El artículo que Salvador Sostres dedicó el otro día al castellano me recordó a unas declaraciones que el equipo de Pedro Sánchez hizo en el Financial Times, pocas semanas después de tomar el poder. Los chicos de Iván Redondo contaban en el diario inglés que el procés había sido una obsesión de jubilados que se había salido de madre. Los jóvenes catalanes, decía el equipo de Sánchez, volverían a la España constitucional tan pronto como sus abuelos se murieran y el recuerdo de Franco se diluyera en el olvido.

En las posguerras, los jóvenes tienen un papel capital a la hora de reconstruir la paz. El prestigio de las instituciones se alimenta de la buena fe de la gente, y solo la juventud tiene convicciones limpias y capacidad para superar el pasado sin reabrir heridas viejas. Cuando la derrota destruye las pulsiones de la inocencia, las ciudades se llenan de supervivientes; los padres se vuelven cobardes y hacen falta almas sacrificadas que recojan el empuje juvenil. Sin la fidelidad de los jóvenes, los regímenes dejan de evolucionar y el cinismo los hunde.

Aunque suene bestia, el artículo de Sostres no iba sobre el castellano, iba sobre la rabia que le da que la mayoría de chicos que saca de copas todavía estén suscritos a mi Patreon. La política ha bajado tanto de nivel que hay que ir muy a ras del suelo para llegar a entender las lógicas que mueven el poder. Vichy necesita a jóvenes ejemplares para refundar el país sobre las bases establecidas por el artículo del 155 y mi amigo, igual que Quim Torra en su momento, ha sido promocionado para hacer el trabajo que los bancos no pueden hacer de cara.

La ambición de los jóvenes puede servir para blanquear la historia, pero no sirve para curar las obsesiones de los adultos, ni mucho menos para compensar las pequeñas corruptelas de los cobardes y de los perezosos

Sostres cobra benéficas para morir matando, pero yo siempre he creído en su instinto poético. Siempre preferiré que los jóvenes pasen las noches con él que no que pierdan el tiempo con el resto de reclutadores de niños. Mientras Casablanca exista, mi amigo podrá jugar a pervertir a los jóvenes sin temor a tener éxito, que es la cosa que más asco le da y más le duele, y perjudica más su prosa. Pero si un día yo me rindo, él acabará como Joan Barril. Los chicos deberían leer el obituario que le dedicó.

La ambición de los jóvenes puede servir para blanquear la historia, pero no sirve para curar las obsesiones de los adultos, ni mucho menos para compensar las pequeñas corruptelas de los cobardes y de los perezosos. Por eso, en Catalunya, la historia se repite cada tres generaciones y los artículos que Sostres escribe en catalán cada vez huelen más a leche de cabra. La fuerza de la prosa viene de la fuerza del pensamiento y el Diario de Girona solo aguanta discursos de cacique que fuma, es decir, de hombre que se indigna porque paga siempre pero solo piensa en conservar el monopolio de la lotería.

Sostres es el mejor articulista de España, y los plumíferos de Madrid que se hacían los poetas en tiempos del procés no le llegan ni a la suela del zapato. Pero las cosas que le importan las escribe en castellano, y en el ABC. Y no las escribe en castellano porque esta lengua le haya enseñado nada que no sepa escribir mucho mejor en catalán. O porque quiera ayudar a Jaume Giró y confundir a la gente que quiere. Las escribe en castellano porque la corte de Madrid ha decidido que el futuro de España pasa por valencianizar Catalunya y él necesita predicar con el ejemplo para poder aguantar la soledad de las noches y los días.

And the rest is bullshit.