Una amiga que durante el último año se ha visto medio mundo y ha conocido a mucha gente y ha vivido un montón de aventuras me dice que estoy más guapo que cuando se marchó. En algunas épocas parece que, en vez de envejecer, te vuelvas más joven. Cuando consigues establecerte en tu centro y que todo te importe en la justa medida, incluso hay días en que el mundo se mueve a cámara lenta, a tu alrededor, y te sientes como aquellos maestros de artes marciales que pueden esquivar las balas y las flechas y los golpes de sus rivales sin esforzarse mucho.

Mi amiga se marchó a limpiar hoteles a Islandia porque Barcelona la ahogaba y, después, se paseó por todos de ranchos de América del Sur y algunos hoteles de California. El otro día hablé con el hijo de un periodista muy famoso que volvió para vivir de primera mano la independencia y que ahora se ha instalado en Asia para mantener despierta la imaginación. Mientras escribo, recibo whatsapps de un joven de Ripoll que hace el doctorado en Manchester con una beca empresarial. En la foto que me envía va vestido de submarinista. La chica que lo abraza es una instructora sueca y la playa donde se saca el título está en las Filipinas.

Cada cual tiene sus maneras de sentirse vivo y de mantener la bestia controlada pero despierta. Mi profesor de gimnasio bajó el otro día a la plaza del Pi a comprar una navaja para un amigo y se  acabó comprando una para él. Dice que le costó unos 100 euros, que tiene el mango de madera de encina y que la usará para arreglar las plantas del jardín y para pelar fruta. Ayer dejó caer que encuentra un placer extraño en pasar el dedo por el filo de la hoja, que le despierta una energía casi atávica. Quizás sería un buen experimento comprarme una navaja y dejarla abierta junto al ipad que utilizo para escribir. 

A veces, cuando la señora de la limpieza llega a casa, me encuentra haciendo flexiones. “Escribiendo, eh, señor Enric”, me saluda con una carcajada. La Jeta es fuerte como un tanque y alegre como una jovencita. Tiene unas piernas gruesas como las de un hipopótamo y una agilidad de bailarina. A veces rompe algo, pero si no fuera por ella las plantas que compré el año pasado para decorar la casa ya estarían muertas. A pesar de los achaques que la torturan, hay una parte de ella que necesita trabajar para sentirse viva. En Moldavia pintaba paredes y, sin un poco de dolor, la dulzura de Catalunya la narcotizaría.

Se crece mejor contra el entorno, porque sólo en tu medio puedes desarrollar toda la potencia de la bestia. Lo que pasa es que para crecer contra el entorno tienes que ser muy fuerte y muy flexible. Si no eres un genio, antes de desafiar a la sociedad te tienes que entrenar y, si no quieres acabar mal, el entrenamiento sólo lo puedes hacer o bien en el extranjero o bien cerrado en casa, sobre todo en Catalunya que tiene una sociedad tan blanda y que da respuestas tan confusas. Los vínculos con la historia y la sangre tienen una fuerza desestabilizadora irracional y a menudo imprevisible, pero si este es su peligro, también esta es su gracia. 

Cuando consigues equilibrar las diversas partes de tú mismo, las espirituales, las racionales y las de cariz físico, descubres que el conjunto rinde más que las partes. Por eso, cuando las ideas no fluyen, salgo a correr o hago flexiones, y por eso supongo que mi amiga me ha encontrado tan guapo. El ejercicio me oxigena. Igual que un deportista necesita mantener en forma la razón para poder dominar el cuerpo y llevarlo más allá de los propios límites, cuando la musculatura le flaquea, el escritor necesita estar en forma para aguantar sobre el terreno el peso de sus ideas. 

En el escribir hay un momento en que el físico marca la diferencia. Llega un momento en que el cerebro se satura y, para distinguir el grano de la paja y poder volver a ver claro, tienes que elegir entre ahogar la inteligencia en un mar de alcohol o sudar los fantasmas que genera pensar demasiado. A pesar de que no sea tan divertido, a la larga esto último resulta más sostenible y saludable.