El fracaso de la llamada Superliga europea de fútbol es la punta del iceberg del conflicto de intereses que irá enriqueciendo la vida del continente a medida que el siglo avance. No es casualidad que los negocios faraónicos de Florentino Pérez hayan sido hundidos de una soplada por Boris Johnson, el pirata del Brexit.

Tampoco es casualidad que La Vanguardia y TV3 promuevan una idea del primer ministro inglés tan sectaria y puritana. El diario del conde de Godó y la televisión de Vicent Sanchis no pasan de ser una especie de guardia mora del califa madrileño. Siempre que la unidad de España se tambalea, sus caciques se encuentran en el africanismo. 

España quiere volver al país del sol y las moscas, pero con internet. Las corridas de toros, que habían servido para entretener al pueblo desde la instauración de los Borbones, han quedado desfasadas, igual que los apartamentos en Benidorm y los pellizcos de monja. Ahora se trata de explotar a las masas desmoralizadas a través del fútbol y el feminismo.

Como ha pasado otras veces, mientras la miseria española estimula las pulsiones despóticas del continente, el pueblo inglés civiliza la avaricia de sus élites, y la pone al servicio de sus intereses. Los próximos años veremos el papel providencial que el Brexit ha tenido para el futuro de Europa. Si Inglaterra no fuera una democracia, la libertad se habría quedado sin ningún punto sólido de apoyo en el continente.

El bichito amarillo de Wuhan ha dado una excusa excelente a las élites del continente para dejar que la vida económica se degrade y se concentre en bolsillos cada vez más rancios, cínicos y sumisos

El corte de mangas que Inglaterra ha hecho a Florentino es una noticia excelente para los patriotas catalanes y para los hombres despiertos de todo el mundo. Menorca y Gibraltar tampoco parecían importantes, cuando Londres negoció con los Borbones su soberanía antes de marcharse de Catalunya. Sin la voz que el Brexit ha dado al público inglés, Laporta habría vendido el Barça a los negocios europeos de España.

El proyecto de Florentino no se puede desvincular de las tentaciones de Bruselas de engordar Europa de ciudadanos dormidos y dependientes para competir con el capitalismo quinqui de la China. El bichito amarillo de Wuhan ha dado una excusa excelente a las élites del continente para dejar que la vida económica se degrade y se concentre en bolsillos cada vez más rancios, cínicos y sumisos.

Como me decía un campesino el otro día, las hipotecas se han vuelto demasiado baratas y el objetivo es convertir a los pequeños propietarios en inquilinos, y a los pequeños empresarios en autónomos subcontratados. “Todos estos locales que ves cerrados cuando vas por Barcelona —me decía el campesino— volverán a abrir como por arte de magia cuando pase la pandemia, y los primeros que irán a dejarse la pasta serán sus antiguos propietarios arruinados y deprimidos”.

No hay que pagar nóminas para entender adónde llevaba la liga de grandes clubes deficitarios europeos del califa Florentino. Mientras Inglaterra da cañas de pescar a su pueblo, España multiplica el barroco y el pescadito refrito. La alianza entre Boris Johnson y los hooligans del Chelsea me ha recordado que, sin el contrapunto que los marineros ingleses dieron al Mediterráneo vencido y estancado, Europa todavía estaría encallada en las redes podridas del antiguo régimen.