Conozco un señor bien situado, que puede ver el mundo y el país desde una posición agradecida, que últimamente me dice, cada vez que nos llamamos por una cosa u otra: 

—Escucha, me estoy leyendo el libro de Jordi Amat y a mí me gusta. ¿Tú crees que me hará daño leerlo? 

Como acompaña el comentario con una risita muy típica del país, que tiene matices de ironía y de sentimiento de culpa, no me importa entretenerme con el tema.

Es normal —le digo— que te guste el libro de Amat. De hecho, tampoco hay ninguna alternativa mejor dentro del abanico de temas de conversación que hoy se pueden sacar en TV3 o en Catalunya Ràdio. Cuando hay más voluntad de poder que de proyecto político, la opinión pública tiende a resbalar hacia el sentimentalismo y la pornografía.

A pesar de que algunos clientes del Via Veneto sean de seguir la COPE y el ABC, lo que marca la agenda en las sobremesas del país son los medios públicos de la Generalitat, el diario Ara y los megáfonos del conde de Godó incluidos. En la época del tripartido los convergentes eran los que hablaban más intensamente de los libros de Javier Cercas.

Cuanto más acorralados nos sintamos, más abajo buscaremos motivos para mantener viva la curiosidad. Cuanto más nos cueste imaginar un mundo mejor, más adictos nos volveremos a los monstruos y menos creeremos en los ángeles y en el poder de las cosas bonitas. Amat hace compañía a mucha gente, porque mucha gente ve Catalunya como Amat ve a Alfons Quintà, como un monstruo sin redención, condenado a quemar eternamente como un leño.

Cuanto más nos cueste imaginar un mundo mejor, más adictos nos volveremos a los monstruos y menos creeremos en los ángeles y en el poder de las cosas bonitas

El país se encuentra en un punto que recuerda a la degradación de hace un siglo hasta la Guerra Civil y el franquismo. Josep Pla no cerró El cuaderno gris en 1919 por un capricho matemático. Cerró el libro en el momento en que consideró que las élites de Barcelona habían abandonado el país a su suerte y habían empezado a gastarse el dinero en drogas y prostitutas.

Las clases dirigentes de Barcelona cada vez tendrán que caer más bajo para defender su posición ante París y Madrid, sin tomar riesgos. Barcelona lo tenía todo para ser la perla del Mediterráneo. Pero mientras los chicos del Ara y de La Vanguardia se fumaban los libros de Cercas, la globalización consumía las oportunidades de Catalunya de reformar España con la independencia.  

Ahora también estamos perdiendo el tiempo, pero supongo que arrastramos tanto trabajo atrasado que pasaremos por todos los estadios de la putrefacción antes de volver a rebotar hacia la superficie. Barcelona no pintará nada en una Europa de cultura china, por más que su clase dirigente se abra de piernas y por más pequeñas que sean las figuras y los temas de conversación que promueva. 

Amat es un buen erudito y los eruditos sirven para ordenar las bibliotecas y los archivos, más que para hacer de policías o poetas. Amat ha escrito un libro de Quintà por el mismo motivo que Toni Soler busca su profundidad en la muerte y la vejez o que otros mezclan las fiambreras de verdura con la política. En su momento, una parte del país ya se enterneció con la boina de Pla, con la vanidad histérica de Josep Benet o con el ataque de corazón de Trias Fargas. 

Cuando las palabras no se usan para defender una historia personal y colectiva, envenenan de complejo y de debilidad todo lo que tocan. A la cultura se tiene que llegar follado, es decir, después de haber aprendido a perder, cuando ya no tienes nada para hacerte perdonar. Si no, te acaba fascinando cualquier cosa y el único rastro que dejan los libros es la marca de la enfermedad. Como si fueran un sarampión de aquellos de antes.