Un subscriptor del Patreon que se llama Pere Roca me ha enviado un libro —un ensayo filosófico— que me ha sorprendido. Hacía tiempo que no leía un texto tan inteligente y genuino en catalán y, aunque celebre haberlo estrenado y tener el gusto de presentarlo, me asusta ver como se repiten los esquemas del periodo de entreguerras.

El libro, que se titula El món suprem, describe el impacto que el bienestar ha provocado en nuestra forma de ver el mundo y de afrontar la vida. Visto por Roca, el hombre ya no es aquel Dios con muletas del cual hablaba Freud en El malestar en la cultura, publicado durante los años del crack del 29, justamente cuando Catalunya se dirigía cantando y bailando al mayor desastre de su historia.

Roca ve al hombre moderno liberado de Dios y más cerca que nunca de la esencia de la vida, que es la vida misma. La tecnología nos ha liberado de las cadenas que nos obligaban a proyectarnos en una divinidad externa para superar las limitaciones. Chesterton se burlaba de los bobos que adoraban a sus mascotas para no tener que creer en Dios. Roca se ríe de los biempensantes que fingen que trabajan para mejorar el mundo, mientras descansan.

El libro da perspectiva y demuestra que la tecnología adquiere su sentido en la medida que obliga al hombre a luchar por su alma. Como dice Roca, vivimos tan cómodos que ya no tenemos remordimientos por las cosas que hemos tenido que hacer, sino por las cosas que hemos imaginado pero no hemos osado llevar a cabo. La posibilidad tiene más poder que los hechos. La ciencia ha destruido los muros que protegían la realidad del pensamiento.

Para no tener que rendir cuentas con nosotros mismos, usamos la libertad que nos da la tecnología para buscar formas cada vez más refinadas de escaquearnos y autodestruirnos

Sufriendo por el bienestar, hemos convertido la vida en una ideología y la hemos dejado en manos de políticos demagogos. Para no tener que rendir cuentas con nosotros mismos, usamos la libertad que nos da la tecnología para buscar formas cada vez más refinadas de escaquearnos y autodestruirnos. Languidecemos de miedo a morir, y nos volvemos cortos de miras para evitar que la inteligencia, y los medios que tenemos para cultivarla, nos metan en problemas. 

Occidente se hunde porque vive de comercializar mentiras piadosas. Los países democráticos han convertido la tergiversación y la moralina en la base de su riqueza, asustados por el potencial de sus triunfos. Nos ahogamos en un océano de espejos y de apariencias. Ablandados por un confort sin precedentes, hemos empobrecido tanto la cultura que la vida colectiva parece un póster de Che Guevara en la habitación de un adolescente.

El libro de Roca explica todo esto y más y está escrito con la ironía ática de los grandes filósofos catalanes y occitanos. En las épocas confusas, la potencia del mundo occidental solo se puede explicar bien desde el centro de su periferia. Solo si has vivido la revolución de las sonrisas y has oído a Quim Torra gritando viva la vida con su cara de lechuga ennegrecida, olvidada al fondo de una nevera vacía, puedes escribir un libro como este.

Como dice Roca, los genios de la cultura han emigrado hacia la ciencia y los pintores, arquitectos y escritores que nos enriquecían el espíritu ahora se dedican a resolver detalles prácticos para que podamos vivir bien el máximo de años posibles. El tema es qué hacemos con nuestra vida. No es la primera vez que nos quedamos atascados intentando responder a esta pregunta, ni que provocamos un desastre intentando escapar de ella. 

Cada vez que la cultura le falla a la tecnología, Cataluya sufre un descalabro que la borra del mapa. Ya pasó en los años treinta, cuando Mercè Rodoreda se pensaba que lo tendría todo pagado porque iba por Barcelona con una novela de Dostoyevski. El libro de Roca es poderoso porque es optimista sin ser banal, ligero sin ser frívolo, realista sin ser pequeño. Es una de estas setas solitarias que germinan en el país cuando las palabras se vuelven vacías y el suelo se nos hunde bajo los pies.