Veo que corre por Twitter un vídeo de Jordi Cañas que describe la hoja de ruta que el procesismo y el club del 155 tienen pensada para Catalunya. Con su matonería pintoresca, de quinqui en extinción adiestrado para indignar a catalufos, Cañas cuenta que no “permitirá” la independencia de Catalunya porque sus abuelos inmigrantes están enterrados en este país, que ellos creían que era España.

Ciudadanos siempre ha sido el partido títere de la élite convergente, a pesar de que sus líderes hayan tendido a olvidarlo, embriagados por los artículos de Arcadi Espada y de Francesc de Carreras. Convergència les dio aire en 2006 para desgastar al PSC y, en 2010, cuando Mas perdía terreno ante Reagrupament y Solidaritat, fueron rescatados de la marginalidad para dar un barniz de moderación y de centrismo a las demandas de pacto fiscal.

Igual que Lerroux o que la FAI, Ciudadanos es una purulencia de las luchas provincianas entre catalanes. Por eso Albert Rivera se estrelló cuando quiso marcar perfil como si fuera el líder de un partido español. Rivera quería imitar el quijotismo calculado de Pedro Sánchez y desafió al Ibex-35 sin tener en cuenta que la igualdad que proclamaba en sus mítines no se ha aplicado nunca a los catalanes. 

No hace tanto, cuando ya estaba claro que Mas y Junqueras no iban a ninguna parte, Cañas iba contando que Rivera haría la operación Roca que los convergentes habían estropeado con su acento de Vic. Cañas creía que Ciudadanos se saldría con la suya porque no estaba dirigido por catalanes de pura cepa. Al final, incluso Pablo Iglesias ha salvado los muebles, mientras que el núcleo de Rivera solo ha podido elegir entre dejar la política o volver a la jaula del zoológico.

Aunque base su carisma en el mito del buen salvaje, Cañas siempre dice lo que conviene. Ahora que la democracia española está en manos de los jueces y la policía, la defensa de los muertos suena más romántica que la exaltación de los valores cosmopolitas. Si Catalunya fuera independiente, contaría que su hermano es profesor de catalán y que sus padres lo bautizaron Jordi para agradecer a esta tierra que los hubiera sacado de la miseria. 

El argumento de los muertos ya lo usaba Mas en 2007 para justificar su reticencia a defender la vía independentista. “Medio país tiene los familiares enterrados en el resto del Estado”, me dijo un día para justificarse, después de reconocer que el catalanismo era un proyecto agotado, que ni siquiera servía para contener el centralismo madrileño. La excusa de la inmigración ha sido un clásico del negocio pujolista desde los tiempos de Paco Candel.

Ahora que el puente aéreo quiere que Mas se vuelva a presentar, Cañas debe hacer otra vez su papel de quinqui exaltado e intransigente. Si se trata de volver a la pura autonomía, es necesario que los catalanes se sientan más tolerantes pero menos fuertes y genuinos que los españoles. El sistema colonial no se basa tanto en la violencia del Estado como en la explotación de los efectos psicológicos que ha dejado su recuerdo.

Los catalanes serán inofensivos mientras puedan proyectar en los españoles el mal que les hace el mundo. No conozco a nadie interesante que no sea peligroso, que no esté dispuesto a sacar el monstruo para hacerte pagar el dolor que le provocas, cuando le tocas los cojones. Con los pueblos pasa igual: un país desconectado de su historia, que se cree mejor que los otros porque no ha integrado en la cultura sus instintos y sus recuerdos más oscuros, es un país castrado, incapaz de defenderse. 

El vídeo de Cañas, en resumen, no se puede separar del cinismo pusilánime de Mas y la constitución física de Pere Aragonès. Forma parte de la misma operación propagandística. Es normal en un país que ha dejado de creer en el amor y la belleza y prefiere autolesionarse con la pedantería de una joven anoréxica que poner a prueba su vigor y su inteligencia.