A medida que el bichillo amarillo de Wuhan pierda los dientes, vamos a ver si los catalanes son capaces de distinguir entre la derrota de los políticos y su futuro personal. Veremos qué parte de la población es capaz de prescindir del ruido y de aprovechar los recursos que Europa todavía ofrece para vivir sin pedir perdón. El futuro del país vuelve a depender de forma dramática del espíritu emprendedor y de la independencia de criterio de sus habitantes. 

La última temporada de Girlfriend Experience explica bastante bien por dónde van a ir los grandes negocios extractivos, a partir de ahora. Con la inteligencia artificial cada vez resultará más barato segmentar sectores masivos de población y esclavizarlos a través de sus problemas mal resueltos y de sus atavismos históricos. No me parece un producto del azar que Jordi Puigneró sea el miembro más importante de JxCat en el nuevo gobierno.

La Generalitat ya solo es una agencia de explotación de datos y de representación del poder español en Catalunya. La imagen y el currículum de Pere Aragonès son ideales para representar la pérdida de poder y de prestigio de las instituciones. Pero Puigneró es el político convergente perfecto para aplicar el 1984 que la burocracia de Madrid necesita para resistir sin sufrir el tirón de la globalización.

El bichillo amarillo de Wuhan ha acabado de rematar el mundo analógico y la superconselleria del vicepresident tiene que hacer el trabajo de control del territorio que antes hacían la Guardia Civil y los Mossos. Puigneró habla de independencia y de gestión. Pero la guerra que hay montada alrededor de su partido es una lucha descarnada por el control de los beneficios que se supone que tienen que ofrecer las nuevas técnicas de manipulación que él controla. 

Me parece que los catalanes no responden a los discursos tecnocráticos como antes, porque empiezan a intuir que lo único que la Generalitat puede tecnificar es la extinción de su país

Como expliqué a propósito de las elecciones, la marca JxCat se dedica a recoger los votos, pero quien corta el bacalao en el mundo de Convergència es el PDeCAT del conde de Godó. Después de una década de promover a políticos derrotados, el conde cree que, finalmente, podrá imponer sus intereses a través de la fuerza embrutecedora de Madrid, como ha hecho siempre su familia. Los fichajes de Martí Blanch y de Toni Aira son el último fruto de esta idea tan sobada.

La Vanguardia hace una década que tira de rentas, columpiándose en la agonía de El Periódico, pero desde hace un par de años se ha ligado tanto al prestigio de la autonomía que podría acabar como el Titanic, haciendo una limpieza épica de vividores. De momento el discurso de la gestión solo lo compran los articulistas y los políticos contratados para hacerlo. La situación es tan desesperada que incluso Jordi Pujol ha salido a la palestra para mirar de humanizar el discurso político con su prosa de taca taca.

Me parece que los catalanes no responden a los discursos tecnocráticos como antes porque empiezan a intuir que lo único que la Generalitat puede tecnificar es la extinción de su país. Puigdemont, cada día más acorralado en Waterloo, lo aprovecha para intentar reavivar el discurso de la autodeterminación y para festejar con los desechos de Primàries. A medida que todo falle, volveremos a oír a hablar de referéndums y será como asistir a un concurso de retórica de gallinas sin cabeza.

La mejor política que pueden hacer los catalanes es ir a lo suyo y dejar que los periodistas comprados y los políticos vencidos se peleen entre ellos y hablen solos por la calle como si fueran locos. Los viejos comisionistas ya no saben de dónde sacar el dinero y se trataría de que los catalanes no fuéramos los últimos europeos en verlo. El bichillo amarillo de Wuhan ha enterrado muchos paradigmas y durante una temporada el factor que va a marcar la diferencia será la llamada economía creativa, es decir, la creación de productos tangibles.

Solo si la base del país se adapta al mundo que viene más rápido que sus instituciones de cartrón piedra, volveremos a tener la ocasión de recuperar la política.