El verano del 2015, cuando el procés empezaba a pudrirse definitivamente, Alfons López Tena me regaló una novela de Zia Haider Rahman, In the light of what we know, que me ayudó mucho a prever ―y aceptar― lo que tenía que venir. La novela, que tuvo una crítica excelente y que a menudo me viene a la cabeza cuando leo La Vanguardia o veo muchos lacitos amarillos, explora las limitaciones del conocimiento a través de un banquero y de un matemático de Londres que tienen las raíces en Paquistán y en Bangladesh.

La obra contrapone la retórica pretenciosa de las élites globalizadas, que lo han podido aprender todo desde una posición de privilegio, con la visión del mundo de los sectores de población que han sido aleccionados de las maneras más brutales, incoherentes y prácticas. A partir del título, el autor organiza una espesa trama narrativa para demostrar que no somos capaces de hacernos preguntas más allá del recuerdo que tenemos de nuestras experiencias y de las cosas que hemos aprendido.

El libro viene a decir que el conocimiento que redime es aquel que el hombre se gana haciéndose las preguntas más incómodas y difíciles de responder. Y también, claro, que el conocimiento que es capaz de enriquecer la visión del mundo de una persona es el mismo que le acaba haciendo la vida pesada y dificultando la relación con el entorno. Pensar no sale gratis porque las preguntas tienen más peso que las respuestas. Pero a menudo es imprescindible para avanzar, sobre todo si no te puedes pagar un buen teatro que te proteja.

La novela de Zia Haider, pues, me ha vuelto a venir a la cabeza leyendo el final de un artículo que Francesc-Marc Álvaro publicó ayer en La Vanguardia. El analista acababa el texto con esta pregunta: "¿Las élites económicas que han bendecido el recambio en el PP de verdad piensan que la profunda crisis catalana se resolverá con más golpes de porra y más políticos encarcelados?". Inmediatamente he visto a un señor gordo y fumador que reía en la grada del Santiago Bernabéu.

¿Por qué las élites del PP tendrían que pensar que la represión no funcionará si les ha funcionado desde mucho antes de 1940, y funcionó en la gestión del 1 de octubre y del 21-D? ¿Por qué el mismo artículo afirma que los sectores independentistas contrarios "a revisar la estrategia en clave gradualista" esperan el juicio de los presos políticos como agua de mayo? ¿Por qué escribe eso, si el mismo entorno de ERC y del PDeCAT que confía en pactar una autonomía ampliada con el PSOE también confía en los juicios para sumar apoyos electorales?

¿No podría ser que Puigdemont y ERC vieran en los juicios una nueva fuente de victimismo por explotar, ahora que las cruces amarillas empiezan a estar tan gastadas que las tienen que plantar incluso en el fondo del mar? ¿No podría ser que los mismos partidos que imitaron las balconadas de Companys vean ahora en los juicios la posibilidad de compensar la pérdida de apoyos que les han costado tantas mentiras? ¿No podrían unos indultos pactados con el Estado, servir de carnaza para intentar resucitar la legitimidad del marco autonómico?

El libro de Zia Haider explica muy bien hasta qué punto somos expertos en evitar las preguntas que nos hacen la vida incómoda, cómo aprendemos a deformar los recuerdos y a enmascarar los hechos que nos hacen daño o que creemos que nos ponen en peligro. Justamente porque tener buenas preguntas es más importante que tener buenas respuestas, la aceptación intelectual del misterio forma parte de cualquier forma de pensamiento que quiera hacer un uso genuino de la razón.

Formular preguntas que nos eviten llegar a conclusiones desagradables tiene un precio que se paga silenciosamente en diferido, pero que acaba con la destrucción de la inteligencia y el carácter, cosa que tiene repercusiones de fondo considerables. Plantar cruces amarillas en el fondo del mar puede parecer una gran audacia, igual que mantener la represión puede parecer una política absurda, por parte de España. Pero quizás si nos lo miramos desde otra perspectiva, con un poco menos de miedo y resentimiento, sin buscar respuestas autocomplacientes que nos hagan sentir bien, veremos que más bien es al revés.