La detención de Puigdemont ha puesto a todo el mundo intenso y nervioso. Los alemanes han advertido a los españoles que no piensan entregar al president catalán para que Madrid se ensañe con él con cualquier pretexto. El legalismo de los alemanes, como el de los españoles, es una forma de nacionalismo encubierto para hacerse disculpar la barbarie del siglo XX. La suerte es que Berlín ha pagado los excesos del pasado más caros que España, y se resiste a hacer el trabajo sucio a nadie que no sean los americanos.

La reluctancia de los alemanes ha despertado el mundo anglosajón y ha encendido alarmas en Madrid. El escritor Pérez-Reverte, que es capaz de ponerse en la piel de un perro, pero no en la piel de un catalán, quizás porque es español, ha vuelto a vomitar su bilis caricaturesca en Twitter. El autor de Alatriste sufre porque los diarios anglosajones se dedican a hacer editoriales contra el Estado pidiendo un pacto con Catalunya que sería ideal para que el mundo protestante siguiera sacando provecho del conflicto entre Barcelona y Madrid.

Después está el procesismo, que se aferra cada día a ramas más delgadas. Incapaces de concebir la posibilidad de hacer la independencia sin pactarla con los españoles, los procesistas intentan pactar un retorno al autonomismo, como si los últimos años no hubiera pasado nada. Cuando ERC llama a la Casa Real, los secretarios del borbón cuelgan el teléfono, pero eso no impide que el partido de Oriol Junqueras sueñe con convertir Ernest Maragall en el nuevo president de la Generalitat.

Maragall es un residuo de esta oligarquía sin patria que, tanto por tanto, Madrid ya ha decidido sustituir por los robots de Ciudadanos. Arrimadas y compañía son como estos iPads que ahora empiezan a proliferar en algunos McDonald's para que los clientes hagan los pedidos. O como estas muñecas y muñecos inflables que tienen un tacto cada día más humano, con muchos accesorios para que el consumidor quede satisfecho. Su ignorancia de sirvienta arrogante los hace ideales para ejecutar sin protestar las órdenes españolas.

Mientras ERC maniobra para investir a Maragall con los votos de los comunes, los diputados de Junts per Catalunya sueñan con investir a Jordi Sànchez o incluso a Quim Torra, mientras hacen ver que quieren investir a Puigdemont. Tiene gracia que el Jordi que intentó descafeinar el referéndum hasta el último momento, ahora sea un candidato a sustituir al president detenido. Lástima que, entre la reluctancia de Merkel a hacer el trabajo sucio a los españoles, y el entusiasmo de los diputados flamencos, que mantienen Bélgica del lado de los catalanes, los procesistas cada día estén más acorralados.

Como dice Francesc Marc Álvaro, el procés ha servido para destruir una generación de políticos catalanes. Lo que no sabe el articulista de La Vanguardia, quizás porque se siente arrastrado al abismo por esta misma generación, es que si los políticos reconocieran que intentaron tomar el pelo a la gente apropiándose de ideas en las cuales no creían, se salvarían. Pero después de tantos años de despreciar el país y de decir "vamos a lo práctico", ahora oyen una voz que les dice que desaparecer es lo más práctico, y están muy desorientados.

Es aquello que decía Indro Montanelli, uno de los periodistas que mejor entendió el siglo XX: la servidumbre muchas veces no es tanto una violencia del patrón como una tentación inconfesable del sirviente.