Me temo que antes de remontar un poco tendremos que caer todavía más bajo. Es importante recordarlo porque el clima de pillaje que hemos vivido en los últimos años se irá intensificando a medida que el pico de la pandemia se aleje y se acerque el nuevo ciclo de elecciones. El vacío político que el fracaso de Primàries ha dejado en Barcelona, combinado con la angustia que provoca en Europa la invasión rusa de Ucrania, hacen de Catalunya una tierra perfecta para el saqueo.

Jordi Graupera, Roger Mallola, incluso Clara Ponsatí, me lo habían oído decir alguna vez, cuando éramos jóvenes y fumábamos y la gente todavía creía en Artur Mas. Somos una tribu de indios instalada dócilmente sobre una mina de oro, la última California de la Unión Europea. A diferencia de Ucrania, que solo lucha para sobrevivir, Catalunya tiene una idea del mundo propia. El problema es que no encuentra la esperanza que necesitaría para poderla defender, y cuanto más le falla la esperanza, más se hunde.

No es extraño que los mejores propagandistas de la causa ucraniana usen nuestra historia para justificar su pertenencia al mundo occidental. Y tampoco es extraño que la utilicen sin molestarse a tenernos presentes en sus oraciones y sus discursos. Ucrania no refuerza más que Catalunya la paz y el poder democrático de los ciudadanos. Los ucranianos se limitan a buscar aliados para resistir al expansionismo ruso y hacen los discursos que creen que Europa quiere oír.

Para sobrevivir tendremos que cambiar nuestra identidad, pero esta transformación solo la pueden liderar políticos que prediquen con el ejemplo, y políticos de este tipo no se fabrican en dos días

A la hora de la verdad, el mejor aliado de Kyiv es Polonia, un país que ningún estado de los que corta el bacalao en Bruselas, ni ninguno de los políticos del procés, habría tolerado que se pusiera al lado de Catalunya sin montar un escándalo. Mientras los catalanes no aprendamos a defendernos solos, nos iremos suburbializando. La gente piensa que solo nos vamos a extinguir, y se equivoca. Seremos vejados, robados, degradados y escarnecidos hasta extremos que solo nos podemos imaginar si miramos bien los escombros de Mariúpol.

Ucrania corre el peligro de convertirse en un páramo material, pero Catalunya corre el peligro de convertirse en un páramo espiritual, cosa que a la larga puede ser más trágica, porque las cosas del alma no se pueden resolver ni con dólares americanos. En los encuentros familiares, yo ya oígo discursos cínicos que me recuerdan a la época en que Barcelona tenía las fachadas sucias y los ricos llevaban la bandera española en la cadena del reloj. El problema es que pronto ni el franquismo nos servirá de referencia.

La invasión rusa de Ucrania nos ha desposeído del papel de víctimas del mundo y las tentaciones de volver atrás para intentar recuperar el viejo estatus cada vez caerán en un vacío más patético. Estamos en shock porque los rusos disparan a los ucranianos y los meten en fosas comunes y ni siquiera los españoles pueden competir con esto. Estamos en shock porque la vida de un ciudadano catalán es más valiosa para Bruselas que la de un ucraniano, pero, en cambio, nosotros estamos atrapados en una identidad inútil que solo nos lleva a tirar la vida a la papelera.

Los catalanes cada día tendremos más problemas y menos excusas, igual que los ucranianos, y es lógico que Bruselas y Madrid nos vigilen de reojo. La destrucción de Rusia interesa más que la destrucción del estado español, y Barcelona es una ciudad más codiciada que Kyiv. Para sobrevivir tendremos que cambiar nuestra identidad, pero esta transformación solo la pueden liderar políticos que prediquen con el ejemplo, y políticos de este tipo no se fabrican en dos días.

Los partidos catalanes han convertido el voto en un negocio cautivo que ya no protege nada, más allá de unos cuantos millares de sueldos. Con el drama de Ucrania, y con el agujero negro que el mito de Primàries ha dejado en Barcelona, cada vez habrá más nervios y más tentaciones de buscar soluciones rápidas. A medida que el páramo se esparza, también se esparcirá la desazón para vender lo que sea, al precio que sea, a cambio de un poco de paz espiritual. Por suerte, no todo se puede solucionar a golpe de talonario y de entretenimiento. Igual que no todo se puede solucionar a tiros.