El objetivo de las próximas elecciones es segar el vínculo político y emocional de los catalanes con el voto del 1 de octubre. Los partidos de la Generalitat hace años que trabajan en ello, cada uno con su agenda de zopenco, como estos pobres desgraciados que traicionan a sus compañeros o se baten en un circo antes de ser ejecutados.

Gabriel Rufián ya hace años que maltrata la parte de sus votantes que más trabajó para arrastrar a Junqueras hasta el referéndum. Cuando se dio cuenta de que el papel del mártir no sería suficiente para que su partido ganara unas elecciones a los convergentes, se olvidó de las monedas de plata y se giró contra la parte más patriota de su electorado. 

Puigdemont es más sutil porque el núcleo de su mundo se dejaría matar por la libertad de su país. Primero se cameló a una parte de Primàries y se aseguró el lugar de eurodiputado pactando con el PSC en la Diputación. Después copió de manera burda el invento de Jordi Graupera para legitimar a Laura Borràs, que venderá la parodia feminista de la primera presidenta del país. 

Hasta ahora, ERC y JxCat han mantenido el vínculo de los catalanes con el 1 de octubre a través de sus mentiras y tergiversaciones. Los partidos de la Generalitat pagaban el precio del descrédito a cambio de tener dinero público para repartir y comprar disidentes. La finalidad de las elecciones es socializar el desprestigio que han acumulado estos años por la vía de obligar a los catalanes a subscribir sus payasadas con el voto.

Cada concesión que los políticos y sus propagandistas han hecho, la pagarán multiplicada los ciudadanos que hicieron el esfuerzo de llevar el país hasta el 1 de octubre

La obsesión de ERC y JxCat para ensuciar a su pueblo ha sido tan fuerte que los políticos se han encontrado convocando unas elecciones en el periodo más mortífero de la pandemia, después de meses de anunciarlas. Empujados por los diarios subvencionados, Junqueras y Puigdemont se han pasado de frenada y ahora los jueces españoles tienen la oportunidad de obligar a los catalanes a jugarse la salud para certificar que son igual que sus líderes.

No sé si España preferirá poner en peligro la salud de los catalanes para demostrar que manda o si dejará que los partidos de la Generalitat se beneficien del descrédito que la legalidad vigente ya tiene en Catalunya. Tanto si las elecciones se celebran en febrero como si se aplazan, el efecto será el mismo. La política autonómica está destruida y, para salvar el chiringuito, los riquillos de Barcelona reclamarán cada vez con más insistencia el desembarco del PP.

Cada concesión que los políticos y sus propagandistas han hecho, la pagarán multiplicada los ciudadanos que hicieron el esfuerzo de llevar el país hasta el 1 de octubre. Como que el genio no se puede volver a meter dentro de la lámpara, la única manera que España tiene de frenar el conflicto nacional sin matar a gente es embadurnarlo con la carencia de coraje cívico de sus representantes políticos e intelectuales. 

Como hemos visto en las calles de Ámsterdam, en el mundo que viene, la libertad la destruirán los sectores del mundo occidental que tendrían que estar más interesados en conservarla. La cuestión es destruir la democracia democráticamente. Solo hay que polarizar la sociedad con cochinadas y esperar a que la gente se envilezca y se canse. A diferencia de Franco, que gastó todo el honor que quedaba en España con su alzamiento, los nazis ya lo intentaron y no se salieron con la suya por los pelos.