Hacía días que, cuando salía a pasear, veía por las calles de Barcelona unos carteles del Cosmo Caixa invitándome a visitar una exposición de título solemne, irresistible y sugerente: Los pilares de Europa. Los carteles enfatizan que la muestra viene avalada por el British Museum y se presenta ilustrada con la fotografía de una figurita de piedra de un caballero medieval de infantería.

Siempre he tenido claro que los ingleses ven a Catalunya con recelo. Y no sólo porque nuestra existencia les recuerda la traición de Utrecht. Aquella traición ya tenía unos cimientos que se remontan a la época de Felipe II, y que están bien expresados en el protagonismo que las cuatro barras tienen en el famoso cuadro de Nicholas Hilliard (1547-1619) sobre la Armada Invencible. Inglaterra siempre ha querido aprovechar la ocupación española para incluir Barcelona en su Londonsphere.

Londres tiene derecho a tener su política y su relato sobre el pasado de Europa. Los historiadores polacos han explicado con bastante detalle cómo, durante más de 200 años, los rusos, los austríacos y los alemanes hicieron todo lo posible para borrar Polonia de los libros y de los mapas. Lean el volumen de Adam Zamoyski: Poland. A History. Verán si tenemos cosas en común con aquel país.

Aunque el discurso autonomista trate de negarlo, que tus enemigos intenten destruirte y robarte forma parte de la salsa de la vida. Si todo el mundo fuera bueno con todo el mundo, ¿óomo se lo haría el hombre para demostrarse que tiene alma, o para llegar a comprender que la virtud es una cima entre dos defectos y que sofisticar el talento requiere un gran trabajo? ¿Cómo avanzaría el mundo si todo el mundo viviera con miedo a ser herido a hacer daño, como viven muchos catalanes que mandan?

La libertad es imperfecta, y Josep Pla ya contó, en el retrato del Conde de Godó, los negocios que Pedralbes hace con Londres. Ahora bien, lo que no es aceptable es el autoboicot. El autoboicot es pecado y no puede ser que La Caixa contribuya a legitimar las lógicas geopolíticas que han intentado borrar Catalunya de la historia. No se puede comportar como un pervertido con gabardina que vende piruletas de LSD a los niños inocentes que salen del colegio.

Los ingleses pueden tener interés en borrar la nación catalana de la historia, pero La Caixa no puede permitírselo. Entre otras cosas porque sin el poso que dejó el imperio catalán, La Caixa no existiría. Sin Jaime I, sin la Taula de Canvi, sin las Constituciones, sin el mundo que evoca la Sagrada Familia, todos estos pequeños Albert Rivera que hacen faltas de ortografía en catalán y no saben quién es Francesc Moragas no tendrían más remedio que ir a trabajar a fuera.

Es intolerable que, 40 años después del franquismo, algunas élites del país insistan en intoxicar a los ciudadanos con leyendas totalitarias. Como puede ser que una exposición sobre los pilares de Europa, celebrada en Catalunya y patrocinada por La Caixa, presente la Corona de Aragón como un pequeño territorio peninsular, pasando por alto las posesiones que el casal de Barcelona tenía en Mallorca, Sicilia, Cerdeña y Nápoles y que Felipe V todavía juró en 1705, al entrar en la capital.

¿Cómo puede ser que, en esta misma exposición, se pase una larga serie de diapositivas de cuadros de reyes medievales y no salgan Jaime I o Fernando el Católico, el héroe de Maquiavelo? Cómo es posible que cuando se habla de la permanencia de la estructura urbana medieval en algunas ciudades europeas, Madrid aparezca al lado de Barcelona y Zaragoza, como el chulo que vigila a su putilla incluso cuando tiene pis y necesita ir al baño?

El caso de Madrid tiene narices, porque lleva a los comisarios a poner un mapa del entramado urbano de la ciudad del siglo XVII y a escribir solemnemente: Madrid 1617, época de los reyes católicos (?!). El mismo mapa, fechado en 1622, aparece en otra serie de imágenes dedicada a las ciudades medievales europeas, al lado de Colonia (1489), Ravenna (1493), Jerusalén (1493), París (1550) o Barcelona (1579).

La insistencia con Madrid -que no se da con otras capitales tardías como Amsterdam o Berlín- sólo se explica por la necesidad de disimular el papel que la nación catalana jugó en la creación del Imperio Hispánico. Valencia ni siquiera aparece mencionada en la muestra. Incluso cuando se ponen tres ejemplos de fiestas medievales europeas que todavía perduran se recurre al folclore del Principado y el País Valenciano, sin ninguna contextualización.

Da igual que el primer texto filosófico escrito en lengua vulgar lo escribiera en catalán un mallorquín, o que el primer libro gastronómico lo escribiera también en nuestra lengua un barcelonés al servicio del rey de Nápoles. Tanto da el papel que los catalanes jugaron en las luchas papales. Así cuando se dice que el parlamentarismo nació en Islandia, España y Gran Bretaña es fácil mitificar la Carta Magna inglesa y que los políticos españoles presenten 1714 como el final de un conflicto dinástico.

La muestra esconde la importancia de la Corona de Aragón de forma tan flagrante que un relieve funerario de Pere Seguet (1345-1350) se sitúa directamente en España, un anillo del siglo XV hace pensar al visitante que Nápoles y Sicilia no tuvieron vínculos con Barcelona; un cofre con escenas románticas de 1450 se presenta como una obra situada entre "el Sur de Francia y España". Cuando se habla de los territorios turcos del imperio Bizantino se contextualiza mucho mejor que cuando se habla del Estado español y Catalunya.

Saliendo de la exposición me vino a la cabeza aquel lema pujolista que decía: "el trabajo bien hecho no tiene fronteras". Comprendí porque siempre me recordaba, de forma sibilina, al lema de Auschwitz, "el trabajo dignifica". Durante años se ha desmoralizado a los catalanes diciendo y repitiendo que "el trabajo bien hecho no tiene fronteras", mientras se boicoteaban todas las condiciones que habrían hecho posible que la creatividad del país se pudiera relacionar sin peajes con el resto del mundo.

Asimismo durante años se nos ha hecho sentir culpables por considerarnos parte de una nación que, en teoría, no existía, o por querer su independencia, mientras se hacía lo posible por borrar los rastros de memoria que explican este deseo tan natural de libertad. Hay un proverbio que dice: quién no tiene pasado no tiene futuro. Es justamente lo que les ha sucedido a España y Francia, a copia de inventarse su historia para intentar que los catalanes olvidáramos la nuestra.