La cosa que más miedo me da hasta el momento, de la guerra en Ucrania, es la reacción de los líderes de opinión de mi país. Desde Barcelona, es fácil ver que los americanos han encontrado el Hitler de revista que necesitaban para intentar dominar Europa a través de sus fantasmas y de su hipocresía. Hay un fondo siniestro en la euforia que la resistencia ucraniana ha despertado entre las élites del continente más cobardes y más comodonas.

No tengo claro si Putin ha hablado más de la cuenta o si la invasión de Ucrania es la típica estrategia rusa de dar ventaja al adversario hasta matarlo de una sobredosis de vanidad y de autocomplacencia. No deberíamos olvidar que Rusia ganó a Napoleón y a Hitler cediendo territorio a diestro y siniestro, cuando Francia y Alemania se creían que sus ejércitos eran invencibles. Ahora parece que Moscú alimenta la superioridad moral de los europeos, con el concurso maquiavélico de los Estados Unidos.

Aunque Ucrania sea una nación de Europa, Moscú juega en su casa, en términos militares e históricos. Una cosa es que los ucranianos se defiendan con heroísmo, o que su clase dirigente, que es corrupta como pocas, haya reaccionado mejor que Puigdemont y que Junqueras ―siempre dentro de los límites que permite la analogía―. Una cosa es esto, y otra es que demos por buenas las películas de buenos y malos, cuando la sangre la ponen los otros.

Los miedos que despertará el realismo crudo de Putin no solo servirán, durante unos años, para tapar las miserias de una élite europea decadente

Me parece que Estados Unidos y Rusia tratan de volverse a asegurar el reparto de Europa como en tiempos de la guerra fría. La inseguridad que genera la influencia creciente de China amenaza de volver a dejar a los europeos en manos de dos gigantes que hace un siglo que controlan nuestra casa con la excusa de que Alemania es un peligro. Quizás es un buen momento para recordar que el teatro ucraniano no habría sido más sanguinario si Trump hubiera ganado las elecciones; ni tampoco si Puigdemont se hubiera quedado a defender el resultado del 1 de octubre.

Los miedos que despertará el realismo crudo de Putin no solo servirán, durante unos años, para tapar las miserias de una élite europea decadente, que cada vez tiene que vender las motos más baratas para poder atar corta a su población sin tener que renunciar a la democracia. En Catalunya, y en muchos lugares del continente que han vivido en un baño maría, el miedo producirá cortocircuitos mentales peligrosos, de estos que se pagan con retraso y con intereses. El clima de comedia se volverá asfixiante e indescifrable, y nos tendremos que fiar de la intuición para que no nos tomen el pelo.

Los catalanes tenemos que asumir que, como todos los países, estamos solos en el mundo, y que renunciar a la independencia no servirá para que los españoles dejen de intentar exterminarnos con el pretexto que sea. En los próximos años, el pensamiento será la mejor arma que tendremos para defendernos y para hacer daño a nuestros enemigos en un entorno que va hacia el colapso. Europa no podrá defender la democracia en Ucrania si no puede protegerla en Catalunya, y tenemos que blindar nuestro espacio mental y personal de libertad y prepararnos para lo peor.

Vienen años difíciles para los partidos del Parlament y para el país, que no tiene una clase dirigente como dios manda, ni una derecha seria, que no se escape por las ramas. Pero también vienen años llenos de oportunidades en los cuales vamos a ver desaparecer muchos parásitos que se han pensado que podrían vivir a costa del país, con la excusa de la represión española. La historia se ha vuelto a poner en marcha y solo va a contar el nihilismo destructivo del materialismo y de la fuerza bruta y la llama inspiradora de la tradición.

Me parece que Putin y Zelenski lo saben mejor que el rey de España o que Puigdemont.