artículo de El País acabe recordando que los tercios desaparecieron cuando Felipe V llegó a España y los disolvió en una organización militar calcada a la francesa.

La unidad de España tenía sentido cuando la oligarquía castellana hacía ver que mandaba un gran imperio a cambio de dejar que las élites catalanas robaran y se corrompieran a lo grande. Sin la carta blanca que el ejército español ha tenido los últimos tres siglos, los discursos de Vox acabarán por hacer emerger el imperialismo mercantil de Feliu de la Peña, Víctor Balaguer y Eugeni de Ors y convertirán la independencia de Catalunya no solo en una necesidad de Barcelona, sino también de Madrid. 

Vicenç Vives ya dijo, a su sutil manera, que tan bien le iba para esquivar la censura española, que la cuestión era conseguir que el Estado funcionara para que los castellanos dejaran Catalunya en paz de una vez. Cuando los chicos de Vox se den cuenta de que Madrid va como una seda y que no necesita catalanes que le pongan palos a las ruedas y se dediquen a hundir el prestigio de la nación española, querrán la independencia de Catalunya igual que antes querían exterminarla.

Quizás sí que una parte de Europa se hizo "luchando contra pacos y manolos", como dice Pérez-Reverte. El creador de Alatriste todavía está en la fase de pensamiento neofalangista, igual que le pasa a Vox y al conjunto de la derecha madrileña. Pero Europa también se hizo, por suerte, con las aportaciones catalanas, que curiosamente son las que han acabado por prevalecer. Por eso Salvador Dalí decía que el centro del mundo está en la estación de Perpinyà, ciudad que La Vanguardia cada día cita con menos manías, utilizando la ortografia catalana.