Leí el artículo que López Burniol publicó el sábado pasado en La Vanguardia con una mezcla de azoramiento, curiosidad e indignación ingenua. El diario de los Godó hace días que vive abocado a promover el entendimiento entre ERC y el PSOE y el artículo de Burniol desentonaba con una estridencia extraña e impertinente.

Burniol venía a decir que el Estado no se puede permitir tener un gobierno que sea fruto de un pacto con ERC, mientras los republicanos no renuncien a la autodeterminación. Como pasa a menudo en la prensa catalana, cuando los articulistas defienden posiciones de encargo que les obligan a hacer un tumbo creativo repentino, el notario utilizaba una metáfora lacrimógena para explicarse. 

Burniol recordaba una señora “catalana” que se presentó a su despacho para reordenar la herencia. Parece que el notario no se pudo estar de señalarle que el nuevo testamento excluía a su marido y que la clienta le respondió, después de explicarle alguna intimidad: “No le dejo nada porque si yo no me respeto a mí misma, ¿quién me respetará?”.

La tesis de Burniol era que España se perdería el respeto a sí misma si el PSOE no tenía un ataque de dignidad como estos que a menudo tenemos en Catalunya. Después de perdonar la vida a Podemos, el artículo pedía a Sánchez que evitara de tratar con los republicanos ni que fuera con fórmulas estéticas, y que explorara el entendimiento con el PP y Ciutadanos.

Como que Burniol no escribe nada que no esté sancionado por los guardianes del gallinero, y recuerdo qué elogios hacía a Podemos y como reprochaba a Rajoy que no diera margen a Mas durante la broma del 9-N, deduzco que crece la posibilidad de unas terceras elecciones. La actitud sumisa de ERC seria, en parte, una puteria, una forma de protegerse de las marranadas del Estado, que ya se ve que intenta ganar tiempo para preparar una gran coalición PSOE-PP.

La autodeterminación ha soscabado los cimientos de la democracia española y el Estado se dispone a chutar la pelota bien adelante, con un enrocamiento que le dé tantos años de margen como sea posible. A pesar de que el chiringuito se le empieza a desmontar, Merkel ha podido gobernar Alemania durante años como si fuera una balsa de aceite, a base de grandes coaliciones. 

En el caso de España, como cuento en mi Patreon, PP y PSOE rumian la forma de cambiar la Constitución para poder excluir el independentismo sin acabar de destruir el mito de la Transición. Las enjabonadas que Arcadi Espada y Javier Cercas reciben estos días por sus cagaditas sobre el proceso nos tendrían que recordar que la literatura siempre va por delante la política. 

La España de toda la vida espera con impaciencia más o menos secreta, la llegada de un nuevo general Mola. Con el repliegue progresivo de los Estados Unidos, los países que vivían presionados por su vigilancia paternal y benefactora vuelven a recuperar los rasgos primarios de su personalidad. Igual que lo vemos en Turquía, Russia o China, también lo podemos ver en España o Francia. 

Guiada por Burniol, pues, La Vanguardia va a endurecer la línea editorial, suponiendo que la actual no sea ya una comedia para acabar de hundir la reputación de algunos políticos y articulistas. Unas terceras elecciones o un pacto de última hora con el PP, permitirían alargar la legislatura a Quim Torra y ayudarían a los convergentes a mantener el control de la Generalitat, mientras el Estado pasea ERC por Madrid como si fuera una reliquia de la Guerra Civil.

Junqueras no es Mandela, como pretenden algunos, pero los republicanos no hacen otra cosa que evidenciar que Catalunya es un país ocupado, con otro sentido de la justicia, metiéndolo en las negociaciones. Por mucho que los despistados comparen a Puigdemont con el conde de Montecristo, el presidente exiliado solo es un reclamo electoral. Solo cuando la derrota sea clara y mucho menos provisional quizás los españoles y los convergentes le dejarán hacer un Tarradellas para acabar de sellarla. 

Antes, sin embargo, habrá que cambiar la Constitución y contener a VOX y a Podemos para que no acaben de destruirla desde dentro. Como se ha visto con Pablo Iglesias y se ve también con los escritores malotes de Madrid, la trituradora de almas funciona a toda máquina. La gestión que el processisme ha hecho del 1 de octubre ha abaratado tanto la represión española que con una multa arbitraria se puede destruir la vida de la mayoría de independentistas jóvenes.

España siente la llamada de los viejos tiempos, de la época en la que un ministro podía decir que si un catalán era homosexual tenía que pedir públicamente perdón dos veces en la plaza Catalunya. La catalanidad no tiene redención en la España unitaria diseñada por los amos Burniol –que por cierto siempre se manifestó contrario a que La Vanguardia se publicara en catalán, al oído del conde—. La defensa de la unidad española va camino de volver a ser un gran negocio de muy pocos, cada día más reaccionarios, más ricos y más viejos.